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tonio de Herrera, pronunció hace años su fallo razonado sobre aquel erróneo sistema. "Pedro de Valdivia, con menor consejo del que debiera capitan de tanta esperiencia i buen juicio, abrazó mas, e hizo mas poblaciones de las que conviniera segun los pocos soldados que tenia en provincias que hervian de jente la mas guerrera i bien armada de cuantas naciones se han descubierto en el Perú, sin vivir con sujecion de señores, como los de Méjico i el Perú, sino por parcialidades, reconociendo a los parientes mayores i mas valientes" (1).

Lo mas asombroso es que muchos gobernadores que sucedieron a Pedro de Valdivia, estraviados por falsas ideas estratéjicas, o halagados por la necia vanidad de llamarse fundadores, continuaron, a pesar de las representaciones de los cabildos, levantando fuertes i mas fuertes, donde diseminaban sus tropas, que se aburrian de fastidio mientras se las dejaba en paz, i que no podian sostenerse cuando se las atacaba.

En el dia de la prueba, se vió por una triste esperiencia, que tantos establecimientos aislados i dispersos, desprovistos de guarnicion i poblacion suficientes, no contenian a los indíjenas i ponian en peligro la vida de sus moradores.

Los indios sublevados podian rodearlos con facilidad por todas partes, interrumpir las comuniciones, sitiarlos en debida forma.

Como se hallaban mui distantes entre sí, los españoles no alcanzaban a ausiliarlos oportunamente; i como los soldados que los guarnecian eran poco numerosos, hacian mucho resistiendo.

Si las murallas eran un escudo contra las lanzas del salvaje, no lo eran contra el hambre i la sed,

(1) Herrera, Historia jeneral de Indias, década 8, libro 7, capítulo 4.

que nunca tardaban en hacerse sentir en una tierra, sobre inculta, desolada por la guerra, donde el conquistador no poseia mas suelo que el que pisaba. Cuando las provisiones se agotaban, los sitiados recurrian para alimentarse a los caballos, a los perros, a los gatos, a las sabandijas mas inmundas, cuya carne saboreaban, porque al matar tan asquerosos animales, reservaban todavía el cuero para devorarlo en seguida. Con mucha frecuencia tenian que hacer salidas para proporcionarse yerbas i raíces, que no lograban arrancar con la punta de la espada, si no despues de reñidos combates, en que muchos dejaban la vida.

Cuando no llegaban refuerzos, la funcion solia terminar, o con la toma de la plaza, en cuyos desventurados habitantes se cebaba la rabia del vencedor; o con el abandono de ella por la guarnicion, que procuraba abrirse un sangriento paso al traves de sus fieros i encarnizados enemigos.

En ambos casos, los indios demolian hasta los cimientos aquellos muros, que cuando estaban en pié, eran signo de su opresion; i que derribados, eran testimonio de su pujanza.

La multiplicacion i aislamiento de las poblaciones, sin tener jente suficiente para habilitarlas, fué uno de los mayores desaciertos que los españoles cometieron en la conquista de Arauco.

La razon i la esperiencia les indicaron desde temprano que no debian intentarse nuevos establecimientos sin haber asegurado bien el territorio que ya habian realmente ocupado, i sin poseer todos los recursos necesarios para sostenerlos.

II.

Los españoles habrian deseado, cada vez que

estallaba un levantamiento parcial o total de los araucanos, que éstos les presentaran o les admitieran batalla; pues, aunque en mas de una ocasion la suerte de las armas les fué adversa, sin embargo las probabilidades del triunfo estaban por ellos.

Pero los araucanos, que habian aprendido que tal táctica no era la que les convenia, recurrian a ella mui pocas veces; i entónces cuidaban de situarse en cuestas, ciénagas, desfiladeros u otros lugares donde pudiesen tomar alguna posicion ventajosa.

Por lo jeneral, junto con sublevarse, o haber ejercido alguna represalia terrible, se retiraban a los montes o a los bosques, o se dividian en pequeñas partidas para no presentar un cuerpo de ataque.

Puede decirse que combatian ocultándose.

Pero si sorprendian a algunos españoles estraviados o aislados, a algunos soldados desbandados, a algun destacamento poco considerable o a alguna guarnicion descuidada, ¡pobres de los sorprendidos! podia llamarse feliz el que escapaba sano i salvo, i aun el que perdia la vida sin horribles martirios.

El tratamiento que los conquistadores daban a los araucanos era inhumano, pero la venganza solia ser feroz.

III.

Convencidos los españoles de que el plomo i el acero eran impotentes contra enemigos inencontrables, invisibles, recurrian al ausilio del hambre para hacerlos salir de sus guaridas i traerlos a la obediencia. Todos los años hacian incursiones

por el territorio de Arauco, con el objeto de destruir las mieses que lozaneaban en los campos, e incendiar las cosechas que estaban guardadas en los ranchos, método eficasísimo, segun un escritor español, para someter a los sublevados, porque alcanzaba a donde no llegaban las armas, hiriễndolos a todos sin distincion, hombres i mujeres, viejos, jóvenes i niños.

Este jénero de hostilidades intimidó a veces a algunas tribus, que doblaron la cerviz ántes que morir de inanición. Por ejemplo, la mayor parte de la provincia de Tucapel se sometió despues de haberse visto en una miseria tan espantosa, que los padres se comian a los hijos, segun consta de una carta dirijida al rei en 1608 por el goberna

dor Alonso García Ramon.

Los españoles habian aprendido a hacer esta guerra del hambre en la Península, donde la habian empleado en su lucha con los moros; i preciso es confesar que sabian hacerla como hombres prácticos.

"Los buenos efectos de la campeada temprana, decia el 19 de febrero de 1611 en forma de advertencia o consejo el gobernador saliente don Luis Merlo de la Fuente a su sucesor don Juan de Jara Quemada, son sin comparacion mui mayores, porque desde principio de noviembre hasta fin de año, se halla el campo mui poblado de yerba, i en cualquiera quebrada hai agua, i las comidas del enemigo se hallan verdes, i se hace mas daño en ellas en un dia, que estando secas en seis; demas de que cortándoselas verdes, no les queda recurso ni esperanza alguna de sustento; i cortándoselas secas, que es en el tiempo i sazon que los demas gobernadores se las han talado, no se corta la sesta parte que cortadas en berza, i el daño no es tan consi

derable, porque estando granadas i secas, no las comen tan bien los caballos, i se queda todo lo que por la dicha dificultad no pueden comer, i mas lo que queda cortado en las chacras, porque de ordinario se corta mas que lo que trae la escolta, i eso lo cojen los indios i gozan de ello, espigando lo que les habia de costar trabajo de segar".

Ejecutándose este plan, el oidor-gobernador Merlo de la Fuente tenia por cosa infalible que el hambre habia de obligar a los indios rebeldes, o a comerse unos a otros, o a dejar la patria, o a implorar la paz, determinaciones que, a lo que parece, eran para él idénticas.

Esta devastacion implacable no atemorizó a los araucanos tanto como era de presumirse, porque su injenio fecundo en recursos supo encontrar remedio contra el mal.

Son curiosos los ardides de que se valieron para salvar sus comidas.

A veces hacian grandes sementeras en parajes ostensibles para persuadir a los invasores que aquello era todo lo que habia que asolar; i miéntras tanto, hacian otras mas pequeñas en rinconadas ocultas, o en valles de difícil acceso, que pasaban desapercibidas.

En otras ocasiones, sembraban en alguna provincia que aparentaba aceptar la paz con el esclusivo objeto de evitar la irrupcion, i que mediante este arbitrio servia de campo i granero comun a las demas que no habian depuesto las armas.

Por lo jeneral, no pudiendo sembrar en los llanos, comenzaron a hacer sus sementeras en las cimas de los cerros, o en las profundidades de las quebradas, donde se producian con mucha abundancia por la fertilidad de la tierra, i donde no era fácil destruirlas por la aspereza de los lugares.

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