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dos les facilitaba el sufrimiento de esta especie de penalidades.

Segun Vibanco, entraban en campaña sin traer consigo mas bastimentos, que una mochila de harina tostada.

"Llevan matalotaje para quince dias, dice don Alonso de Solórzano i Velasco, hijo de aquel oidor de quien he hablado en el primer volúmen, con una taleguilla de harina colgada a el lado de seis a siete libras, i un calabacillo en que deshacen dos veces a el dia una poca i la beben: bastante mantenimiento para conservar su robustez. Válense de algunas frutillas i yerbas, que no son de alimento para los nuestros, como son murtilla, marisco, piquepique, avellanas, piñones, i apénas hai yerba que haga tallos, o raíz gruesa que no coman".

Pero prescindiendo de esta estraordinaria sobriedad, eran mui capaces de sobrellevar gustosos cualquiera privacion, ántes que doblegarse a los estranjeros que pretendian imponerles la lei, la mui dura lei de la servidumbre.

El amor entrañable a su independencia salvaje podia en su corazon mas que el grito imperiosa del hambre.

La privacion no los abatia, sino cuando llegaba al punto en que el sufrimiento es ya insoportable, en que faltan las fuerzas, en que se veian obligados como Ugolino a comerse sus hijos.

I todavía entónces se rendian solo momentáneamente, i mientras se les presentaba ocasion de alzarse otra vez.

IV.

Si se destruian por sistema, i con tanto rigor,

los sembrados hasta no dejar en pié ni una mashorca de maíz, a fin de que los horrores del hambre hicieran que aquellos indómitos indíjenas se sometieran, se comprenderá sin dificultad, que los conquistadores españoles, los cuales no sobresalian por la humanidad, desplegaran contra las personas de los indios alzados que caian en sus manos, una crudelísima severidad.

La guerra que se hizo a los araucanos fué espantosa, terrible, una de las mas sangrientas que rejistra la historia en sus tristes anales; "es una guerra mas caribe que la de Flándes, dice don Diego de Vibanco, como lo han declarado algunos que han militado en una i otra parte; i tratándose de esta materia, se lo oí decir a un gran soldado de Flandes don Francisco Lazo de la Vega, que por sus grandes servicios i victorias que en él dió a Vuestra Majestad es mui digno de traerlo aquí a la memoria". ¡La guerra de Arauco fué mas tremenda, que la de los Países Bajos! Esto lo dice todo.

No quiero hablar de los indios muertos, o mas bien asesinados, en las correrías i batallas; no quiero hablar de los indios a quienes se cortaban las manos i las narices para que sirviesen de escarmiento a sus compatriotas; no quiero hablar de los centenares de indios ahorcados que se dejaban pendientes de la soga en los árboles de los caminos hasta que caian al suelo putrefactos; no quiero hablar de los indios quemados o torturados con rigor inaudito. Me limitaré a citar un solo ejemplo suministrado por un testigo ocular, actor en esta desapiadada guerra, cuyo testimonio no puede ser tachado de parcialidad en favor de los indíjenas. Véanse las providencias que tomaba un señor Serrano, gobernador de Chillan, para des

cubrir los autores i cómplices de una supuesta conspiracion.

......Sin razon ni fundamento

Prendió algunos caciques principales
Con otros muchos bárbaros leales.
En ásperas prisiones los metia,
De donde uno a uno los sacaba;
Con grandes amenazas les hacía
Decir lo que jamas se imajinaba;
I a quien confesar cosa no queria
Con horrenda crueldad tormentos daba,
De las partes secretas i viriles
Colgándolos con látigos sutiles.

Al uno de los indios principales
En aquestos tormentos tan crueles,
Las binzas i los miembros jenitales
Le arrancó retorciendo los cordeles;
Sin merecer, señor, aquestos males,
Que, como tengo dicho, eran fieles.
A los demas domésticos services,
Les cortaba los piés i las narices.

Aquestas i otras hórridas crueldades,
Cual las que voi tratando aquí al presente,
Hizo mudar las firmes amistades
En aborrecimiento i odio ardiente.
Han sido tan infandas las maldades
De la española cruel i airada jente,
Que como el cielo de ellas es testigo,
Justamente al exceso envió el castigo (1).

¿No es cierto que esto horroriza?

Por vituperables que fuesen estos atentados, al cabo las víctimas eran hombres, que sabian o podian dar la muerte en caso oportuno, i que cuando a ellos les tocaba, la sufrian con serenidad; pero lo que habia abominable era que no se perdonase sexo ni edad, que se matase a las mujeres, que se matase a los niños.

(1) Alvárez de Toledo, Puren Indómito, canto 14.

"Aseguro a Vuestra Señoría, decia en 16 de marzo de 1601 don Francisco del Campo al gobernador don Alonso de Rivera, que despues que entré en este pueblo (Osorno) son mas de mil doscientos indios los que se han muerto; i al principio se mataban mujeres i niños por parecerme que con este rigor darian la paz".

"Fuí a Arauco, decia al rei en 12 de abril de 1607 Alonso García Ramon, de donde hice una correduría a la mas fragosa sierra de este reino; i aunque se tomó poca jente, la cual se pasó a cuchillo sin reservar mujer ni niño, fué de mucha consideracion respecto de que por la fragosidad jamas españoles habian entrado en ella".

El mismo gobernador escribia al rei: "Pronuncié auto mandando a todos los ministros de guerra pasasen a cuchillo todo cuanto en ella se tomase sin reservar mujer ni criatura, lo cual se puso en ejecucion jeneralmente, i sc pasaron a cuchillo mas de cuatrocientas almas.-Los obispos, i jeneralmente todas las órdenes, han dicho i predicado sobre esto, i dado su parecer por escrito, grandes cosas; i dicen no ser justo hacer la guerra tan cruelmente.-Por lo que he sobreseído esta causa, llevando adelante mi intento solo en los hombres, que de esos ninguno escapa que no sea pasado a cuchillo, hasta le informara a Vuestra Majestad, a quien suplico se sirva mandar consultar esta causa; i consideradas las maldades i traiciones, ofensas grandes que han hecho a Nuestro Señor estos bárbaros, mandar lo que acerca desto se hubiera de seguir para que en todo acertemos a servir a ambas Majestades".

No sigo con mas citas, porque no es mi ánimo componer unas tablas de sangre, sino tan solo pintar el carácter de la guerra.

Los cristianos se portaban tan bárbaros como los mismos salvajes contra quienes combatian, siendo por lo tanto doblemente criminales.

Lo mas triste para los perpetradores de tantas crueldades es que ellas fueron inútiles; o mas bien produjeron un resultado diametralmente opuesto del que se esperaba. El terror solo sirvió para separar mas i mas a los indios, para infundirles tanto odio contra los españoles, que, segun la espresion de un conquistador, nacian aborreciéndolos.

La intimidacion no cabia en el pecho de hombres semejantes a los que describe un testigo presencial: "Digo que he visto justiciar una infinidad dellos, i cuando los llevan a ahorcar, piden, señalando con la mano, los ahorquen de la rama mas alta del árbol que mas les cuadra; i cuando se les manda cortar las manos, apénas se les derriba la una, cuando de su voluntad, sin decírselo, ponen la otra. En tiempo de don Alonso de Sotomayor, se prendió un indio del Estado en la provincia de Catirai, el cual era sobrino de un cacique, i por notar don Alonso que era el indio hombre de entendimiento i soldado, se informó dél de muchas particularidades, i entre otras deseoso de saber cuál era el castigo que mas sentian los indios de guerra, le pidió se lo dijese, refiriendo don Alonso todos los que en aquel tiempo se les hacian, que eran muchos i bien crueles. Le respondió el prisionero que cualquiera de aquellos castigos sentian los indios de guerra; pero el que mas sentian i les lastimaba el corazon era el servir a los españoles. I mandando un dia el gobernador Martin García de Loyola castigar unos indios que se prendieron en la ciudad de Santa Cruz por ser famosos ladrones de hurtar caballos del cuartel i alojamiento del cam

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