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maestres de campo i cabos del ejército mandaban sus esclavos a sus casas i haciendas con ocho o diez soldados para que los custodiasen; que cobraban paga i vestuarios para estos soldados como si estuviesen en campaña, i no en su servicio personal; que empleaban a los esclavos i sus guardianes en hacer sementeras, cuidar el ganado, beneficiar las viñas, etc., i trasportar despues los frutos para venderlos en el ejército por precios exhorbitantes.

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Agrega por último: "Para remediar a esto, he hecho publicar que de todas las piezas que se cojiesen se haga un monton de ellas, i se reparta por igual en todo el ejército o jente que fueren a la maloca; i de este modo no sucederá ya que por la cudicia de un esclavo, el soldado deja de matar cuatro i cinco, i tambien a veces se atrevia a correr peligros mui en el caso de hacerse matar".

La consideracion aducida por el gobernador de que el soldado por hacer un esclavo dejaba de matar cuatro o cinco indios es un rasgo característico que pinta la barbarie de la conquista con mayor viveza de lo que podria hacerlo una disertacion de varias pájinas.

Los vecinos de Chile habian recibido con el aplauso que debe suponerse la legalizacion por Felipe III de la práctica de hacer esclavos a los indios; pero no así la órden de que los vendiesen fuera del país, si pasaban de doce años, a fin de impedir que volvieran a incorporarse con los suyos, i de estirpar tan molesta raza.

Se opusieron, pues, a la salida de los araucanos prisioneros, alegando que en la rápida despoblacion del país los habian menester para engrosar sus encomiendas, i para cultivar los campos, i para esplotar las minas, i para ejecutar toda especie

de servicios, sin los cuales no podrian sostenerse en el reino.

Sus murmuraciones i clamores fueron tantos, i a decir verdad, tan fundados, que lograron poner de su parte a la audiencia i estorbar la remision de los esclavos al Perú.

"No es menor daño, informaba al rei con enojo don Juan de Jara Quemada en 28 de enero de 1617, el que el fiscal de la audiencia, ayudado de algunos oidores, causa en impedir que los indios cojidos en la guerra no se saquen fuera del reino; i aunque sobre este particular les he enviado copia de un capítulo de carta de Vuestra Majestad fecha del año de 1609 en que manda al gobernador que estos indios, como sean de doce años para arriba, se procuren echar de la tierra, i dádoles a entender cuán justo i bien acordado habia sido, no han querido abrir las puertas a esto, dando para ello algunas causas de poco fundamento; i si al fiscal i oidores se les mandase viniesen por sus turnos cada año a hallarse en esta guerra, i la audiencia estuviera en la Concepcion, como tengo dicho a Vuestra Majestad, i es lo que conviene, cierto estoi que no tan solamente condescenderian con este artículo, sino fueran de parecer, como yo lo soi, que hasta los indios recien nacidos se desterrasen, i se echase tan mala i perniciosa semilla de la tierra, que por haber conocido esto de ella, no se ha cojido en mi tiempo ningun indio con las armas en las manos a quien no se haya quitado la vida; i si esto, señor, se hubiera hecho de seis años a esta parte, i la cudicia de algunos no lo hubiese sido para reservarlos deste rigor por tenerlos en sus chácaras i granjerías, a buen seguro que la guerra estuviera en diferente estado, como lo confiesan ellos mismos, pues habiendo preguntado a un indio que se

cojió habrá quince dias: qué le parecia de las justicias que yo mandaba hacer en ellos, dijo que decia Enavilo que ya los españoles habíamos caído en su pensamiento cerca de hacer la guerra como ellos, i que esto les habia causado mucho temor; i es lo que importa, porque pensar que por bien se ha de sacar fruto es proceder en infinito. Vuestra Majestad se sirva dispensar remedio en esto reprendiéndolo a la audiencia”.

Así don Juan de Jara Quemada mataba sin piedad a los araucanos, porque la audiencia se oponia a que se sacaran del país. No habia para él medio entre el destierro o la muerte. No admitia siquiera, como Rodrigo de Quiroga, que se les confinase en los términos de Santiago o de la Serena. Aquellos malditos indios amaban tanto a su patria, que siempre lograban fugarse, i encontrar camino para volver a ella, desde cualquier provincia de Chile en que se les colocase, i por vijilados que estuviesen.

El odio que existia contra los araucanos era tan violento, que hai presidente que se queja de la facilidad con que se reproducian i multiplicaban, a pesar de la peste que solia diezmarlos de cuando en cuando, i de la guerra, mas terrible por cierto que la peste, que los diezmaba permanentemente.

Los gobernadores querian que los araucanos saliesen de la vida, o que saliesen por lo ménos de Chile, para libertarse de su odiosa presencia.

Mas los encomenderos i vecinos del norte no querian ni lo uno ni lo otro, sino que fuesen sus esclavos.

El grande i apetecido provecho que la guerra de Arauco les proporcionaba eran los prisioneros que les servian para llenar las numerosas bajas de sus encomiendas.

VIII.

I ahora ha llegado el caso de examinar si aquella ganancia inhumana compensaba las desastrosas consecuencias que la guerra mencionada habia traído para las provincias sometidas, para las del norte de Chile.

La lucha sangrienta i heroica que los araucanos sostuvieron contra los invasores, no solo aseguró por siglos su independencia, sino que causó tan funestos resultados en la rejion de Chile dominada por los europeos, que casi ocasionó la completa ruina de éstos, poniéndolos en riesgo de verse forzados a abandonar el país, o por lo menos en el duro trance de mantenerse en él con harta dificultad i a costa de los mayores sacrificios.

Es esta una consecuencia de la guerra de Arauco que hasta aquí no ha sido bien notada por los historiadores, i que yo me propongo manifestar con hechos i documentos incontestables.

Debe recordarse la obligacion impuesta por la lei a los enconmenderos de defender la tierra.

En cumplimiento de este precepto, todos los del norte de Chile, i en particular los de Santiago, eran frecuentemente compelidos, o a ir en persona i a su costa a combatir contra los araucanos, o a suministrar en pago de la esencion de tan penoso servicio, víveres i pertrechos de toda clase para ejército que hacía la campaña.

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Ademas, se imponian directamente a los indios pacíficos i encomendados fuertes contribuciones de frutos, lo que redundaba en perjuicio de los encomenderos.

Por último, se obligaba a gran número de los

mismos indios a ir en compañía de los soldados para que los sirviesen i ayudasen.

Los conquistadores estimaban sobre manera los caballos, i se concibe el motivo.

Eran ellos los que constituian su fuerza, los que convertian a cada español en ciento.

Así estos jenerosos brutos eran tan apreciados como valiosos.

Cuando el gobernador Valdivia pidió a Cárlos V que designara al presbítero Rodrigo González de Marmolejo para obispo de Chile, enumeró entre los títulos que le hacian acreedor a tal distincion, el de haber introducido una crianza de yeguas, "que Dios habia multiplicado en recompensa de sus buenas obras, i de que los conquistadores habian sacado gran provecho" (1).

Pues bien, a fin de atender a las necesidades de la guerra, los vecinos i encomenderos eran forzados con frecuencia a privarse de unos animales tan preciosos i tan útiles.

De unos apuntes o anotaciones que el ex-gobernador don Alonso de Sotomayor envió en 1608 al virrei del Perú marques de Monte Rei para que se tuviesen presentes en la administracion de Chile, aparece que se favorecia el hurto de caballos con el interes de que se llevaran a la guerra de Arauco mayor número de los que por bien o por mal se arrancaban a los propietarios. Sotomayor proponia que, en vez de fomentarse, se reprimiera este abuso, porque el temor de los hurtos hacía que se criaran pocos caballos; i que al efecto se ahorcase o castigase con severidad a los indios a quienes se empleaba en semejante oficio.

Esto puede dar idea de las estorciones a que los

(1) Valdivia, Carta a Carlos V, fecha 15 de octubre de 1551.

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