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VIII.

I ahora ha llegado el caso de examinar si aquella ganancia inhumana compensaba las desastrosas consecuencias que la guerra mencionada habia traído para las provincias sometidas, para las del norte de Chile.

La lucha sangrienta i heroica que los araucanos sostuvieron contra los invasores, no solo aseguró por siglos su independencia, sino que causó tan funestos resultados en la rejion de Chile dominada por los europeos, que casi ocasionó la completa ruina de éstos, poniéndolos en riesgo de verse, forzados a abandonar el país, o por lo menos en el duro trance de mantenerse en él con harta dificultad i a costa de los mayores sacrificios.

Es esta una consecuencia de la guerra de Arauco que hasta aquí no ha sido bien notada por los historiadores, i que yo me propongo manifestar con hechos i documentos incontestables.

Debe recordarse la obligacion impuesta por la lei a los enconmenderos de defender la tierra.

En cumplimiento de este precepto, todos los del norte de Chile, i en particular los de Santiago, eran frecuentemente compelidos, o a ir en persona i a su costa a combatir contra los araucanos, o a suministrar en pago de la esencion de tan penoso servicio, víveres i pertrechos de toda clase para el ejército que hacía la campaña.

Ademas, se imponian directamente a los indios pacíficos i encomendados fuertes contribuciones de frutos, lo que redundaba en perjuicio de los encomenderos.

Por último, se obligaba a gran número de los

mismos indios a ir en compañía de los soldados para que los sirviesen i ayudasen.

Los conquistadores estimaban sobre manera los caballos, i se concibe el motivo.

Eran ellos los que constituian su fuerza, los que convertian a cada español en ciento.

Así estos jenerosos brutos eran tan apreciados como valiosos.

Cuando el gobernador Valdivia pidió a Cárlos V que designara al presbítero Rodrigo González de Marmolejo para obispo de Chile, enumeró entre los títulos que le hacian acreedor a tal distincion, el de haber introducido una crianza de yeguas, "que Dios habia multiplicado en recompensa de sus buenas obras, i de que los conquistadores habian sacado gran provecho" (1).

Pues bien, a fin de atender a las necesidades de la guerra, los vecinos i encomenderos eran forzados con frecuencia a privarse de unos animales tan preciosos i tan útiles.

De unos apuntes o anotaciones que el ex-gobernador don Alonso de Sotomayor envió en 1608 al virrei del Perú marques de Monte Rei para que se tuviesen presentes en la administracion de Chile, aparece que se favorecia el hurto de caballos con el interes de que se llevaran a la guerra de Arauco mayor número de los que por bien o por mal se arrancaban a los propietarios. Sotomayor proponia que, en vez de fomentarse, se reprimiera este abuso, porque el temor de los hurtos hacía que se criaran pocos caballos; i que al efecto se ahorcase o castigase con severidad a los indios a quienes se empleaba en semejante oficio.

Esto puede dar idea de las estorciones a que los

(1) Valdivia, Carta a Carlos V, fecha 15 de octubre de 1551.

vecinos i encomenderos del norte estaban espuestos con motivo de la larga i costosa guerra de Arauco.

A veces se tomaban los caballos, las vacas, los granos, las mercancías de todo jénero, librando el gobernador o sus ajentes la paga contra la caja real "para cuando tuviese de qué pagar", dice un cronista, lo que importaba tanto como arrebatarlo todo grátis, "porque ha placido a Dios, agregaba el mismo cronista, que hasta ahora no tenga un grano de sobra" (1).

Se concibe que repetidas i fuertes contribuciones de esta especie bastasen para impedir la prosperidad de una sociedad naciente, i aun para arruinarla.

Efectivamente fué lo que sucedió.

El presidente Bravo de Saravia manifestaba al rei en 8 de mayo de 1569: "Ya tengo escrito a Vuestra Majestad como la mayor necesidad que esta tierra tiene es de jente por los muchos indios que hai en ella i pocos españoles, i éstos tan pobres i cansados, i los indios tan animosos, i ellos tan temerosos, que si Vuestra Majestad con brevedad no los manda socorrer, tengo por cierto que no solo no se podrán sustentar, pero que se perderá; i esto mandando que de España, o del Perú, o Tierra Firme vengan cuatrocientos hombres, o por lo ménos trescientos pagados en el Perú, porque acá no hai qué darles, ni Vuestra Majestad tiene renta de qué pagarlos."

Don Miguel de Olaverría escribia en 1594: "Jeneralmente estantes i habitantes, todos padecen suma pobreza por no hallar en qué ganar, ni en dónde valerse, con tanta inquietud que no tienen

(1) Mariño de Lovera, Crónica del reino de Chile, libro 3, capítulo 27.

sosiego ni seguridad en sus casas por sacarlos dellas cada hora para la guerra; i si nó, contribuyendo para ella de sus pocas haciendas, dejando desamparadas sus casas, llenas de mil necesidades i de mujer i hijos con suma pobreza, que quedan tan aventurados a los daños i ofensas que de la soledad, necesidad i ausencia, nacen, cuanto se deja ver. Los vecinos encomenderos están sus casas hechas hospitales con los continuos gastos de la guerra, i tan empeñados i pobres, que no tienen de qué sustentarse por la disminucion de sus rentas, que es cosa de lástima ver las casas llenas de hijas de un gran número de conquistadores, hombres de muchos merecimientos i valor, sin que tengan jénero de remedio para tomar estado, ni aun para sustentarse."

"Las haciendas de los indios de la Serena, Santiago, Concepcion i las demas, que solian ser ricos, agrega todavía el mismo escritor, están tan disipadas, gastadas i destruidas con la continua distribucion que han hecho dellas para el sustento de la guerra, que ni aun con qué curarlos en sus enfermedades no tienen los miserables indios."

"Finalmente está el pobre reino tan consumido sin sustancia i en lo último, dice, que es bien menester cuidar aquel cuerpo enfermo, i que está en los fines, administrándole algun remedio que le aproveche."

IX.

Las exijencias de los gobernadores en medio de esta jeneral pobreza exacerbaron en mas de una ocasion a los vecinos de Santiago, que ya no podian soportar tantas exacciones, dando orijen a violentos disturbios.

El año de 1581, gobernaba interinamente a Chile don Martin Ruiz de Gamboa.

Desde Arauco, donde se encontraba, envió a Santiago al capitan Pedro Olmos de Aguilera en comision para echar una derrama, como entónces se llamaba, de veinte mil pesos entre todos los mercaderes, que debian pagarla en ropa destinada al ejército de la frontera.

Aquella órden produjo un verdadero alboroto en la ciudad.

I ciertamente que no era para ménos: ¡veinte mil pesos de contribucion estraordinaria!

No se apreciaria bien el fundado disgusto del vecindario si no se tuviera presente que la demanda de tan cuantiosa suma no era el primer caso de su especie que ocurria, sino por el contrario, el último de una larga serie de otros iguales.

Hasta las mismas autoridades dieron la razon a los mercaderes.

El cabildo envió procuradores al virrei del Perú don Francisco de Toledo "para que remediase la vejacion de los ordinarios tributos de esta tie

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Lo mas notable del asunto fué que prestó su aprobacion a ello el representante mismo de Ruiz de Gamboa en Santiago, su teniente-gobernador, el doctor Azócar.

Apénas tuvo noticia de lo que acontecia, don Martin Ruiz de Gamboa se dirijió apresuradamente a la capital del reino, a la cabeza de un cuerpo de cuarenta hombres.

Inmediatamente que supieron los de Santiago la llegada del gobernador, salieron a recibirle a un cuarto de legua, con toda solemnidad, probablemente con la esperanza de hacerse perdonar la resistencia a la contribucion.

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