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Esto que oyeron i vieron varios de los soldados que venían con Ruiz de Gamboa, cargaron contra el doctor, dieron con él de la mula abajo, i le condujeron medio arrastrando a Santiago, de donde a los tres días fué trasladado a Valparaíso, i de allí a Lima.

Tan severo castigo hizo callar a todos los demás. Don Martín Ruiz de Gamboa arrancó a los mercaderes i a otras personas de la ciudad los veinte mil pesos para la ropa del ejército.

Además ordenó que los indios promaucáes suministrasen luego, al punto, tres mil quintales de bizcocho, cuatro mil de tocino, gran número de cargas de cecina, muchos carneros i cosas de refresco, que debieron trasportar a hombros hasta Arauco.

El gobernador prometió, según la fórmula acostumbrada, que todo sería pagado de la real caja cuando tuviera cómo; i se volvió a Arauco a proseguir la guerra.

Cerca de dos años después, vino a reemplazar a Ruiz de Gamboa el gobernador propietario don Alonso de Sotomayor.

Los vecinos agraviados quisieron aprovecharse de la residencia de Ruiz de Gamboa para acumular contra él tantas i tan tremendas acusaciones, que según un cronista, «habría parecido piadoso castigo cortarle diez cabezas, si diez tuviera».

Sin embargo, Sotomayor descubrió pronto que, entre otros, el motivo de tanta saña era «porque Ruiz de Gamboa echaba derramas para sacar ropa i mantenimientos para los soldados, ordenando que los vecinos los sustentasen, o acudiesen por sus personas a la guerra, lo cual esperimentó don Alonso ser mui escusable so pena de dejar a los enemigos a su albedrío,

pues no pueden los soldados pasarse sin comer, ni tienen otra parte de donde les venga. I así habiéndolo considerado todo, juzgó al mariscal Ruiz de Gamboa, por hombre cabalísimo en su oficio, como lo era» (1).

Esto quiere decir en otros términos que el nuevo gobernador continuó procurándose recursos para la costosa guerra en la misma forma que don Martín Ruiz de Gamboa i que sus antecesores.

Existe una información o espediente del cual consta que en 1597, gobernando el reino el sucesor de Sotomayor, don Martín García Oñez de Loyola, volvió a haber en Santiago disturbios promovidos por igual motivo.

Por entonces llegó un cuerpo de ciento cuarenta soldados que enviaba el virrei del Perú don Luis de Velasco.

El gobernador, que se hallaba en la frontera, hizo por medio del capitán Nicolás de Quiroga, uno de los que intervinieron en la aprehensión del doctor Azócar, apercibimiento jeneral a los vecinos encomenderos de Santiago, de cualquiera edad que fuesen, como pudiesen andar a caballo, para que a toda prisa se dirijiesen con armas i caballos a donde él se encontrase; i a los que fuesen de tanta edad que no pudiesen andar a caballo, o estuviesen ausentes del reino, para que socorriesen a la tropa recién venida con los caballos, sillas i pertrechos necesarios, en proporción a los indios que cada uno tuviera, i a los gastos que habría hecho si hubiera ido personalmente a la guerra.

Juntamente ordenó que se reunieran cuantos caballos se pudieran; i que se exijiera a los promaucáes la

(1) Mariño de Lovera, Crónica del reino de Chile, libro 3, capítulos 27 i 28.

NO VIMU

acostumbrada provisión de cecina, manteca, tocino, queso i aparejos de recua.

Todo esto debía ser pagado por la real hacienda... pero cuando tuviera con qué.

Los enconmenderos, en contestación, hicieron que un escribano fuera a notificar a Oñez de Loyola al paraje de Arauco donde estuviese una provisión que habían obtenido de la audiencia de Lima, por la cual se les eximía a ellos i a sus criados de acudir a la guerra contra los indios.

Oñez de Loyola respondió que aquella decisión había sido revocada por otra posterior.

Sin embargo, «los vecinos encomenderos, según varios testigos oculares, no acudieron ni ayudaron, publicando que no querían venir a la guerra, ni tenían obligación a ello, i que harto habían ayudado en cinco años; i esto era lenguaje jeneral entre todos, haciendo juntas i corrillos en la plaza i calles de la ciudad de Santiago, donde públicamente lo decían i trataban».

Los descontentos, al mismo tiempo que se lamentaban «de lo mucho que ellos i sus padres habían gastado para sustentar la tierra», hacían correr la especie de que Oñez de Loyola estaba desavenido con el virrei, i que ya se le había nombrado sucesor.

El resultado de toda aquella ajitación fué que solo salieron para Arauco dos enconmenderos, i cinco o seis moradores; i que los caballos que proporcionaron fueron pocos i malos.

<<Los pocos caballos que dieron los vecinos de Santiago, dice uno de los testigos, fueron mui tarde i tan ruines, que no fueron de servicio para la guerra,* porque de los primeros que se escojieron fueron los que se dieron a los soldados de la compañía de mi tercio,

i ansí fueron los mejores, i con serlo fueron tales, que a las nueve leguas de la dicha ciudad no pudieron pasar adelante, i para lo hacer, compraron rocines con sus vestidos i ropas que traían, desnudándose para ello; i los que no lo tenían les buscó este testigo yeguas de indios en que poder pasar adelante; i según éstos, que serían los mejores, se deja entender cuál serían los demás».

No se manifestó con aquello solo el disgusto de los santiaguinos.

El jefe de los ciento cuarenta soldados venidos del Perú publicó un bando en que por una parte mandaba que ninguno de los suyos llevase a la fuerza consigo ningún indio ni india; pero en que por la otra prohibía que los vecinos saliesen al camino a quitarles los que voluntariamente quisieran ir con ellos en su servicio. Esta determinación aumentó la irritación de los ánimos.

El cabildo hizo requerimientos i protestas.

Los vecinos pusieron el grito en los cielos contra un bando que con hipócritas apariencias amenazaba privarlos del gran número de araucanos prisioneros que estaban incorporados en sus encomiendas, los cuales naturalmente habían de querer aprovechar la ocasión para acercarse a sus hogares.

I efectivamente, se apoderaron a mano armada de muchos de los indios que los soldados habían llevado consigo para que les sirviesen en el viaje.

Pero esta resistencia, como las que hubo antes o las que hubo después, sea de palabra, sea por vías de hecho, no evitaban el que los gobernadores recurriesen al principal arbitrio que había para proveer de hombres, caballos i víveres al ejército de la frontera, esto es, al

de imponer contribuciones a los habitantes del norte, i especialmente de Santiago.

I debe tenerse entendido que la porfiada oposición a estas repetidas i gravosas exijencias de personas, de dinero i de mercaderías nacía, no solo de la mala voluntad propia de todo contribuyente a quien se explota en exceso, sino también, i mui particularmente, de la estremada pobreza i falta de recursos en que el país se encontraba, aun un siglo después de haber sido ocupado por los españoles, según aparece de la siguiente esposición que copio de un informe sobre el estado de Chile, pasado por la audiencia al rei en 1639, apoyándose en las declaraciones de diez personas de las mas espertas, celosas i calificadas de la ciudad de Santiago.

«Parece a esta audiencia (aunque con puntualidad no lo tiene ajustado) que el número de españoles que hai en todo este reino, incluyendo las provincias de Cuyo, que cae de la otra parte de la cordillera, i de Chiloé, que es ultramarina, será de hasta setecientos u ochocientos hombres repartidos entre ocho ciudades, que alguna dellas no tiene diez españoles; i el de los indios encomendados, cuatro mil i quinientos poco mas o menos; i de los negros esclavos, mas de dos mil. «I

<<I que el ramo de peste i contajio de sarampión i viruelas que ha corrido, i se va continuando en estas partes, ha hecho, i hace en ellas tanto estrago en los naturales i esclavos, que se va sintiendo su grande disminución i menoscabo, particularmente en el servicio de las casas, desavío i desamparo de las haciendas en el campo, con que se tiene por cierto va en declinación, i descaecerá cada dia mas la labranza i crianza i miembros principales de los caudales de este reino, i

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