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Le agregó que lo sabía por un testigo presencial i mui fidedigno, el jesuíta Luis de Valdivia, el cual había ido en 1593 con el padre Baltasar Piñas i otros a fundar una casa de su orden en Santiago de Chile, había residido diez años en aquel país, i a la sazón era lector de teolojía en el colejio de Lima.

Aquella relación causó profunda impresión en el ánimo del nuevo virrei.

Precisamente la guerra de Arauco era el negocio mas grave que por entonces tenía a su cargo, i uno de los que mas molestaban a la corte de España.

Así no desperdició oportunidad de recojer informes sobre el particular.

Entre otros habló con don Luis de la Torre, protector de los indios de Chile, que había hecho viaje ex-profeso a Lima para reclamar contra el servicio personal, impuesto en contravención de los reales mandatos, a los indíjenas, a quienes se hacía soportar toda especie de malos tratamientos i se les impulsaba de este modo a perseverar en la guerra con gran perjuicio del real erario, i de la, prosperidad pública.

Conferenció también, como era natural, con el padre Valdivia, que le pintó con los mas vivos colores i toda especie de pormenores la mísera condición a que estaban reducidos los indios de Chile.

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Por orden del virrei, el padre Valdivia redactó por escrito su relación, llegando como teólogo a la conclusión de ser caso gravísimo de conciencia la conservación del servicio personal.

El virrei consultó sobre la exactitud de los hechos consignados en aquella relación a don Alonso García Ramón, jefe mui esperto en los asuntos de Chile, donde había militado con distinción muchos años, i cuyo

gobierno interino había desempeñado por algunos meses, el cual se encontraba entonces en Lima, no sé por qué motivo.

García Ramón contestó que todo lo espuesto por el padre Valdivia era verdadero.

El virrei, prescindiendo de estos informes, tenía a su vista, en Lima misma, una prueba viva, una prueba en carne i hueso, del tratamiento que se daba en Chile a los indíjenas: trescientos que se decían tomados en la guerra, a los cuales se había marcado i llevado allá para venderlos como esclavos.

Establecidos los hechos, el virrei pidió su dictamen sobre el punto de derecho a los teólogos mas insignes i a los jesuítas mas afamados del Perú.

Todos ellos estuvieron de acuerdo en que «atento que el servicio personal manifiestamente era injusto contra la libertad natural, los indios de guerra se eximían de él justamente, i se defendían con título justo, pues viéndolo en los de paz, discretamente entendían que sucedería lo mismo en ellos; i que habiendo cédulas de Su Majestad en que lo había mandado quitar donde quiera que había quedado en Indias, reduciéndose a tributo i mitas, al modo del Perú, había obligación precisa a quitarle en Chile, no solo por la injusticia que en sí tenía, sino porque los indios de guerra se desengañasen de pensar que Su Majestad les hacía guerra con el fin de oprimirlos al dicho servicio personal».

El conde de Monte Rei se encontraba tanto mejor dispuesto a aceptar este dictamen, cuanto poco tiempo antes de su llegada, se había recibido una real cédula, fecha en Valladolid a 24 de noviembre de 1601, en la que el monarca ordenaba, quizá por la

décima vez, que no se convirtieran en servicios personales los tributos que debían miendas.

pagar las
pagar las enco-

Precisamente, hacia este tiempo, el gobernador de Chile don Alonso de Rivera, que se había casado sin licencia real con una dama chilena, fué en castigo de su falta trasladado al gobierno de Tucumán; i todavía habría sido peor tratado, si no hubiera sido por los eminentes servicios que había prestado.

El virrei del Perú se aprovechó de la ocasión para confiar el mando superior de Chile a don Alonso García Ramón, que, acomodándose al viento que soplaba, ostentaba su reprobación del sistema que se seguía en este país con los indíjenas.

Antes de que el nuevo gobernador partiera para su destino, el conde pasó en consulta el grave asunto del tratamiento de los indios de Chile i de la guerra de Arauco a una junta de altos personajes seculares i eclesiásticos, entre los cuales se encontraban el mismo García Ramón i el padre Valdivia.

Todos ellos decidieron que desde luego debía declararse abolido el servicio personal; pero que como no sería prudente dejar repentinamente a los vecinos de Chile sin brazos para las industrias a que se dedicaban, o para las operaciones domésticas, se les concediesen dos años a fin de que se procurasen trabajadores voluntarios.

Mientras tanto, podría hacerse una visita jeneral del país para tasar equitativamente los tributos que debían pagar los indios.

、 El virrei ordenó que se cumpliesen todos estos acuerdos.

III

El gobernador García Ramón los recibió con aplauso, diciendo que eran tan convenientes, como practicables.

Con esta disposición de ánimo, se dirijió a su gobierno, en compañía del padre Valdivia.

El jesuíta iba encargado de hacer llegar al conocimiento de los araucanos una carta en que el virrei los perdonaba a nombre del soberano, asegurándoles <«<que ya no se les tomarían sus mujeres para el servicio de las casas de españoles, i que pagarían sus tributos de lo que cojiesen en sus tierras sin la ocupación de sacar oro, i que a los que viniesen de mita, se les pagarían sus jornales».

Pero aquellos dos personajes, que habían salido tan acordes de Lima, no tardaron en encontrarse de opiniones opuestas sobre el punto que tanto habían estudiado i debatido juntos.

García Ramón, cambiando de ideas por agradar a los militares i encomenderos, se manifestó altamente favorable al servicio personal i al sistema de rigor contra los indios.

El padre Luis de Valdivia, mientras tanto, recorría solo el territorio de Arauco anunciando a los indíjenas que el rei los perdonaba, i que en adelante, sus trabajos, cuando fuesen necesarios, serían debidamente recompensados.

Mas los hechos desmentían sus palabras.

Muchos araucanos consintieron en ir a la mita con la esperanza de recibir sus jornales; pero fueron indignamente defraudados.

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-Padre, decían con este motivo los indios a Valdivia, si los españoles dan de comer a los perros que ladran en sus casas en premio de su vijilancia, ¿por qué no hacen igual cosa con los indíjenas que salen a la mita?

El jesuíta no hallaba qué responderles.

Perdiendo la esperanza de hacer algo de provecho, escribió al virrei que le exonerara de su comisión, pues no conseguía otro resultado que perder el crédito con los araucanos; pero el conde de Monte Rei le ordenó que perseverase todavía por algún tiempo.

En cumplimiento de este mandato, el jesuíta acompañó al gobernador en una espedición que hizo a Arauco a fines de 1605.

Cierto día, tuvieron una conferencia con un jefe indíjena llamado don Miguel de la Imperial, a quien se dió al efecto un salvoconducto.

-Os conviene someteros, le dijo entre otras cosas el gobernador, porque cuando estáis de paz, podéis gozar de vuestra ropa, de vuestro ganado, de vuestra hacienda.

-La libertad es superior a todo eso, replicó el indio.

El padre Valdivia le leyó entonces la carta en que el virrei hacía tantas promesas a nombre del sobe

rano.

-El rei, contestó el indio, después de haber escuchado con mucha atención, es mui bueno, i da mui buenas órdenes; pero los gobernadores i capitanes no las cumplen, i no hacen justicia.

El padre Valdivia, convencido mas i mas de que nada podía hacerse, se apresuró a obedecer el llamamiento que en aquel tiempo le hizo el conde de

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