Imágenes de páginas
PDF
EPUB

Casi todo Arauco estaba levantado, o próximo a le

vantarse.

No era eso solo.

Los araucanos estaban en intelijencias para una tremenda insurrección por lo menos con los naturales sometidos que habitaban entre el Biobío i el Maule, i quién sabía si también con los que vivían entre el Maule i el Mapocho.

Esta mala voluntad, disimulada, pero mui real i efectiva, de los indios de paz importaba un peligro serio para la dominación española en Chile, que a causa de la heroica resistencia de los araucanos, estaba mui lejos a principios del siglo XVII de hallarse bien consolidada.

Tales eran las apuradas circunstancias en que el padre Valdivia emprendía aquietar con solo buenas palabras a los indómitos araucanos.

Los encomenderos habían asegurado que el jesuíta no entraría en la tierra de Arauco.

Luis de Valdivia entró en ella antes de su entrevista con el presidente, i en seguida volvió a entrar.

Los encomenderos aseguraron entonces que no saldría con vida.

A pesar del funesto pronóstico, Valdivia se paseó casi siempre solo por todo el territorio, siendo perfectamente recibido de los indios, que se empeñaban por obsequiarle como mejor podían.

Solo una vez corrió su vida algún peligro.

Las campanas de todas las iglesias de Santiago, echadas a vuelo por orden del obispo don frai Juan Pérez de Espinosa, anunciaron a los encomenderos que sus triste vaticinios estaban desmentidos por los acontecimientos.

AMUNÁTEGUI.—t. vi:

ΙΟ

El viaje de Valdivia a Arauco había sido un paseo

triunfal.

Los encomenderos no se dieron, sin embargo, por desengañados.

-Esperemos, dijeron, que los indios cosechen sus sementeras, i entonces veremos.

X

Mientras tanto, el padre Valdivia determinó emplear el invierno de 1612 en practicar la visita de las poblaciones cristianas de la diócesis de la Imperial.

Estremada fué la seriedad que desplegó para correjir a los encomenderos que inflijian malos tratamientos a los indíjenas, i esos eran todos.

El padre se mostró implacable, sin haber jénero de consideraciones que le contuviese.

Semejante manera de proceder causó asombro, porque, como dice un cronista, hasta entonces «los que ejercían la justicia, como eran por lo común vecinos, no trataban de enmendar en otros lo que ellos mismos cometían sin escrúpulo».

Cierta noche, se presentó en la ciudad de Concepción al padre visitador una india medio desnuda i jadeante; de sus espaldas chorreaba la sangre en abundancia.

La mujer del alcalde ordinario la había mandado azotar en su propia presencia hasta ponerla en tan lastimoso estado, no porque hubiera certidumbre de que hubiese cometido algún delito, sino porque habiéndose desaparecido una servilleta, se sospechaba que ella la hubiese tomado.

La pobre india habría perecido tal vez bajo los golpes del látigo, si no hubiera logrado escaparse para ir a solicitar la protección del visitador.

El padre Valdivia le concedió intejérrimo cuanto había menester.

El alcalde, que era hombre de importancia i de influencia, cobró por ello una grave ofensa.

Los encomenderos, que no podían convencerse de que fuese lícito prestar oído a las reclamaciones de los perros indios, censuraron ferozmente la conducta del jesuíta, el cual, según ellos, no hacía mas que alzaprimarlos.

Le negaron sus facultades.

Le atacaron de todas suertes en las conversaciones, en los púlpitos, en las deliberaciones del cabildo.

¡Dios sabe hasta dónde habría ido a parar la grita si el presidente Rivera i la audiencia, en cumplimiento de las órdenes del soberano i del virrei, no la hubiesen contenido por medio de bandos i de toda especie de conminaciones!

Pero no por esto, sus adversarios dejaron de continuar dirijiendo al padre toda especie de cargos i de acusaciones.

Se manifestaban aun asombrados de que osara celebrar de ordinario la santa misa, sin que se lo estorbaran las irregularidades en que había incurrido.

Entre otros motivos de este asombro, se citaba el que sigue:

<<Ha pasado a tanto el poder de su voluntad, que se ha atrevido a bautizar a millares de indios, como aparecerá de los testimonios que habrá enviado i llevará, que en cuanto a la cantidad destos bautizados se podrán creer como ciertos; i lo que es mas, haber

sido su exceso tanto mayor en haberlos bautizado sin estar catequizados, ni saber oraciones, ni tener dispoción conveniente ninguna, a unos con amenazas, a otros con inducimientos, i a los mas con botijas de vino i otros regalos con que los acariciaba, dejándolos con ellos de jentiles que eran, hechos apóstatas o herejes, dignos todo de compasión».

Tal era lo que escribía al rei en 1621 el oidor don Cristóbal de la Cerda,

Es de presumir que hubiera mucho de fundado en aquel cargo de administrar el bautismo por tarea, pues la carta anua número diez i nueve de los jesuítas de Chile, refiriéndose al método de bautizar empleado por el padre Valdivia, se espresa de esta

manera:

<<Hizo una visita jeneral de todos los indios, habrá año i medio, en que fué baptizando a los mas, precediendo primero el catecismo, pero breve, conforme daba lugar la priesa con que iba visitando, i los negocios que tenía que hacer. Días hubo en que él i sus compañeros baptizaban tantos indios, trabajando en esto desde la mañana a la noche, que quedaban tan cansados, que cuando acababan, ya no podían alzar los brazos».

Según estos datos, es difícil concebir que una multitud tan crecida de bárbaros pudiera ser debidamente instruída en las doctrinas de la relijión al cabo de pocos días; i por tanto es de creerse que hubiera mucho de cierto en lo que don Cristóbal de la Cerda informaba al rei sobre el particular.

ΧΙ

En medio del ardimiento de la tremenda lucha en que se hallaba empeñado, i de los numerosos asuntos a que tenía que atender, Luis de Valdivia estaba impaciente por fundar en el territorio araucano misiones de jesuítas, que comenzaran a trabajar de un modo estable i regular en la conversión de aquellos infieles.

Al efecto designó a los padres Horacio Vechi i Martín de Aranda para que acompañados del hermano novicio coajutor Diego de Montalbán fuesen a Purén i la Imperial a predicar a los indíjenas la paz i la fe. Este proyecto estuvo mui lejos de merecer la aprobación jeneral.

A pesar de las apariencias, muchos temían la doblez de los indios.

Citaban aun en apoyo de su opinión diversos indicios.

Un indio había dicho que sus compatriotas estaban preparándose para la guerra.

Otro había manifestado que solo aguardaban para principiar las hostilidades el cosechar con quietud sus mieses.

¿Aquello era verdad, exajeración o conjetura?

Cada uno lo calificaba conforme al concepto que había formado acerca de la manera de tratar a los indios.

Los partidarios del servicio personal i del sistema de rigor pretendían que lo que se corría sobre las malas intenciones de los araucanos era cierto i mui cierto. Los de la opinión contraria aseguraban que todo aquello era una invención sin ningún fundamento.

« AnteriorContinuar »