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que los entregói publicó haber asentado sus no ciertas paces, pidió con encarecimiento al gobernador que pues se hallaba con todas las fuerzas i ejército junto, revolviese sobre la regua de Elicura, i la talase, i les hiciese todo el castigo posible, i edificase una casa fuerte en el lugar del martirio de los tres padres muertos, que así llamaba i llama él a los que rogaron con muchas i vivas lágrimas que no los matasen, representando a los indios la poca gloria que ganaban en dar muerte a tres hombres rendidos i desarmados, i que por bien de ellos habían ido a ponerse en sus manos. Por ventura debe ser esta gloria particular de los mártires de la Compañía. Habiendo el gobernador oído el pedimento del padre Valdivia, i la instancia que hacía sobre ello, mandó llamar a consejo de guerra, i propuso el intento, alentándolo el padre Valdivia con el calor de su cólera....

I ventilada la causa en la junta de guerra, pareció al gobernador i demás ministros que conforme a las nuevas órdenes de Vuestra Majestad, no se podia hacer nada de todo lo que el padre Valdivia pedía i quería en venganza de la muerte de sus padres».

He copiado el precedente documento, tanto para que el lector pueda formar juicio por sí mismo sobre aquellos sucesos con pleno conocimiento de causa, como para que se vea hasta dónde llegó la exaltación de muchos contra Luis de Valdivia i los demás individuos de la Compañía.

Mas por respetable que sea el testimonio de un personaje tan caracterizado como don Cristóbal de la Cerda, forzoso es reconocer que se halla desmentido por los hechos i documentos de que tenemos noticia. El padre Valdivia persistió siempre en el sistema.

de procurar la pacificación de los araucanos por los medios persuasivos i la predicación.

En cuanto a Alonso de Rivera, ha espresado claramente en un documento auténtico que no deja lugar a duda, una opinión distinta a la que el oidor Cerda le supone: tal es, el informe que dirijió al rei en 17 de abril de 1613.

En él se manifiesta dispuesto a sostener la guerra defensiva como le estaba mandado; pero entiende que ella no le prohibe hacer correrías en el territorio. de Arauco para desbaratar las juntas de indios, o evitar que hicieran preparativos hostiles.

<<Conviene que la guerra se les meta en su casa de estos enemigos, dice, para que se alarguen de nuestra tierra; i que cuando sepamos que se juntan en alguna parte de las suyas, podamos entrar a deshacerlos i a quitarles las comodidades que tienen para hacernos la guerra, que todo esto cabe en guerra defensiva; i si esto no se hace, no será toda la jente que tiene Vuestra Majestad en este reino, parte para impedir las entradas que éstos hacen a la tierra de paz, i aunque fuera mucha mas».

Según Alonso de Rivera, los indios «no habían de dar jamás la paz si no era sujetándolos con fuerza de

armas».

Es menester, agregaba, que vean «por una parte el bien que se les sigue de recibir la paz, i por otra el mal que les viene de no aceptarla» para que se desengañen «de una opinión mui común entre ellos, ansí en los de paz, como en los de guerra, que dicen que la paz que se les ofrece es por temor i falta de fuerzas».

Pero si estimaba utópico i aun perjudicial el plan del padre Valdivia para aquietar a los araucanos

AMUNÁTEGUI.-T. VII.

II

solo por la predicación i los buenos ejemplos, tampoco aceptaba el sistema de los conquistadores que pretendían imponerles la servidumbre por las armas, a sangre i fuego.

Nó, no era esa su opinión.

Alonso de Rivera pensaba que era preciso emplear la fuerza para escarmentar a los araucanos, siempre que se levantaran, o cometieran alguna violencia; pero que mientras permaneciesen tranquilos, debía dejárseles sin molestarlos, sin tratarse de reducirlos a encomiendas.

En una palabra, proponía el término medio que al fin i al cabo se adoptó durante la época colonial, i que jeneralmente se ha seguido después de la independencia.

Alonso de Rivera pensaba que los araucanos habían estado engañando a Luis de Valdivia con sus demostraciones pacíficas, i que estaban disponiendo el alzamiento aun antes de la fuga de las mujeres de Ancanamón; i comunicaba al rei los muchos i significativos antecedentes que había para conjeturarlo así.

Consecuente con estas ideas, i de un modo contrario a lo que asienta don Cristóbal de la Cerda, hizo una espedición para castigar la muerte de los misioneros. Vechi, Aranda i Montalbán,

Es él mismo quien lo refiere al rei con las siguientes palabras: «A 23 de febrero (de 1613) pasé el río de Biobío con el campo de Vuestra Majestad para entrar en Purén i sus provincias, donde hice los mayores daños que pude al enemigo, i fueran mayores, mediante Dios, si salieran a pelear como lo han hecho los años pasados; quitóseles mucha comida i matáronse algunos indios, aunque pocos, i se prendieron cincuenta.

niños i mujeres, i se les tomaron algunos caballos, quemáronse muchos ranchos».

XIII

Mientras tanto, la catástrofe de Elicura había hecho caer el mas completo descrédito sobre Luis de Valdivia, i sobre su sistema, i sobre sus amigos, i sobre el instituto relijioso a que pertenecía.

El gobernador Alonso de Rivera, que hasta entonces le había sido mui adicto, entrando en desacuerdo con él, prestó oídos a los implacables adversarios del jesuíta, i comenzó a dispensarles la protección que anteriormente daba al padre.

Igual conducta observó el obispo de Santiago don frai Juan Pérez de Espinosa, que hasta entonces se había manifestado decidido amigo del padre Valdivia i de sus ideas.

Fué aquella una verdadera tempestad de reprobación, de antipatía, de cargos de todo jénero.

Era difícil concebir una impopularidad mayor. Hasta los predicadores tronaron desde los púlpitos contra Valdivia i sus correlijionarios, los perturbadores del orden público, los alborotadores de los indios.

La mala voluntad a Luis de Valdivia se hizo estensiva a los jesuítas que le ayudaban, i de ellos, a la Compañía entera.

El fundador mismo no fué respetado, pues hubo predicador que reprobó desde el púlpito el que se hubiese colocado en el altar mayor de la iglesia de los jesuítas la imajen de su patriarca Ignacio de Loyola que a la fecha gozaba ya los honores de beatificado.

«Oyólo con escándalo la piedad, dice un escritor jesuíta; pero nadie reprimió su arrojo, porque no solo el gobernador, sino también el prelado eclesiástico estaba adverso a nuestas cosas, i el desafecto echaba un velo a sus ojos para que no viese la grandeza de este desacato, i se desentendiese de su castigo» (1).

Ocurrió por entonces en Santiago un suceso, puede decirse privado, que en cualesquiera otras circunstancias tal vez no habría tenido eco; pero que en medio de la jeneral efervescencia, adquirió las proporciones de un acontecimiento social.

La relación de ese hecho puede ofrecer un cuadro vivo del estado en que se encontraban los ánimos, i hacer que nos trasportemos por la imajinación a esa época ya lejana, i tan distinta de la nuestra.

Para narrarlo, dejo la palabra al historiador jesuíta Pedro Lozano, que había tomado de los papeles de la orden los datos necesarios.

«Para que en esta gravísima persecución del reino de Chile, dice, no le faltase a la Compañía ejercicio en este jénero, permitió el cielo que contra madre tan buena se levantase también un mal hijo, que, aunándose con los perseguidores, ayudase a labrar los esmaltes de su corona, i le causase aquel dolor con que los golpes de mano semejante suelen lastimar la paciencia.

«Este aborto, antes que hijo, fué Manuel de Fonseca, portugués de nación, natural de la ciudad famosa de Lisboa. Alistado en la Compañía en nuestra provincia del Perú, procedió con satisfacción; i hallándose en el colejio de Santiago de Chile, cuando de aquélla

(1) Lozano, Historia de la Compañía de Jesús de la provincia del Paraguai, libro 7, capítulo 14.

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