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porque no faltase a su función solemne nuestra comunidad, obrando consiguientes al empeño en que entraron desde el principio de esta causa, movidos de la razón, porque defendieron constantes que Fonseca era verdadero apóstata, i debía ser tratado como tal, i había incurrido en las censuras, como también todos sus fautores.

«El mismo parecer siguieron los reverendos padres mercenarios, que favorecieron también grandemente a la Compañía. El licenciado Gabriel Sánchez de Ojeda, abogado de mucho nombre, publicó un doctísimo parecer contra Fonseca, i le suscribió el licenciado Antonio Rosillo, abogado célebre; el fiscal de la real audiencia de Chile i el doctor Juan Cajal, uno de los oidores, estuvieron tan firmes en el propio dictamen, que jamás quisieron acudir a sermón o función sagrada del apóstata, o se salían de la iglesia, si él concurría. I lo que mas es, la universidad de Lima, emporio celebérrimo de la sabiduría, se declaró a favor de nuestra justicia; i movido de su dictamen, el excelentísimo señor marqués de Montes Claros, virrei del Perú, escribió una carta a favor de la Compañía al obispo, i otra al presidente, para que sobreseyesen de sus empeños, i dejasen a nuestros superiores castigar aquel mal hijo. Ni aun tan soberana insinuación fué poderosa a hacerlos retroceder; antes bien el obispo continuó las vejaciones, i nos solicitó ocasiones de desaires pesados. Tal fué el que intentó a principios del año de 1614, porque habiendo sido estilo desde que en aquella capital se fundó nuestro colejio que el día de la Circunscisión fuese el cabildo eclesiástico en procesión, acompañado de los nuevos alcaldes, desde la catedral a nuestra iglesia, pretendió que se omitiese esta

función, aunque se frustraron estas dilijencias por la constancia de los prebendados que reprobaron este designio, fundándose en lo aparente en otras razones políticas, pero en realidad movida poderosamente su relijiosa discreción de la indignidad de que se echase mano de lo sagrado para despique de ciegas pasiones. «El presidente, no solo movido de su inclinación, sino arrastrado también de las intercesiones de nuestros émulos, proveyó a Fonseca en un oficio igualmente honroso que útil, gozando el miserable apóstata del aplauso popular, de que abusaba para malquistar a los jesuítas en público i en secreto, culpándolos tanto con su ingrata lengua, cuanto a sí se santificaba Pero con el tiempo volvió él mismo por nuestro crédito con sus procederes; i descubriendo la hilaza, verificó el común adajio, que no es oro todo lo que reluce, porque el que pretendiente i necesitado procedió compuesto, moderado i quieto, después que se vió en alto, se dejó cegar de su presunción loca. Empezó a despreciar a sus fautores, i a muchos de ellos dió no poco que hacer, disponiendo altamente próvida la Divina Justicia que aquel por cuyo amor pecaron fuese el cuchillo de sus honras i haciendas, i el mas idóneo instrumento de su merecido castigo. Movióles pleitos en que lastaron con la pérdida del crédito i bienes temporales, las aflicciones que contra razón i justicia causaron al provincial jesuíta i sus súbditos, dándoles la vejación entendimiento para conocer cuán mala causa patrocinaron, i cuán acertada andaba la Compañía en descartarse de este mal hijo, i en desterrarle del reino de Chile. Así dispone sabiamente el cielo que la misma materia de la culpa se convierta en azote que la deje bien castigada, i haga abrir los ojos al escarmiento a

los que se dejaron cegar de sus pasiones para cometerla, i a otros sirva de luz que los haga advertidos para huir de las temeridades. En fin paró todo en que viendo destituída nuestra justicia, resolvió la Compañía espeler totalmente de sí a este mal hijo, i darle de orden de nuestro padre jeneral la dimisoria absoluta.

«Esto no sucedió hasta tres años después; i en todo tiempo de este ruidoso litijio, no es ponderable cuánto crecieron las molestias i vejaciones contra la Compañía, hecha blanco de las lenguas maldicientes i del odio común, que tenía tan poderosos promotores, que por todos caminos i maneras le fomentaban, ideando cada día trazas para desfogar sus injustos sentimientos. A eso los incitó poderosamente con diabólicas sujestiones el apóstata, complicando su causa con la común del reino, porque les hacía creer que su espulsión de la Compañía i mal tratamiento no tenían otro orijen que el de haberse sentido mal afecto a los arbitrios del padre Valdivia. Con esto se encendían mas los émulos, como si estas razones echaran nueva leña al fuego de sus iras contra nosotros, i dieron tanto que padecer a los jesuítas, que se tiene por cosa averiguada, no fué inferior, o menos fecunda de trabajos i tribulaciones esta persecución del reino de Chile, que las primitivas de Zaragoza i del cardenal Siliceo, permitiéndole altamente la Divina Providencia para que campease mas la virtud invicta de los perseguidos» (I).

(1) Lozano, Historia de la Compañía de Jesús de la provincia del Paraguai, libro 7, capitulo 15.

XIV

A pesar de tan furiosa oposición, el padre Valdivia permanecía incontrastable en sus propósitos de traer los indios a la paz solo por medio de la persuasión.

Para ello, quiso enviar nuevos misioneros jesuítas al territorio araucano; pero el gobernador, temeroso de que fueran a correr la misma suerte que Vechi, Aranda i Montalbán, se lo prohibió espresamente; i por el contrario determinó que se hicieran malocas o entradas a la tierra para hacer motín i cautivar indios.

El jesuíta representó enérjicamente al gobernador que de aquel modo iba contra la voluntad espresa del

monarca.

Como los dos no pudieran entenderse sobre el particular, enviaron a España a defender ante el soberano sus respectivas opiniones, Luis de Valdivia al jesuíta Gaspar Sobrino, i Alonso de Rivera al franciscano frai Pedro de Sosa i al coronel Pedro Cortés.

Felipe III resolvió la cuestión en favor de Valdivia por real cédula espedida en Madrid, a 3 de enero de 1616.

Se dice que esta decisión aceleró la muerte de Alonso de Rivera, que falleció en 9 de marzo de 1617.

Lo cierto fué que el virrei del Perú, marqués de Montes Claros, el cual se mostró siempre mui adicto al padre Valdivia i sus planes, se aprovechó de esta real cédula para impartir al sucesor de Rivera las órdenes más severas en favor de la guerra defensiva, i en contra de los que la censuraban.

<<He llegado a entender, decía, que algunos hablan

mal de las disposiciones del soberano; i me admira que Vuestra señoría lo tolere, i no castigue severamente a quien no respeta i venera los mandatos de su rei. Que si no hai enmienda, tomaré en mí todo el gobierno, i proveeré i despacharé todos los empleos de guerra en sujetos que asienten i apoyen lo que Su Majestad ordena con tanta prudencia, i despues de un maduro examen. El rei vuelve a dar al padre Valdivia plena potestad para tratar las paces i apoyar i llevar adelante la guerra ofensiva i cuanto en este punto tenía determinado. De orden del rei, nombro por visitador jeneral al licenciado Fernando de Manchado, fiscal de la real audiencia, para que sostenga las disposiciones del padre Valdivia. No se canse Vuestra Señoría en escribir ni en enviar informaciociones en contra de la paz i de la guerra ofensiva, ni menos en representar en contra de lo que el padre Luis ordena en razón a esto. Los procuradores frai Pedro de Sosa i el coronel Pedro Cortés, enviados por Alonso de Rivera, antecesor de Vuestra Señoría, regresan sin contestación sobre las proposiciones que hicieron; i las del padre Luis vienen determinadas i aprobadas a consulta del real i supremo consejo de Indias».

Entre las indicaciones de Valdivia que habían merecido el beneplácito de la corte, se comprendía la de que en el tiempo i modo que le parecieren convenir, pudiere enviar misioneros jesuítas a la tierra araucana, derogándose la prohibición decretada por Rivera.

En vista de estas órdenes superiores, ya se comprenderá cuánta sería la influencia del padre Valdivia sobre los dos gobernadores interinos don Hernando Talaverano i don Lope de Ulloa i Lemos, que por entonces rijieron el reino de Chile.

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