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Para que pueda apreciarse bien la situación, debe tenerse presente que la verdad había sido revelada al rei solo a medias.

IV

Mientras tanto, había acontecido una catástrofe que sirvió de pretesto a los Salazares para tratar de justificar sus procedimientos, i para procurar proveerse de indios por mayor.

El 26 de marzo de 1651, naufragó en la costa de Arauco, vecina al país de la tribu o parcialidad llamada los cuncos, el barco que conducía a Valdivia el real situado i muchos pasajeros.

Todos ellos lograron salir a tierra sin peligro; pero a poco fueron robados i muertos alevosamente por los

cuncos.

Apenas lo supo, el presidente Acuña i Cabrera determinó hacer caer sobre la tribu culpable una invasión armada o maloca para castigarla i escarmentarla. I ciertamente no había nada que observar contra semejante medida, que era justa i conveniente.

Así la audiencia, a quien el presidente consultó sobre el particular, no tuvo reparo en aprobar la resolución, pero con la precisa reserva de que las piezas o indios que se cojerían en la maloca proyectada, serían declarados libres o esclavos, según las averiguaciones que se practicarían para saber sí eran inocentes o culpados del atentado contra los náufragos.

Acuña i Cabrera se conformó con este dictamen, i encomendó el castigo de los cuncos al gobernador de Chiloé don Ignacio de la Carrera Iturgoyen.

Las represalias que los españoles tomaron en aquella

ocasión, como en otras, fueron sangrientas i terribles.

El delito había sido atroz, pero el castigo fué correspondiente.

La espedición, como siempre sucedía, trajo por resultado la prisión de muchos indios, hombres, mujeres i niños, algunos de los cuales fueron trasportados a Santiago para ser vendidos como esclavos.

La audiencia salió entonces a su defensa, sosteniendo que con arreglo al auto proveído era menester indagar primero sí aquellos infelices habían sido o no culpables.

Con este motivo, el oidor don Nicolás Polanco de Santillana reprobó severamente la práctica establecida de que los cabos de los fuertes certificasen que la pieza o indio había sido cojido en buena maloca, sin otra dilijencia previa que la de examinar al prisionero por medio de un intérprete; i que una certificación tan informal fuera suficiente para que el gobierno estendiese carta de esclavitud conforme a la real cédula de 26 de mayo de 1608.

Manifestó que a fin de evitar los mayores abusos, <<había escrito a Su Majestad carta en su real consejo de las Indias; suplicándole se sirviese determinar por cédula en qué forma se habían de justificar las esclavitudes de los indios cojidos en maloca para que fuesen verdaderamente esclavos en esta guerra, porque en Méjico, Santo Domingo i Malaca, i en las demás partes donde había razón para dar los rebeldes por esclavos, se tenía prescrita forma i dado tribunal aparte de donde salían justificadas las calidades que hacían verdadera esclavitud».

Espuso por último «que totalmente era contra la

mente de la cédula el dar títulos de los indios que no eran de lei (esto es, de los hombres menores de diez años i medio, i de las mujeres menores de nueve i medio), porque el ponerlos en personas honestas, como a los moriscos, no inducía servidumbre, ni jénero de esclavitud, pero que reconocía que sería revolver todo el reino no disimular esta costumbre» (1).

Pero a pesar de la protección que la audiencia trató de prestar a los desvalidos indios, todos sus acuerdos sobre el particular fueron infructuosos, pues continuaron las malocas, i siguieron perpetrándose los robos i adquisiciones, especialmente de mujeres i muchachos, sin atender a si la tribu de donde se estraían estaba de paz o de guerra.

El castigo de los cuncos no llegaba jamás a término.

Ya su territorio había sido varias veces arrasado; ya los indios que lo habitaban habían sido varias veces obligados a buscar la salvación en la espesura de los bosques, o en la aspereza de los montes; ya muchos de ellos habían sido pasados al filo de la espada; ya muchas de sus mujeres i muchos de sus hijos habían sido reducidos a la esclavitud,

Sin embargo, todo aquello no se consideraba todavía bastante para satisfacer la vindicta pública.

La razón es mui fácil de comprender. Lo que se hacía era, no una guerra, sino una caza de hombres, cuya venta proporcionaba una pingüe entrada.

(1) Libro de votos de la Audiencia de Santiago de Chile, acuerdo de 22 de noviembre de 1651.

V

Como se recordará, el atentado de los cuncos había acontecido el 26 de marzo de 1651. Pues bien, en diciembre de 1653, el maestre de campo don Juan de Salazar se puso en marcha a la cabeza de novecientos españoles i de mil quinientos indios ausiliares para seguir inflijiendo mas en grande a los cuncos el castigo perdurable.

Los militares veteranos informaron con toda franqueza al presidente Acuña i Cabrera que aquella mal aconsejada espedición podía producir las mas funestas consecuencias, pero todas sus observaciones fueron desdeñadas.

El maestre de campo estaba halagado con la idea de que aquella correría le había de permitir aprehender un número mui considerable de indios; i como esta mercancía humana estaba a la sazón a mui buen precio en los mercados, tanto de Chile, como del Perú, se prometía obtener una ganancia estraordinaria.

Las advertencias de los veteranos se atribuyeron a murmuraciones de la envidia.

«Lo mas de la tierra estaba sosegada, dice Núñez de Pineda i Bascuñán hablando de esta espedición, hasta la de los cuncos, que confina con Valdivia, i que dista setenta leguas. La codicia de las piezas i el deseo de hacer esclavos a los de esta nación (que es lo que en primer lugar turba la paz, dilata la guerra, i es i ha sido orijen de todos los desastrados sucesos que han sucedido i se continúan en este reino) fué lo que hizo

poner el ejército en campaña, i obligarle a recorrer aquellas setenta leguas» (1).

«El motivo mas poderoso de esta espedición, dice otro cronista, también contemporáneo como Núñez de Pineda i Bascuñán, fué el hacer prisioneros para venderlos fuera i dentro del reino, que siendo esclavos, se hizo de ellos un comercio opulento, i mucha jente voluntaria venía a servir por el interés de este lucro» (2).

Don Juan de Salazar iba persuadido de que aquella entrada a tierra sería, no solo un excelente negocio, sino también un simple paseo.

I tan cierto fué que lo pensaba así, que llevó consigo vestida de hombre a su mujer (3).

Salazari su tropa llegaron sin novedad el 11 de enero de 1654 a la marjen del Río Bueno, que según un cronista, dista unas ciento treinta leguas de la ciudad de Concepción.

En la ribera opuesta, se percibían medios ocultos entre los árboles i la maleza todos los cuncos, unos a caballo, otros a pié, teniendo entre ellos a sus mujeresi a sus hijos, que habían llevado consigo para que no fuesen reducidos a dura servidumbre, lo que indefectiblemente habría sucedido, si los hubieran dejado en sus indefensos hogares.

Aquel espectáculo colmó de regocijo a Salazar i a los otros negociantes de carne humana que le acompañaban.

La presa que se les presentaba era soberbia, capaz de despertar la codicia del mas desinteresado.

(1) Núñez de Pineda i Bascuñán, Cautiverio Feliz, discurso 4. capitulo 13.

(2) Córdoba i Figueroa, Historia de Chile, libro 4, capítulo 16.

(3) Quiroga, Compendio Histórico.

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