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manzoro, dice el resumen, fué ajado con palabras públicas, injuriosas i de vilipendio, indignas de su dignidad i estado, i de ser referidas; i la clerecía pasó el mismo trabajo».

«Los predicadores, agrega, predicaban con temor la palabra de Dios Nuestro Señor, porque interpretándoles los sermones, trataba con aprieto que fuesen desterrados, i que también saliese el reverendo obispo».

Estas rencillas con el obispo i los predicadores dimanaron de las pueriles etiquetas que solían promoverse entre la autoridad civil i la eclesiástica.

Voi a presentar un ejemplo que basta para dar idea de lo que sucedía.

«En 30 de junio de 1667, estando en acuerdo real de justicia, es a saber: el señor presidente don Francisco de Meneses, i los señores doctores don Gaspar de Cuba i Arce don Juan de la Peña Salazar, oidores, i don Manuel de León, fiscal, i conferídose largamente los inconvenientes que se seguían cada día de haberse omitido por los predicadores en algunas ocasiones por las dilijencias e instancias del señor obispo don frai Diego de Humanzoro el captar la venia a la real audiencia con el título de Mui Poderoso Señor, como ha sido costumbre desde la fundación de dicha real audiencia en ejecución de las cédulas que en esta razón lo determinan, despachadas para las reales audiencias. de los Reyes i de Charcas, pretendiendo dicho señor obispo no se captase en su presencia, como lo ha hecho llamando a su casa a los prelados de las relijiones a quienes se lo ha ordenado, i reprendido gravemente a los predicadores que llevados de la costumbre i de la lei, han hecho a la real audiencia tan debida venia

por la inmediata i vista representación que tiene de Su Majestad; i considerando que el señor obispo, no solo ha opuesto los inconvenientes referidos en poca veneración de esta audiencia, sino que en uno de los sermones de la octava del Corpus, que dicho señor obispo predicó, sin hacer jénero alguno de cortesía, pasó en la salutación a decir palabras mui indecentes, quejándose de que no le habían convidado, sobre lo cual dijo:-que los oidores se habían entrado riendo en la iglesia;-i añadió el decir:-i yo me río de ellos, a que había precedido que al entrar en la iglesia, i héchole la reverencia que acostumbran con grandes sumisiones i cortesías, dió grandes voces, que escandalizaron mucho, llamándolos: ¡Grandes socarrones! i otras palabras correspondientes a éstas, que ejecutorian la poca atención i buena urbanidad que ha tenido con esta real audiencia, habiéndosele dado por esta real audiencia un lleno de atenciones i cortesías. I porque no se falte en manera alguna a las que se deben a tribunal tan superior, unánimes i conformes fueron de parecer que el señor doctor don Juan de la Peña Salazar llame a los prelados de las relijiones de orden de este real acuerdo, i les advierta manden. a sus súbditos que en las festividades que predicaren, presente la real audiencia, guarden la costumbre, captando en primer lugar la venia con el título de Mui Poderoso Señor, i después la puedan pedir al señor obispo si quisieren» (1)

El gobierno del presidente Meneses, a causa de sus procedimientos arbitrarios i despóticos, fué una serie continuada de rencillas con todos i sobre todo.

1) Libro de votos de la Audiencia de Santiago de Chile, acuerdo de 30 de junio de 1667.

XII

Habría sido mui raro que un gobernante de aquella especie hubiera tratado con humanidad a los desventurados indios.

I en efecto, apretó con mano de hierro, no solo a los rebeldes, sino también a los sumisos.

Aprovechándose de las ventajas obtenidas por sus dos antecesores, i prosiguiéndolas por su parte, impuso la paz a los araucanos.

En cuanto a los pobres indios de encomienda, toleró la continuación de los inveterados abusos, i los agravó todavía.

Veamos lo que sobre esto contiene el resumen de los autos de su residencia, que ya he citado antes.

«<Los indios naturales no fueron amparados en su libertad, antes don Francisco de Meneses los entregaba a sus encomenderos para congratularlos, quitándolos de donde estaban i querían servir, facultad que les da la real tasa de Vuestra Majestad: i algunos de éstos, como otros oficiales que trabajaban para sustentarse, los sacaban maltratados, heridos i aporreados los ministros de guerra para que todo el año trajesen nieve de la cordillera para el regalo del gobernador; i el que quedaba pagaba al ministro o soldado aquello con que se había de sustentar».

«No pidió ni solicitó que a los dichos indios se les administrase la doctrina cristiana, como lo hicieron

sus antecesores».

Este exceso de opresión había anonadado a los indios; pero la dureza con que se les trataba era tan cruel, que evidentemente no se conformaban de buen

grado con su suerte, i aguardaban anhelosos cualquiera oportunidad de recuperar la libertad i de castigar a sus tiranos.

Tal fué una de las principales consideraciones de que se valió la audiencia, en uno de los lances apurados en que se halló el presidente Meneses, para salvarle de las censuras eclesiásticas que se habían fulminado contra él.

El presidente Meneses había inferido un agravio feroz al veedor jeneral don Manuel de Mendoza, sin otro motivo que el de haber éste pretendido contenerle en la manera fraudulenta de distribuir el situado. Mendoza, que era arrebatado, buscó ocasión de

vengarse.

Cierto día, que el presidente pasaba cerca de la iglesia de San Juan de Dios con un ayudante, el implacable veedor, que le acechaba emboscado con otras personas, le tiró varios pistoletazos, que hirieron a Meneses gravemente, pero sin causarle la muerte.

Por el contrario, el presidente se defendió con valor, i obligó a su adversario a buscar un asilo en la inmediata iglesia.

Sin respeto al lugar sagrado, don Francisco de Meneses no tardó en arrebatar de allí, por medio de una tropa de soldados, a Mendoza, a quien, según un cronista, «hizo pasear por las calles vestido de coles, rapadas cejas, cabellos i barba, o como otros dicen, a media rasura, tratándolo como a loco» (1).

(1) Córdoba i Figueroa, Historia de Chile, libro 6, capítulo 5. El veedor, llamado Manuel Pacheco por el autor, había sido mui amigo del abuelo de éste, don Fernando Mier; pero la audiencia le nombra don Manuel de Mendoza, Tal vez el veedor usaba los dos apellidos.

El veedor fué en seguida ajusticiado, pagando con la muerte su criminal intento.

La autoridad eclesiástica, que tenía serios motivos de queja contra el presidente, no desperdició la ocasión de hacerle esperimentar su poder.

El comisario del Santo Oficio fulminó escomunión contra don Francisco de Meneses, por haber violado el asilo del templo, i contra los ministros de justicia i los soldados que habían estraído al desgraciado Mendoza, i ejecutado en él la pena de muerte, esponiendo al público sus nombres en una tablilla.

La medida no podía ser mas grave.

Concurramos ahora a la sesión de la audiencia en que se trató de este asunto.

«En la ciudad de Santiago de Chile en 22 de octubre de 1667, los señores doctores don Juan de la Peña Salazar, oidor de esta real audiencia, i don Manuel de León Escobar, fiscal de ella, estando en el real acuerdo de justicia, a donde se juntaron para el efecto de llamar al comisario del Santo Oficio doctor don Francisco Ramírez de León, en conformidad de lo resuelto en junta particular que el señor presidente don Francisco de Meneses, gobernador i capitán jeneral de este reino, hizo en las casas de su morada, en que asistieron dichos señores i los licenciados don Juan del Pozo i Silva, don Juan de la Cerda i Contreras i don José González Manríquez, abogados de la real audiencia; i habiendo venido el dicho comisario del Santo Oficio, los dichos señores le advirtieron absolviese al señor presidente de las descomuniones en que le tenía declarado por incurso, i fijado en la tablilla con todos los soldados pagados, justicias i demás personas i cabos del real ejército que acompañaron a Su Señoría en la

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