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yecto de poblaciones en Arauco; pero preciso es confesar que el plan era por lo jeneral mui bien aceptado, i que como se ha visto, el rei mismo había recomendado diversas veces su adopción.

La fundación de pueblos había llegado a ser considerada como el remedio de todos los males.

El virrei Amat, que parece tenía a los jesuítas mui mala voluntad, atribuye a un motivo egoísta e interesado la presión que, a lo que decía al rei, habían ejercido sobre Guill i Gonzaga para hacerle realizar aquel pensamiento.

Según pretendía Amat i Junient, los jesuítas no habían llevado otra mira que la de recuperar i asegurar las numerosas estancias que habían formado en Arauco, i que habían perdido en el alzamiento de 1723.

Sin embargo, es sabido, i consta así de documentos, que los jesuítas sostuvieron siempre que el único medio de lograr que los indios se habituasen a vida cristiana era reunirlos en poblaciones, en que pudieran ser doctrinados, i en que adoptaran los usos de la civilización.

El presidente Guill i Gonzaga, estimulado por los jesuítas sus consejeros, se propuso con el mayor entusiasmo i las mas lisonjeras esperanzas realizar este proyecto; pero lo que consiguió fué, no hacer que los araucanos formasen poblaciones, sino provocar uno de los mas terribles alzamientos, que estalló el 25 de diciembre de 1766, i que solo pudo aplacarse a fuerza de mucho trabajo, i después de haberse esperimentado perjuicios i pérdidas de consideración.

AMUNÁTEGUI.-T. VII.

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XII

El pésimo resultado que había obtenido excitó en el mas alto grado la indignación del presidente Guill i Gonzaga contra los araucanos.

Sintió en lo íntimo del alma que aquellos heroicos indios le habían humillado, i lo que todavía era peor, que tenían humillada, hacía siglos ya, a la altiva i poderosa nación española.

Aquello era profundamente indecoroso, insoportable; no podía tolerarse por mas largo tiempo.

Era preciso a toda costa hacer un esfuerzo supremo para poner fin a tamaña afrenta.

Don Antonio Guilli Gonzaga lo espresó así sin ambajes, en una carta que dirijió al rei en 1.o de mayo de 1767.

«Lo que conviene a Vuestra Majestad, a su real erario i a la quietud i conveniencia del reino, le decía, es hacerles guerra hasta sujetarlos a perpetua obediencia, o aniquilar a los rebeldes, sacándolos a todos de sus tierras i distribuyéndolos por el reino, especialmente por las provincias de Coquimbo, Copiapó, Guasco y sus despoblados, i distribuyendo a las mujeres i párvulos por las haciendas del reino, de modo que no lleguen a unirse i congregarse, ni quede familia de ellos. en sus propias tierras, que, siendo las mas fértiles i ricas de minas, se pueblan inmediatamente de españoles para que no les permitan la entrada a los indios.

<«<Confieso injenuamente que el perseguirlos en el caso presente hasta darles el golpe solo serviría de darles a conocer nuestras fuerzas i poner escarmiento a su osadía; pero no sería remedio en lo futuro para la su

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jeción de estos bárbaros, i que siempre se continuarían sus novedades con mucho gasto i costo de la real hacienda; i en caso de atacarlos, había de ser a un tiempo por la Concepción o su frontera, por Buenos Aires por Valdivia, para lo que sobra jente en estos países, i solo se necesitan fusiles, pólvora i balas, i que el virrei contribuya con los caudales i auxilios necesarios; porque de atacarlos i perseguirlos por la frontera solo resulta que si los indios conocen superiores nuestras fuerzas, se retiran a lo interior de las cordilleras, o pasan a Buenos Aires, a donde no pueden llegar estas milicias, o por razón del tiempo de invierno, que a ellos les es favorable, o por falta de caballos i víveres; i si al mismo tiempo fuesen atacados por Buenos Aires, se verían estrechados a entregarse como súbditos, o a morir como rebeldes.

«Meréceme, Señor, este pensamiento, que tengo bien premeditado i reflexionado, el ver que há tantos años. se mantiene esta jente indómita, sin obediencia i sin freno, i que cada día va tomando aumento en sus individuos, i mayores fuerzas en armas i caballos, que adquieren de los nuestros por medio de sus contratos que llaman conchavos, i que llegando a tanto estremo la multitud, cuando se quiera sujetarlos, será imposible, i antes quedarán los españoles i este reino bajo del yugo i servidumbre de los indios, i pondrán la lei que quisieren; i si alguna vez se ha de procurar contenerlos hasta llegar a su esterminio, ahora era la ocasión de dar principio a este proyecto.

«Es costumbre establecida que todos los presidentes i gobernadores en el primer viaje que hacen a la frontera hagan parlamento con los indios, que se reduce a exhortarlos a la paz con los españoles i obedien

cia a Vuetra Majestad; i para esto se gastan ocho o diez mil pesos en mantener las milicias que se llevan para contener su traición, mantener los indios el tiempo que dura el parlamento, i regalar a cada uno bastón, sombrero, corte de calzones, tabaco, añil i avalorios; i esto que de parte de Vuestra Majestad se llama agasajos, ellos lo reciben como tributo i gabela; i es posible Señor, que se ha de permitir no solo el gasto, sino tolerar el vilipendio de que los indios blasonen de que se les da tributo i paga por la paz, cuando Vuestra Majestad puede a poco costo sujetarlos a verdadera obediencia i vasallaje?

«Del ramo del situado se aparta en las cajas de Concepción cada año cierta cantidad, que se llama ramo de agasajos, para contribuir a los indios siempre que se les antoja a los caciques bajar a la Concepción a visitar al capitán jeneral, o dar alguna queja al maestre de campo. Esta es otra especie de tributo que se les paga, por donde tienen mayor engreimiento, pues por el mas leve perjuicio que reciben de algún español, inmediatamente piden pagas, que si no se las dan, hacen mérito para levantarse; i del mismo modo se practica por la parte de Valdivia.»

El sistema que proponía el presidente Guill i Gonzaga de hacer salir fuera de su territorio a todos los araucanos, i diseminarlos por toda la estensión del reino era mas fácil de esponerse en una carta, que de ejecutarse, aun cuando fuese a la cabeza de un ejército,

Los araucanos, que se comían a sus hijos por no rendirse, o que los vendían para proporcionarse armas con que pelear, no eran hombres que pu

dieran ser tomados a mano i arreados fuera de sus tierras como ganado.

El presidente Guill i Gonzaga lo debía saber demasiado por esperiencia propia.

Los españoles tuvieron, pues, que seguir pagándoles la especie de tributo que tanto costaba a su orgullo, i que seguir corriendo el riesgo de que el ejemplo i lạs insinuaciones de los indios indómitos diese bríos a los de encomienda para intentar un alzamiento jeneral que habría puesto a los conquistadores en serios conflictos.

XIII

I mas de una vez, no solo en los primeros tiempos, sino también en los últimos de la dominación española, faltó poco para que esto de la insurrección en masa fuese una terrible realidad.

La ocupación de Chile por los españoles contaba ya cerca de dos siglos; i todavía la actitud imponente de los araucanos mantenía inquieta todas las poblaciones indias, aun las sometidas, i amenazaba a Santiago misma, la capital del reino, el centro del poder metropolitano.

Ahora parece increíble; pero sin embargo el hecho es que muchos años después de la época mencionada, los vecinos de la gran ciudad fundada por Pedro de Valdivia temblaban de que los araucanos penetraran en sus rápidos corceles hasta la plaza principal.

La noticia de que venían los indios producía el espanto no solo en las indefensas villas de la frontera, sino en la misma guarnecida Santiago.

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