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tajas de renunciar a su bárbara independencia i a sus costumbres nacionales.

No debían sentirse halagados de pagar al soberano un tributo, por moderado que fuese, para perder la libertad salvaje que les permitía vivir a su antojo i sin sujeción a leyes estrañas.

Una larga esperiencia les había manifestado que los españoles no tenían fuerzas suficientes para imponerles su dominación, i por tanto era mui natural que no fueran voluntariamente a poner el cuello en el yugo.

Otro de los útiles efectos que O'Higgins esperaba de la abolición de las encomiendas era la prosperidad de la industria i del comercio.

Indudablemente, la libertad de sus personas i de su trabajo, devuelta a los indios, debió contribuir de un modo notable al aumento de la producción.

Sobre todo, debió poner remedio a la rápida disminución de la población.

Ya en 13 de agosto de 1789, don Ambrosio O'Higgins anunciaba al rei «que los naturales habían comenzado con calor sus operaciones de industria, i que manifestaban deseo de hacer útil i provechosa su libertad aplicándose a la agricultura i a las minas con el esmero que les inspiraba la idea de trabajar ya para sí mismos, i que iban a redundar en utilidad propia sus ajencias»>.

Todo esto era mui de esperarse, porque era lójico; pero como la medida había sido mui incompleta, los resultados también lo fueron.

La lei declaraba a los indios libres, iguales a los demás vasallos, no dependientes mas que del rei; pero los dejaba sumidos en una ignorancia profunda, no

hacía nada para destruir los malos hábitos creados por mas de dos siglos de una dura servidumbre.

Los indios quedaron desde entonces por derecho dueños de sí mismos, pero por el hecho ligados a la tierra.

Los yanaconas eran mui parecidos a lo que en algunas partes son aun hoi día los inquilinos.

La lei abolió el servicio personal, la encomienda; la costumbre conservó hasta cierto punto el uno i la

otra.

Aunque el gobierno metropolitano tuvo la buena idea de querer destruir una organización social viciosa, no supo o no pudo tomar las precauciones necesarias para correjir los resultados prácticos que ya estaban producidos, para estirpar el mal de raíz.

CAPÍTULO NOVENO

LA PARTICIPACIÓN DE LOS INDIOS EN LA REVOLUCIÓN DE LA INDEPENDENCIA,

Actitud de los indios en la revolución de Chile.-Influencia de la Araucana de Ercilla para impulsar aquel grande acontecimiento.-Id. de los cronistas nacionales, i especialmente de Molina.-Hechos que comprueban la realidad i eficacia de estas influencias.

I

He procurado hacer un bosquejo compendioso, pero comprensivo de la condición social de los indios en Chile desde la conquista hasta la revolución.

Solo me falta examinar la parte que tuvieron en el grande acontecimiento de la independencia.

Los indios sometidos, los de encomienda, los yanaconas, los inquilinos (déseles el nombre que se quiera) puede decirse que por sí mismos no tuvieron ninguna.

AMUNÁTEGUI.—-T, VII,

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Se limitaron a seguir la bandera de sus amos o patrones, sirviendo indiferentemente al rei o a la patria, sin darse cuenta de su conducta, según el partido en que sus señores se alistaron.

Todo esto se concibe mui fácilmente.

Pero ¿cuál fué la conducta que observaron en tan memorable i significativa lucha los famosos araucanos, los impertérritos defensores de la independencia de su país?

Preciso es confesar que por lo jeneral se manifestaron mui adictos a los intereses de los realistas.

"Los indios araucanos de Chile, dice con mucha complacencia don Mariano Torrente, se mantuvieron constantemente fieles a la causa del rei; i aun después de haber sucumbido todas las autoridades españolas en América, sostuvieron los reales derechos hasta 1827 bajo la dirección de los ilustres jefes Benavides, Pico i Senosiain”(1).

Esto también se concibe sin dificultad.

La independencia a que llevó la revolución de 1810 no era la que los araucanos habían defendido por tantos siglos.

ΕΙ gran movimiento mencionado destruyó la dominación política i administrativa de España sobre sus colonias del nuevo mundo.

La lucha de los araucanos contra sus invasores era en la realidad la de la barbarie contra la civilización.

A la verdad, importaba poco a los descendientes de Caupolicán i de Lautaro que se tratara de someterlos en nombre del rei, o de la república.

(1) Torrente, Historia de la Revolución Hispano-Americana, discurso preliminar, parte segunda.

Por eso, no debe estrañarse que en la lucha de la metrópoli i de la colonia, sus simpatías estuvieran por el soberano que de cuando en cuando les hacía regalar casacas vistosas i gorras galoneadas.

II

Pero si los araucanos no combatieron personalmente en favor de la independencia de Chile, su historia, su ejemplo prestaron a los patriotas el mas eficaz de los ausilios.

Aquella tribu de bárbaros, tan poco numerosa, tan escasa de recursos lo había osado todo, antes que soportar el yugo estranjero.

Era aquel un modelo sublime puesto a la vista de los chilenos que se hallaban hasta cierto punto en circunstancias análogas. Ellos también defendían sus tierras, sus familias, sus personas, su patria, contra la dominación que les imponían los peninsulares.

I para que aquel ejemplo conmovedor produjese mayor efecto en las imajinaciones de los insurrectos, era presentado a su admiración en magníficos versos, estaba consignado en un monumento épico.

Los araucanos no eran los únicos indios de América que habían rechazado a los europeos, i por largo tiempo, i con una constancia también inquebrantable; pero eran los únicos que habían encontrado un Ercilla para cantar sus proezas.

Sin embargo, el servicio había sido recíproco. Si el insigne poeta los ha puesto en la categoría de los héroes de la Iliada i de la Eneida, ellos le propor-cionaron un argumento que le ha inmortalizado.

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