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CAPÍTULO TERCERO

LA GUERRA DE ARAUCO

Plan defectuoso puesto en práctica por Valdivia i sus sucesores para la ocupación de Arauco.-Táctica de los araucanos. -Guerra de devastación practicada contra ellos por los españoles.—Crueldades ejercidas contra los araucanos.-La esclavitud impuesta a los araucanos.— Esta medida obtiene la sanción real.-Modo cómo se ejecutó.-Atraso i pobreza que la necesidad de sostener la guerra de Arauco produjo en las poblaciones del norte de Chile.-Oposición de los habitantes de Santiago para someterse a las levas i derramas que se les imponían con motivo de dicha guerra.-La heroica resistencia de los araucanos hace correr a los españoles el riesgo de verse forzados a aban donar todo el país.-Clase de manutención que se daba al ejército veterano en Chile. -Estado de su disciplina.-Conducta de los indivi duos de este ejército.-Temores que inspiraba.—Motines en que tomó parte.

I

La guerra de Arauco es una de las mas sangrientas, i sobre todo, una de las mas largas que recuerda la historia.

Hai pocos pueblos que hayan defendido su inde

pendencia con la constancia i heroicidad de los indios de esa comarca.

Los españoles tenían las incomparables ventajas de la superioridad en las armas i en la disciplina; disponían, puede decirse, gracias a los cañones i arcabuces, del rayo que repartía por todos lados una muerte terrible, i que la llevaba a lo lejos; montaban fogosos i rápidos caballos, que les comunicaban la fuerza de centauros, i que convertían a cada guerrero en ciento; conducían en pos de sí perros feroces i cebados en la carne de indio, que daban la caza a los indíjenas como a fieras; habían dominado a los naturales del norte del país hasta el estremo de conducirlos en número mui considerable contra sus compatriotas del sur; «servían los indios a los españoles, dice uno de los cronistas primitivos, no solamente en sacar oro i en otros trabajos, sino también de coadjutores en la guerra contra los indios que estaban adelante, cosa no poco notable, mayormente siéndolo con tanta fidelidad, sin hallar jamás traición en alguno dellos».

La última de las observaciones. del cronista citado no era del todo exacta, pues debe recordarse, entre otros, a Lautaro; pero en fin, hablando en jeneral, aseveraba un hecho verdadero.

Las ventajas mencionadas eran inmensas, las mismas que permitieron a los españoles realizar con tanta facilidad la conquista de otras rejiones de América; pero en compensación, los araucanos eran mucho mas numerosos que los invasores, i sobre todo, tenían la resolución inquebrantable de no renunciar a la independencia, de soportarlo todo antes que perderla.

Si la lucha hubiera debido ser decidida por medio de batallas regulares, los araucanos habrían podido

ganar algunas victorias, como efectivamente las obtuvieron; no obstante, al cabo de un tiempo mas o menos largo, habrían sucumbido.

Pero no se trataba de derrotar ejércitos, sino de dominar un pueblo valeroso i soberbio, que lo prefería todo al vasallaje.

El único plan que podía adoptarse para conseguirlo a la larga, era fundar en situaciones convenientes. fortalezas i ciudades que sirviesen de diques a aquel mar de barbarie i de intrepidez, siempre bravío, preñado de tempestades aun en sus calmas, i que creasen centros industriales en cuyo contorno se acumulasen elementos de civilización i de dominación, que poco a poco se fueran esparciendo por toda la comarca.

Fué esto lo que comprendió perfectamente la vista penetrante de Pedro de Valdivia; pero confió demasiado en sus fuerzas i cometió la grave falta de no conocer que carecía de los recursos indispensables para llevar al cabo esta idea, a lo menos en toda su estensión.

Valdivia multiplicó las fortalezas i las ciudades en la rejión austral de Chile; pero aquello era solo la mitad de la obra que debía realizarse, menos quizá de la mitad.

I la otra mitad, la mas importante?

¿Cómo guarnecer esas fortalezas; cómo poblar esas ciudades?

No bastaba delinear calles, levantar una capilla i una cárcel, una casa de ayuntamiento i un recinto fortificado, i rodear todo aquello con una pared, una estacada o un foso. Era necesario encontrar jente que se avecindara dentro de aquel lugar; i esto era lo deficultoso, o mas bien lo imposible. Sobraban la tierra

i la madera para construír edificios; pero faltaban los habitantes para ocuparlos.

En caso de ataque, las nuevas poblaciones no contenían los recursos suficientes para defenderse por sí solas; i como se hallaban situadas a largas distancias unas de otras, no alcanzaban a protejerse mutua

mente.

La historia, por boca del cronista de Indias Antonio de Herrera, pronunció hace años su fallo razonado sobre aquel erróneo sistema. «Pedro de Valdivia, con menor consejo del que debiera capitán de tanta esperiencia i buen juicio, abrazó mas, e hizo mas pobla ciones de las que conviniera según los pocos soldados que tenía en provincias que hervían de jente la mas guerrera i bien armada de cuantas naciones se han descubierto en el Perú, sin vivir con sujeción de señores, como los de Méjico i el Perú, sino por parcialidades, reconociendo a los parientes mayores i mas valientes»> (1).

Lo mas asombroso es que muchos gobernadores que sucedieron a Pedro de Valdivia, estraviados por falsas ideas estratéjicas, o halagados por la necia vanidad de llamarse fundadores, continuaron, a pesar de las representaciones de los cabildos, levantando fuertes i mas fuertes, donde diseminaban sus tropas, que se aburrían de fastidio mientras se las dejaba en paz, i que no podían sostenerse cuando se las atacaba.

En el día de la prueba, se vió por una triste esperiencia, que tantos establecimientos aislados i dispersos, desprovistos de guarnición i población suficientes, no contenían a los indíjenas i ponían en peligro la vida de sus moradores.

(1) Herrera, Historia jeneral de Indias, década 8, libro 7, capítulo 4.

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