Imágenes de páginas
PDF
EPUB

cientas almas.-Los obispos, i jeneralmente todas las órdenes, han dicho i predicado sobre esto i dado su parecer por escrito, grandes cosas; i dicen no ser justo hacer la guerra tan cruelmente.-Por lo que he sobreseído esta causa, llevando adelante mi intento solo en los hombres, que de esos ninguno escapa que no sea pasado a cuchillo, hasta le informara a Vuestra Majestad, a quien suplico se sirva mandar consultar esta causa; i consideradas las maldades i traiciones, ofensas grandes que han hecho a Nuestro Señor estos bárbaros, mandar lo que acerca desto se hubiera de seguir para que en todo acertemos a 'servir a ambas Majestades».

No sigo con mas citas, porque no es mi ánimo componer unas tablas de sangre, sino tan solo pintar el carácter de la guerra.

Los cristianos se portaban tan bárbaros como los inismos salvajes contra quienes combatían, siendo por lo tanto doblemente criminales.

Lo mas triste para los perpetradores de tantas crueldades es que ellas fueron inútiles; o mas bien produjeron un resultado diametralmente opuesto del que se esperaba. El terror solo sirvió para separar mas i mas a los indios, para infundirles tanto odio contra los españoles, que, según la espresión de un conquistador, nacían aborreciéndolos.

La intimidación no cabía en el pecho de hombres semejantes a los que describe un testigo presencial: <<Digo que he visto ajusticiar una infinidad dellos, i cuando los llevan a ahorcar, piden, señalando con la mano, los ahorquen de la rama mas alta del árbol que mas les cuadra; i cuando se les manda cortar las manos, apénas se les derriba la una, cuando de su volun

tad, sin decírselo, ponen la otra. En tiempo de don Alonso de Sotomayor, se prendió un indio del Estado en la provincia de Catirai, el cual era sobrino de un cacique, i por notar don Alonso que era el indio hombre de entendimiento i soldado, se informó dél de muchas particularidades, i entre otras deseoso de saber cuál era el castigo que mas sentían los indios de guerra, le pidió se lo dijese, refiriendo don Alonso todos los que en aquel tiempo se les hacían, que eran muchos i bien crueles. Le respondió el prisionero que cualquiera de aquellos castigos sentían los indios de guerra; pero el que mas sentían i les lastimaba el corazón era el de servir a los españoles. I mandando un día el gobernador Martín García de Loyola castigar unos indios que se prendieron en la ciudad de Santa Cruz por ser famosos ladrones de hurtar caballos del cuartel i alojamiento del campo, donde entraban de noche al efecto, llevándolos a ajusticiar, dijo uno de ellos a un soldado nacido en aquella tierra: di al gobernador que yo muero contento, porque no será el postrer gobernador que matará indios de guerra, ni yo seré el postrero que moriré por sustentarla» (1).

Esta entereza estraordinaria de los altivos araucanos los hizo formidables.

De cuando en cuando eran vencidos i forzados a someterse al yugo; pero solo por temporadas, aprovechando cualquiera oportunidad para volver a levan

tarse.

(1) Olaverría, Informe sobre el reino de Chile, sus indios i sus guerras.

V

Al cabo de medio siglo de tanto afanarse, de tanto batallar, de tanto gastar, de tanto matar, los conquistadores habían tenido que pasar por la humillación de ver arrasadas por los indios todas las ciudades que habían fundado ultra Biobío, i de ser obligados a tener este río por límite de su dominación en Chile.

I mientras tanto, ¿aquella larga, costosa i sangrienta lucha producía alguna ventaja a los conquistadores?

Sí; les proporcionaba una, que en su concepto era de alta importancia: la adquisición de indios para llenar las bajas cada día mas numerosas que hacía en sus encomiendas el mal tratamiento que daban sin misericordia a los infelices indíjenas.

Los españoles siempre fueron mui codiciosos de indios; pero naturalnente lo fueron siendo mas a medida que éstos iban escaseando.

Lo cuerdo habría sido procurar conservarlos apartando la causa principal de su espantosa mortandad, esto es, desplegando menos dureza para hacerlos trabajar; no obstante, los encomenderos no entendían de este modo su interés.

He manifestado antes en el precedente capítulo con documentos contemporáneos cuán rápida i terrible fué en Chile, como en otras partes de América, la destrucción de la raza indíjena; pero ya que he tenido que volver a tocar la materia, voi a agregar un nuevo testimonio, que contiene datos curiosos sobre el particular.

«En lo que toca a los indios, decía al rei en carta

de 6 de enero de 1610 el oidor don Gabriel de Zelada, han quedado mui pocos lugares de ellos, porque casi todos están despoblados, i los indios divididos en diversas estancias i otras partes, fuera de sus naturales. i tierras; i habiendo sido este reino uno de los mas poblados de todas las Indias, no hai de presente encomienda que pase de cien indios, i casi todas son de a cuarenta, cincuenta, sesenta indios; i se han apurado i consumido de modo que no han quedado en todo el distrito de esta ciudad (Santiago) dos mil i ochocientos indios tributarios, i de éstos mas de los mil son aucáes (araucanos) cojidos en la guerra; i las demás ciudades que están de esta parte de la cordillera no tienen todas otros tantos indios».

Una de las causas que apuntaba el oidor Zelada para tan espantosa despoblación era «el servicio personal de los indios, de que se había usado en el reino de Chile con tanta tiranía; que se habían servido de todos sin distinción, así de los hombres como de las mujeres, grandes i pequeños, sacándolos de sus naturales, privándolos, no solo de sus tierras i bienes de que no solo no gozan, pero tampoco de sus hijos».

En semejante estado de cosas, se concibe fácilmente que los encomenderos de la rejión pacificada de Chile tuvieran mucho interés en renovar con indios traídos de Arauco, sus diezmadas encomiendas.

La esclavitud de los indíjenas en la acepción estricta de la palabra, esto es, la venta de los indíjenas por dinero sube en Chile a los primeros tiempos de la conquista.

Cuando Pedro de Valdivia determinó enviar a España a Jerónimo de Alderete para que le obtuviese del rei la gobernación i otras mercedes, vendió, a fin

de proporcionarse fondos para costear aquella comisión, los indios que había reservado para sí en la ciudad de Santiago desde que la pobló.

Jerónimo de Alderete hizo otro tanto con los suyos. De este modo juntaron entre los dos mas de treinta mil pesos.

Para salvar la disposición legal que prohibía estas ventas de indios, Valdivia pretendió que como él i Alderete habían cedido sus indios a conquistadores, aunque fuera por dinero, aquello debía reputarse, no venta, «sino ayuda que les hacían para sustentar el reino» (1).

Si desde el principio hubo la idea de que podían celebrarse estos contratos de carne humana, se tuvo con mayor fundamento la de que era lícito i conveniente trasladar por la fuerza a los indíjenas a largas distancias de su residencia para apartarlos del lugar en que eran peligrosos, i aprovechar su trabajo.

<«<Mándame, Vuestra Majestad, decía al rei Rodrigo de Quiroga en carta de 2 de febrero de 1576, destierre algunos indios de los bulliciosos para las provincias del Perú, en entrando que entre por los estados de Maregüeno, de Purén, Arauco i Tucapel, que son los que hacen la mas guerra»,

Rodrigo de Quiroga no ejecutó este mandato al pié de la letra, sino que se permitió modificarlo en beneficio suyo i de sus amigos. Prefirió tomar todos los indios que pudo para trasportarlos, no al Perú, sino a la jurisdicción de Santiago o de la Serena, donde se empleaban en sacar oro para él o sus parciales; i como naturalmente le gustaba hacer estas traslaciones con

(1) Góngora Marmolejo, Historia de Chile, capítulo 14.

« AnteriorContinuar »