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Pero aunque con aquella respuesta calmó algun tanto el odio contra los judíos, poco despues volvió á encenderse mucho mas por el motivo que refiere el M. Gil Gonzalez Dávila. «Llegaron, dice, al consejo los judíos que andaban en la corte arrendando las rentas reales, y presentaron las cartas que habian tenido de las aljamas de Sevilla, con aviso que D. Hernan Nuñez, arcediano de Ecija, de quien dice el burgense en su Escrutinio, que era mas santo que sabio, con su predicacion habia conmovido el pueblo contra ellos; y porque el conde de Niebla, y Alvar Perez de Guzman, alguacil mayor de aquella ciudad, mandaron azotar á uno de la plebe por haberlos maltratado, el resto, indignado dello, se conmovió, y perdiendo el respeto á la justicia la hicieron retirar, quitándole la presa de la mano, y tentaron de matar al conde y alguacil; y pedian por merced pusiese remedio á ello, para que tuviesen seguridad en sus haciendas, y casas. El consejo envió á un caballero de aquella ciudad que asistia en el consejo con título de prior, otro á Córdoba, y á otras ciudades, donde habia las mismas alteraciones. Mas aprovecharon poco, porque el pueblo estaba tan desmandado, y la codicia del predicador con tanto crédito y apariencia de religion, que con ella acometieron las aljamas, saqueando las casas, y á muchos pasaron á cuchillo. Y este arcediano fue causa que en Castilla se levantase el pueblo contra ellos; y se arruinaron con este alboroto las aljamas de Sevilla, Córdoba, Búrgos, Toledo y Logroño; y en Aragon las de Barcelona y Valencia; y en Cerdeña; y los que pudieron escapar con la vida, la compraron con dádivas escesivas, y muchos dellos escapando de la tempestad de este mar bravo, pidieron fingidamente el bautismo, acabando el miedo lo que el corazon no pudo (1).»

Enrique III procuró poner algun remedio á los desórdenes producidos por los sermones del arcediano; pero ya no pudieron los judíos volver á su estado antiguo: «ca las gentes, dice la crónica de este rey, estaban muy levantadas, é la cobdicia de robar los judíos, crecia cada dia.>>

En las quejas comunes contra los judíos á los principios de su persecucion, no se hacía mencion alguna de ultrajes ni irreverencias contra la religion católica. Las acusaciones se dirigian únicamente contra el rigor con que ejercitaban la usura, contra sus vejaciones en la recaudacion de las contribuciones reales, contra el demasiado influjo que se les daba en palacio, en las casas de los grandes y en los oficios públicos de las municipalidades, contra sus trages muy costosos, y contra su orgullo y el desprecio con que trataban á los pobres cristianos.

(1) Historia de la vida y hechos del rey D. Enrique III, cap. 17. Ortiz de Zúñiga, Anales de Sevilla. Año 1391. Mariana, Historia de España, lib. XXII, cap. 18.

Pero no bastando aquellas declamaciones para acabar de arruinarlos, en el reinado de D. Juan II se empezaron á divulgar, fingir y suponer en los conversos otros crímenes mas horrorosos: que azotaban los crucifijos y escarnecian las imágenes de María santísima y de los santos: que robaban los niños de los cristianos para martirizarlos ó venderlos á los moros... Se esparcieron por toda la cristiandad libelos infamatorios. Se formaron procesos, con testigos corrompidos ó fanatizados. Uno de ellos se envió al papa Nicolás V para empeñarlo mas en su proscripcion, como lo refiere Fr. Juan de Torquemada en su Tratado contra los madianitas, escrito en Roma el año 1450 (1).

Aquel docto teólogo, Fr. Alonso de Talavera (2), y otros sabios y muy pios escritores procuraron refutar tales calumnias Y suavizar el odio concebido contra la nacion hebrea; pero nada bastó para que dejara de aumentarse y propagarse mas de cada dia.

El reinado de Enrique IV presentó nuevos triunfos á los enemigos de los judíos. Los grandes y obispos que se habian propuesto destronarlo, conociendo el grande influjo de la religion en el espíritu público, divulgaron la voz de que era herege, y aun algunos pensaron en delatarlo al papa, cuyo proyecto no pasó adelante, porque temieron que el oro de aquel rey pudiera mas en Roma que sus intrigas, como lo refiere Alonso de Palencia.

«Los grandes del reino que en Ávila estaban con el príncipe D. Alonso, dice aquel historiador (3), determinaron deponer al rey D. Enrique de la corona y cetro real, y para lo poner en obra eran diversas opiniones, porque algunos decian que debia ser llamado, y se debia hacer proceso contra él. Otros decian que debia ser acusado ante el santo padre de heregía, y otros graves crímenes y delitos, que se podian ligeramente contra él probar.

>>La segunda opinion fue reprobada por los que conocian las costumbres de los romanos pontífices, cerca de los cuales valia mucho el gran poder y las dádivas de quien quiera que darlas pudiese, y temian que si el caso se difiriese, el poder del rey D. En: rique se acrecentaba, por el gran tesoro que tenia......>>

No habiendo podido los facciosos hacer entrar al papa en su malvado proyecto de destronar al rey, desataron sus lenguas y sus plumas contra la curia romana. En ningun otro libro español de aquellos tiempos se encontrarán invectivas tan acres contra los papas y su corte como en la citada crónica de Alonso de Palencia, capellan é historiador del infante D. Alonso, hermano y competidor de D. Enrique.

(1) Nicol. Ant. Biblioth. Hisp. vet., lib. X, cap. 10. (2) Ibid.

Crónica del ilustrísimo príncipe D. Enrique IV, parte 1, cap. 67.

Pero aunque los rebeldes no pudieron lograr el apoyo de la corte pontificia, no por eso cesaron de valerse del resorte de la religion para sus malvados fines.

«E como fuese cierto, dice Palencia, del desamor y discordia que en aquellas ciudades habia entre los cristianos nuevos, é viejos, el maestro comenzó de añadir mayor discordia entre ellos, como nunca habia podido aquellas ciudades ocupar, ansi como otras que en otros reinos habia ocupado. E falló ligero camino para conseguir lo que deseaba, el cual fue que en Córdoba se hiciese tal alboroto de que á los de Sevilla cupiese parte. E como los cristianos nuevos de aquella ciudad de Córdoba estuviesen muy ricos, é hiciesen algunas cosas demasiadas, de que los cristianos viejos muy grande enojo recibian, cada dia mas é mas entre ellos la enemistad crecia; y entre las otras cosas de que gran sentimiento habian, era de verlos comprar regimientos, é otros oficios de que usaban con tan gran soberbia que no se podian comportar.....>> Prosigue aquel historiador refiriendo las noticias y la horrible matanza y dispersion de los cristianos nuevos que resultó de él y de los contrarios bandos de Córdoba (1).

Estas fueron las verdaderas causas de la persecucion de los judíos á fines del siglo xv, y este el capítulo principal de la acusacion de heregía hecha por los rebeldes á Enrique IV.

Otro de los cargos con que los rebeldes acriminaban su conducta religiosa, fue por las órdenes que habia dado para que no se observaran algunos entredichos y se absolviera á los escomulgados. «Otrosí, por cuanto vuestra alteza, en gran cargo de su conciencia, é peligro de su ánima, en algunos años pasados, é en este presente ovo mandado quebrantar ciertos entredichos é absolver á algunos descomulgados, poniendo grandes premios, é penas á los jueces y personas eclesiásticas, é trayéndolas presas á vuestra corte, é faciéndoles sobre ello muy grandes males, é dannos, é fatigaciones contra todo derecho, é justicia, como pareció por esperencia en Toledo, Córdoba, é Sevilla, que vuestra alteza fizo quebrantar los entredichos, é celebrar públicamente, é mandó traer los canónigos, é dignidades de aquellas iglesias metropolitanas presos á vuestra corte, lo cual todo es en muy gran cargo de vuestra ánima, é mengua de vuestra persona real, é en gran oprobio, é vilipendio de la santa madre iglesia. Suplicámosle, que de aqui adelante quiera mandar guardar la libertad, é inmunidad eclesiástica, é non mande quebrantar, nin violar los entredichos puestos por los jueces eclesiásticos, pues no pertenesce á vuestra alteza ni á vuestra jurisdiccion; ni mandar absolver los descomulgados, por fuerza, ni por premia, ni por maneras

(1) Crónica del ilustrisimo principe D. Enrique IV, parte 1, cap 68.

esquisitas, como fasta aqui se ha fecho: é si lo tal mandare facer de aqui adelante, lo que Dios no quiera, que vuestras cartas é mandamientos en tal razon non sean cumplidas, nin obedecidas.... (1).»

Enrique IV no fue el primero ni el único monarca español que mandó no guardar los entredichos y absolver de las escomuniones. Bastantes ejemplos se han citado ya de esta costumbre y remedio contra los abusos de la autoridad eclesiástica, conocido en nuestro derecho con las espresiones de recursos de fuerza y de retencion de bulas.

Pero ya se ha advertido que no era el patriotismo ni el celo de la religion el que animaba á aquellos facciosos para solicitar la reforma de los supuestos agravios á la autoridad episcopal y pontificia; mucho mayores los estaban cometiendo los mismos grandes, como podria demostrarse con muchísimos ejemplares: bastará citar dos, que al mismo tiempo manifiestan la confusion y la implicacion de las ideas y opiniones legales de aquella edad acerca de la libertad é inmunidad eclesiástica.

En el año de 1458 varios caballeros de la ciudad de Santiago se rebelaron contra su arzobispo D. Rodrigo de Luna; se apoderaron de la ciudad, saquearon el palacio arzobispal, y obligaron á una parte del cabildo á que nombrara por su coadjutor á don Luis Osorio, hijo del conde de Trastamara, quien estuvo disfrutando las rentas del arzobispado muchos años, hasta que murió su legítimo prelado.

«E como quiera, dice Alonso de Palencia, que vinieron bulas del santo padre, mandándole so graves penas é escomunion papal, que luego dejase libremente el arzobispado, é su iglesia, é todas sus rentas, é vasallos al arzobispo D. Rodrigo de Luna; ni por eso el conde de Trastamara dejó su porfía, é siempre lo tuvo todo hasta que el arzobispo murió.>>

Destronado Enrique IV por los facciosos, recurrió al papa solicitando sus oficios para la reduccion y pacificacion del reino; y Paulo II envió á este efecto por nuncio apostólico á D. Antonio Jacobo de Veneris, obispo de Leon. Véase cómo refiere su venida Alonso de Palencia.

«En este tiempo, como cada una de las partes buscasen sus ayudadores, el obispo de Leon, legado del santo padre Paulo, vino á la ciudad de Burgos, é dende Medina del Campo, donde el rey D. Enrique estaba, al cual el rey, y todos los grandes, con gran pompa salieron á recebir, con vana esperanza que el rey habia, que por censuras eclesiásticas puestas por él, con autoridad del santo padre, compeleria á los caballeros que seguian al rey don

(1) Memorial de la junta de Cigales.

Alonso diesen á él santa obediencia, de lo cual el legado recibió tanta vanagloria, que pensó todas las cosas poder determinar, segun su querer.

>>E luego comenzó solicitar al marqués de Villena, maestre de Santiago, para que á cierto dia, desde Arévalo viniese en el monasterio que se llama de la Mejorada, que es muy cerca de la villa de Olmedo, donde el maestre vino con el obispo de Coria, y el condestable su hermano, y D. Diego de Quiñones, conde de Luna, en presencia de los cuales el legado comenzó su fabla, mostrando tener poder de hacer todo lo que en estos reinos quisiese, por la autoridad pontificia á él dada; de lo cual el maestre hubo tan grande enojo que respondió con grande ira diciendo, que los que al santo padre habian dicho tener poder en los reinos de Castilla é de Leon para deferir las cosas temporales, lo habian engañado. Que él, é los grandes en estos reinos podian bien deponer rey, por justas causas é poner tal, cual entendieren ser cumplido de su derecho al bien público de estos reinos: é D. Enrique, ni supo poseer los reinos, ni mucho menos el guardarlos. E si el santo padre por voluntad, alende de la forma del derecho, procediere; por aventuras mayores inconvenientes se le seguirian que á los de España. Que como al santo padre pertenecia amenguar los escándalos, é no acrecentarlos, al legado convenia cosas, no falsas, mas verdaderas pronunciar. E que mucho ingrato parecia á la liberalidad que los reinos de Castilla, é de Leon cerca dél habian tenido, en pago de ella la caida de ellos procurase entonces.»>

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El legado, como naturalmente fuese medroso, comenzó á responder muy mansamente á lo que el maestre habia dicho, «é alli se concordó habla á dia cierto en Montejo de la Vega, donde el legado, é los arzobispos de Toledo, é de Sevilla, y el maestre de Santiago, é los condes de Paredes, é Luna, é D. Alfonso Henriquez, primogénito del almirante D. Fadrique, é muchos de los otros nobles que al rey D. Alfonso seguian, vinieron á esta habla, á trece dias de diciembre del dicho año. E asi todos juntos, despues de alguna habla fecha entre todos, fue demostrada una apelacion del agravio venidero por parte de todos por el licenciado Juan de Alcocer, é Alfonso Manuel de Madrigal, los cuales como comenzasen á intimarla con gran liviandad, el legado puso las espuelas á la mula, é fuese huyendo, diciendo algunas palabras de amenaza, al cual todos en alta voz respondieron ¡apelamos, ape-. lamos! Lo cual, como viese la gente de á caballo que ende estaba, sin saber la causa de la fuida del legado, corrieron en pos de él, ni hué tornáronlo; al cual el arzobispo de Toledo, y el maestre defendieron. El cual toda la soberbia convirtió en mansedumbre; bo osadía de volver á Medina. E quedóse con el marqués, con el cual se fue á Arévalo, donde acompañando al arzobispo de Toledo,

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