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sido su exceso tanto mayor en haberlos bautizado sin estar catequizados, ni saber oraciones, ni tener dispoción conveniente ninguna, a unos con amenazas, a otros con inducimientos, i a los mas con botijas de vino i otros regalos con que los acariciaba, dejándolos con ellos de jentiles que eran, hechos apóstatas o herejes, dignos todo de compasión».

Tal era lo que escribía al rei en 1621 el oidor don Cristóbal de la Cerda,

Es de presumir que hubiera mucho de fundado en aquel cargo de administrar el bautismo por tarea, pues la carta anua número diez i nueve de los jesuítas de Chile, refiriéndose al método de bautizar empleado por el padre Valdivia, se espresa de esta

manera:

<<Hizo una visita jeneral de todos los indios, habrá año i medio, en que fué baptizando a los mas, precediendo primero el catecismo, pero breve, conforme daba lugar la priesa con que iba visitando, i los negocios que tenía que hacer. Días hubo en que él i sus compañeros baptizaban tantos indios, trabajando en esto desde la mañana a la noche, que quedaban tan cansados, que cuando acababan, ya no podían alzar los brazos».

Según estos datos, es difícil concebir que una multitud tan crecida de bárbaros pudiera ser debidamente instruída en las doctrinas de la relijión al cabo de pocos días; i por tanto es de creerse que hubiera mucho de cierto en lo que don Cristóbal de la Cerda informaba al rei sobre el particular.

XI

En medio del ardimiento de la tremenda lucha en que se hallaba empeñado, i de los numerosos asuntos a que tenía que atender, Luis de Valdivia estaba impaciente por fundar en el territorio araucano misiones. de jesuítas, que comenzaran a trabajar de un modo estable i regular en la conversión de aquellos infieles.

Al efecto designó a los padres Horacio Vechi i Martín de Aranda para que acompañados del hermano novicio coajutor Diego de Montalbán fuesen a Purén i la Imperial a predicar a los indíjenas la paz i la fe. Este proyecto estuvo mui lejos de merecer la aprobación jeneral.

A pesar de las apariencias, muchos temían la doblez de los indios.

Citaban aun en apoyo de su opinión diversos indicios.

Un indio había dicho que sus compatriotas estaban preparándose para la guerra.

Otro había manifestado que solo aguardaban para principiar las hostilidades el cosechar con quietud sus mieses.

¿Aquello era verdad, exajeración o conjetura?

Cada uno lo calificaba conforme al concepto que había formado acerca de la manera de tratar a los indios.

Los partidarios del servicio personal i del sistema de rigor pretendían que lo que se corría sobre las malas intenciones de los araucanos era cierto i mui cierto.

Los de la opinión contraria aseguraban que todo aquello era una invención sin ningún fundamento.

Se refirió entonces un hecho que a haber realmente sucedido, manifestaría que la fe del padre Valdivia en la bondad de su plan era inquebrantable.

Un indio amigo que venía llegando de Arauco le aseguró delante de varias personas que los araucanos tenían resuelto matar a los misioneros tan luego como entrasen en el territorio.

-¡Eso es falso! le había contestado Valdivia según se contaba; i voi a hacerte castigar por embustero. El indio se rió.

-Padre aquí me tiene, le dijo, póngame en prisión: i si cuando los padres entren a tierra de enemigos, no los matan, córteme la cabeza.

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Luis de Valdivia despreció el aviso, persistiendo en que los misioneros debían ir a Arauco (1).

Mientras tanto, ocurría en el interior de Arauco un drama doméstico, que debía producir las mas fatales consecuencias.

Este suceso, que tiene su importancia en la historia de Chile, ha sido naturalmente referido por los cronistas nacionales; pero ninguno de ellos se ha fijado en una relación hecha por el autor principal, que ha sido conservada con toda fidelidad.

Voi por mi parte a correjir esta omisión.

El 15 de mayo de 1629, cayó cautivo de los araucanos en la famosa batalla de las Cangrejeras el capitán chileno Francisco Núñez de Pineda i Bascuñán.

Los indios prodigaron al prisionero toda especie de atenciones por afecto a su padre don Alvaro, militar envejecido en el ejercicio de las armas, el cual era tan respetado de los indíjenas por un señalado valor, como

(1) Alonso de Rivera, Carta a Felipe III, fecha 17 de abril de 1613.

querido por la humanidad de que les había dado frecuentes pruebas.

Cierta noche, tocó al cautivo alojar en el rancho del cacique Ancanamón.

Estaba el indio sentado gravemente junto a la fogata, donde se preparaba la comida.

Sus mujeres i otros araucanos formaban alrededor diversos grupos, guardando un silencio respetuoso.

¿Tengo entre los españoles opinión de soldado i de valiente? preguntó Ancanamón a Bascuñán.

-No hai entre nosotros araucano mas afamado que tú; hasta las mujeres i los niños conocen tu nombre, contestó el chileno.

Esta lisonjera respuesta llenó de satisfacción al cacique.

-Siempre he sido afecto a los españoles i a su traje, dijo; i si los he combatido, ha sido solo por defender mis tierras, i por vengar el mayor de los agravios.

-He oido hablar de eso, replicó Bascuñán, acriminándote los unos, i disculpándote los otros. Desearía saber de tu boca la verdad.

-Si esto te complace, te contaré esa historia, dijo Ancanamón.

Entonces el cacique habló como sigue:

-Habrás de saber que el patero o padre Luis de Valdivia, que se titulaba gobernador, nos envió a decir

que venía comisionado por el rei para traer el sosiego a la tierra, si nos comprometíamos a no hacer mal a los españoles, así como éstos tampoco lo harían

a nosotros.

Consentimos entonces en que viniera a mi distrito un español lenguaraz para discutir el asunto.

Efectivamente, vino el alférez llamado Pedro Me

léndez con otro compañero mui conocedor de nuestra lengua.

Los recibí en mi casa, i los regalé cuanto pude.

Habiendo hablado sobre la proposición, convinimos entre varios caciques amigos que yo fuese a manifestar a las parcialidades de la costa hasta la Imperial la conveniencia de aceptar las paces que se nos ofrecían.

Al tiempo de mi partida, se me acercó una de mis mujeres para denunciarme que una española en quien yo tenía una hija, había entrado en relaciones amorosas con Meléndez.

La noticia me inspiró algún cuidado i pesadumbre, pero disimulé.

-Lo que cuentas es falso, dije a la india. No debe maravillarte que la española mire con buenos ojos a los de su tierra; otro tanto harías tú si estuvieras entre españoles, i encontraras ocasión de comunicarte con los tuyos.

Por un momento, se me pasó el pensamiento de matar al alférez; pero me contuve para que no se me tildara de traidor, i no se supiera que por rechazar las paces, había dado muerte al mensajero.

Por lo demás me lisonjeé con que la cosa no seguiría adelante.

Mientras que yo andaba sirviendo a los españoles, i trabajaba para que los indios aceptasen el trato, Meléndez, no solo sedujo a su compatriota, sino que también me inquietó a dos muchachas, a quienes yo amaba con estremo.

Tres o cuatro días antes de que yo estuviera de vuelta en mi casa, el alférez previno sus caballos, i por la noche se huyó con la española i las dos indias al fuerte de Paicaví.

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