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para los gastos de las guerras que Vuestra Majestad mantiene en defensa de sus reinos, como lo ha enviado a mandar, por la cortedad en que el enemigo la ha dejado respecto de haberla quemado i destruído tres veces, llevándose las familias i naturales que la habitaban hasta que no quedó ninguno; i así le es preciso estar siempre con las armas en la mano con la poca fuerza que al presente tiene, pues solo han quedado veinte vecinos, que son descendientes de los primeros conquistadores que pasaron a estas provincias, i por viejos que se retiraron a esta ciudad, habiendo servido a Vuestra Majestad treinta i cuarenta años; i esto obliga a la dicha ciudad de San Bartolomé de Chillán a no poder hacer a Vuestra Majestad ningún servicio, sino a suplicarle la haga merced de revelarla de trescientos pesos que paga de alcabala i de papel sellado, con que se aliviaría alguna parte de sus trabajos, i lo tendrían por privilejio por estar sustentando esta frontera, pues mediante ella gozan la ciudad de Santiago i la de la Concepción de la quietud que hoi tienen: i aunque es mui importante en este presidio para su defensa las cien plazas que está mandado haya en él, no se han ajustado por decir el señor gobernador no hai jente».

III

Tal era el estado bien poco lisonjero de Chile cuando a fines de 1650 vino don Antonio de Acuña i Cabrera a gobernarlo interinamente por nombramiento del virrei del Perú, mientras el soberano proveía lo que tuviese por conveniente.

Arauco estaba por entonces tranquilo, a lo menos en las apariencias.

El 7 de noviembre de aquel año, el nuevo presidente celebró en la plaza de Nacimiento, para ratificar la paz con los indíjenas, el parlamento que iba haciéndose de estilo a la entrada de cada gobernante.

Acuña i Cabrera aunque era ya anciano, emprendió entonces solo, sin escolta ni comitiva, un viaje desde Boroa hasta Valdivia por entre las tribus mas belicosas, i volvió de la misma manera, sin que ni a la ida ni a la vuelta hubiera encontrado el menor obstáculo, ni corrido el menor riesgo.

Debe advertirse, sin embargo, que fué disfrazado de paisano.

¿Qué objeto había tenido una correría semejante, que bien había podido ser peligrosa, pero que de todas suertes había sido inútil?

Vamos a verlo pronto.

Acuña i Cabrera dirijió a la corte un memorial, redactado por un fraile, en que hacía una pintura alegre de la tranquilidad del país, i mencionaba con mucho aparato su viaje de Boroa a Valdivia, callando por supuesto lo del disfraz.

El presidente interino de Chile había sido capitán en la guerra de Flandes; pertenecía a la primera nobleza de España; tenia parientes de mucha influencia en los consejos del soberano.

Todo esto, unido a las agradables noticias que comunicaba, i a la hazaña del viaje por entre los indios, le valió el título de gobernador propietario de Chile por ocho años, sin contar el tiempo que había desempeñado el cargo como interino.

Indudablemente el rei quiso nombrar un gobernador, pero en realidad lo que nombró fué una gobernadora.

I no me costará mucho el esplicarlo.

«Era este caballero viejo i sin hijos i su mujer moza», dice hablando de Acuña i Cabrera el cronista contemporáneo don Jerónimo de Quiroga (1).

Doña Juana de Salazar (así se llamaba aquella señora) ejercía sobre su marido, hombre de carácter débil i cuitado, un predominio absoluto, hasta el punto de que Acuña i Cabrera no veía sino por los ojos de su mujer, no escuchaba sino por los oídos de ésta, no daba sino por las manos de la misma, no se movía sino por las inspiraciones de su esposa.

La dama imperaba sobre el corazón de su marido, lo que era lejítimo; pero se aprovechaba de ello para mandar en la casa, lo que todavía era concebible, i para dominar en el estado, lo que era intolerable, porque ella carecía del talento necesario para hacerlo.

Era voz pública i corriente la de que Chile estaba rejido por una gobernadora,

I en efecto, doña Juana de Salazar otorgaba las gracias, repartía los empleos, dirijía los negocios del reino.

Don Antonio era viejo i apasionado; doña Juana, joven i hermosa. Este antecedente esplica el estado de las relaciones de ambos cónyujes.

La historia se ve obligada a recojer un dato de esta especie; porque los secretos de una alcoba son a veces la causa de la desgracia de un pueblo.

(1) Quiroga, Compendio Histórico de los mas principales sucesos de la conquista i guerra del reino de Chile hasta el año 1656.

A doña Juana de Salazar, por lo mismo que su marido era viejo, i no tenían hijos, «le convenía juntar dinero a toda dilijencia», dice el cronista antes citado.

Pero lo peor del caso era que, no solo necesitaba enriquecerse mucho i pronto doña Juana, sino que también tenían la misma urjencia sus dos hermanos casados i pobres, don Juan i don José Salazar, que habían venido con ella en busca de fortuna.

¡Bueno estaba el reino de Chile para hacer negocios. lucrativos!

Pedro de Valdivia, sus compañeros i sucesores, regando el suelo de Chile con sudor i sangre de indios, habían logrado estraer las pepitas de oro que están mezcladas con los granos de tierra. ¿Por qué los Salazares, por arbitrios análogos, no habían de proporcionarse pingües ganancias en medio de la miseria jeneral?

Los Salazares manifestaron ser hombres espertos en la materia.

Principiaron por hacerse dar los dos cargos militares mas importantes que había en el país; don Juan fué nombrado maestre de campo, i don José, sarjento

mayor.

Pero los sueldos que les estaban asignados eran mezquinos, i no podían contentarse con ellos.

Los dos hermanos se reservaron la provisión por mayor i porme nor del ejército. Ahuyentaron a los proveedores i vivanderos, adjudicándose el monopolio de los vestidos i alimentos. Aquella especulación era tan ventajosa para los dos jefes, como perjudicial para los subalternos. La manutención era pésima i escasísima, pero se vendía a precio de oro.

Mas esta fuente de entradas, por productiva que fuese, no enriquecía a los Salazares, ni tanto como ellos codiciaban, ni con la prontitud que ellos querían. Para lograrlo, emprendieron entonces en grande el comercio de indios de todos sexos i edades.

Se ha visto que por diversas causas se habían disminuído sobre manera los indios de encomienda i los negros i esclavos, con quienes se hacía el servicio doméstico i el cultivo de los campos.

Ahora bien, era sumamente difícil reemplazarlos, tanto porque la raza india se iba estinguiendo rápidamente, como porque la insurrección del Portugal suscitaba embarazos al tráfico de africanos.

Otro tanto sucedía en el Perú.

Los Salazares determinaron aprovechar tan bella oportunidad de vender araucanos de todas condiciones, que en uno i otro país les eran pagados a precios excesivos, por centenares de pesos.

El maestre de campo i el sarjento mayor no poseían ni estancia que cultivar, ni mina que esplotar; pero tenían a su disposición la tierra de Arauco, donde se criaban indios.

¿Para qué querían mas?

Como se sabe, los españoles siempre habían sacado de aquella rejión, con un pretesto o con otro, indios que vendían, c a quienes forzaban a trabajar; pero jamás se ejerció el comercio de carne humana en mas estensión, i con mayor escándalo, que entonces.

Los Salazares adquirían indios por la fuerza, por el engaño, por cambios, por compra, por todos los medios imajinables.

Sacaban de Arauco hombres i mujeres, grandes i pequeños, para vender, como otros sacaban de sus estancias ganado mayor i menor.

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