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V

Como se recordará, el atentado de los cuncos había acontecido el 26 de marzo de 1651. Pues bien, en diciembre de 1653, el maestre de campo don Juan de Salazar se puso en marcha a la cabeza de novecientos españoles i de mil quinientos indios ausiliares para seguir inflijiendo mas en grande a los cuncos el castigo perdurable.

Los militares veteranos informaron con toda franqueza al presidente Acuña i Cabrera que aquella mal aconsejada espedición podía producir las mas funestas consecuencias, pero todas sus observaciones fueron desdeñadas.

El maestre de campo estaba halagado con la idea de que aquella correría le había de permitir aprehender un número mui considerable de indios; i como esta mercancía humana estaba a la sazón a mui buen precio en los mercados, tanto de Chile, como del Perú, se prometía obtener una ganancia estraordinaria.

Las advertencias de los veteranos se atribuyeron a murmuraciones de la envidia.

<<Lo mas de la tierra estaba sosegada, dice Núñez de Pineda i Bascuñán hablando de esta espedición, hasta la de los cuncos, que confina con Valdivia, i que dista setenta leguas. La codicia de las piezas i el deseo de hacer esclavos a los de esta nación (que es lo que en primer lugar turba la paz, dilata la guerra, i es i ha sido orijen de todos los desastrados sucesos que han sucedido i se continúan en este reino) fué lo que hizo

poner el ejército en campaña, i obligarle a recorrer aquellas setenta leguas» (1).

«El motivo mas poderoso de esta espedición, dice otro cronista, también contemporáneo como Núñez de Pineda i Bascuñán, fué el hacer prisioneros para venderlos fuera i dentro del reino, que siendo esclavos, se hizo de ellos un comercio opulento, i mucha jente voluntaria venía a servir por el interés de este lucro» (2).

Don Juan de Salazar iba persuadido de que aquella entrada a tierra sería, no solo un excelente negocio, sino también un simple paseo.

I tan cierto fué que lo pensaba así, que llevó consigo vestida de hombre a su mujer (3).

Salazari su tropa llegaron sin novedad el 11 de enero de 1654 a la marjen del Río Bueno, que según un cronista, dista unas ciento treinta leguas de la ciudad de Concepción.

En la ribera opuesta, se percibían medios ocultos entre los árboles i la maleza todos los cuncos, unos a caballo, otros a pié, teniendo entre ellos a sus mujeresi a sus hijos, que habían llevado consigo para que no fuesen reducidos a dura servidumbre, lo que indefectiblemente habría sucedido, si los hubieran dejado en sus indefensos hogares.

Aquel espectáculo colmó de regocijo a Salazar i a los otros negociantes de carne humana que le acompañaban.

La presa que se les presentaba era soberbia, capaz de despertar la codicia del mas desinteresado.

(1) Núñez de Pineda i Bascuñán, Cautiverio Feliz, discurso 4, capítu

lo 13.

(2) Córdoba i Figueroa, Historia de Chile, libro 4, capítulo 16.

(3) Quiroga, Compendio Histórico.

Sin embargo, el caudaloso río que dividía a los unos de los otros no tenía vado.

Salazar no podía contener la impaciencia; ya le parecía que aquelia multitud de piezas se le iba a escapar de las manos.

Se le hacía tarde el asegurarlas bajo una buena custodia.

Aquella muchedumbre de indios valía un caudal. Apresuradamente, mandó echar sobre el río un puente de sogas, sobre las cuales pusieron bejucos i totora para formar una especie de balsas.

La tal construcción no podía ser mas endeble.

Sin embargo, el maestre de campo dió la orden de que la tropa se apresurase a pasar, para comenzar cuánto antes la caza de indios.

Algunos oficiales le representaron los serios peligros que ofrecía el movimiento.

Sin querer oírlos, Salazar se mantuvo firme en que se cumpliese lo que había mandado.

Como los soldados conocían mui bien el peligro cierto a que iban a esponerse, los mas de ellos, antes de emprender la dificultosa operación, se confesaron i se prepararon a morir cual correspondía a buenos cristianos.

Principiaron a pasar con mucho tiento i maña.

Los primeros salieron bien; pero en la ribera los cuncos los recibieron en las puntas de las lanzas, i abrumándolos con el número, los fueron, o forzándolos a arrojarse al río, o hiriéndolos, o matándolos, sin que los asaltantes pudieran ser socorridos por los su

yos.

De este modo perecieron unos cien españoles i mas de treinta indios amigos.

Mientras tanto, segun se había previsto, el mal construído puente se rompió de repente con el peso de los transeuntes, precipitando al agua a todos aquellos que en aquel momento iban pasando por él.

Esta catástrofe acabó de introducir la confusión entre los españoles.

El maestre de campo, que había presenciado, sin poder evitarla, la pérdida de muchos de sus soldados, tuvo que emprender la retirada para salvar los restos de su ejército; i pudo llegar a Concepción sin haber sido hostilizado por los indios del tránsito, que seguían manifestándose pacíficos.

VI

La indignación pública por tan grande desastre fué tan profunda, que Acuña i Cabrera se vió forzado a mandar enjuiciar a su cuñado, sobre quien se hacía pesar toda la responsabilidad del descalabro; pero el proceso fué una pura fórmula.

Don Juan de Salazar salió, no solo absuelto, sino glorificado.

Se hizo mas todavía.

Habiéndose determinado llevar al cabo una nueva espedición contra los cuncos, se encargó la dirección de ella al derrotado de Río Bueno.

Parece escusado advertir que este nombramiento causó el mayor desagrado.

El 6 de febrero de 1655, partió don Juan de Salazar a la cabeza de cuatrocientos españoles i de gran número de indios ausiliares para ir a castigar a los

cuncos, o mejor dicho, para ir a vengarse de la pasada derrota.

Por el camino, con arreglo a instrucciones que había recibido, se le incorporó el gobernador de la plaza de Boroa, don Francisco Núñez de Pineda y Bascuñán, el autor del Cautiverio Feliz, con una parte de la guarnición.

Desde antes de abrirse la campaña, había principiado a correr el rumor de que los araucanos preparaban un alzamiento jeneral; pero tan pronto como Salazar hubo comenzado su marcha, estas voces cobraron mas fuerza.

Los indicios de que los araucanos disponían un gran golpe se multiplicaron, i fueron mui vehementes.

Sin embargo, el presidente, don Antonio Acuña i Cabrera, que a la sazón residía en Concepción, se negaba tenazmente a admitir la posibilidad de que aquello pudiera suceder.

Pero fueron tantos i tan autorizados los avisos que recibió, i tanto lo que se le representó sobre el particular, que tomó la resolución de ir con alguna tropa de infantería a situarse en la plaza de Buena Esperanza, como posición favorable para evitar o reprimir cualquiera intentona de rebelión.

Llegó a aquel lugar en la noche del 12 de febrero de 1655; i no mas tarde que el 14 del mismo mes, estalló el terrible alzamiento que se estaba anunciando, i que el presidente no había creído posible.

La sublevación fué jeneral e instantánea; i se efectuó no solo en la tierra de Arauco, sino también en el territorio comprendido entre el Biobío i el Maule.

Los indios se precipitaron al mismo tiempo sobre la mayor parte de las estancias situadas entre los dos ríos

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