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En sesión de 23 del mismo mes i año, designó para el desempeño de tan importante encargo a don Juan Rodulfo de Lisperguer i Solórzano, uno de los vecinos mas condecorados, hijo de aquel don Pedro Lisperguer i de aquella doña Florencia de Solórzano i Velasco, de quienes he hablado en el primer volumen.

En atención a la escasez de fondos, le señalaron para ayuda de costas solo cuatro mil pesos de a ocho reales.

Los capitulares presentes a la sesión acordaron pagar de su caudal propio la suma mencionada.

"Por la pobreza de la ciudad i por la brevedad del tiempo, dice el Libro del Cabildo, no quisieron echar este gravamen sobre los comerciantes i vecinos de la ciudad, habiendo de ser tan graves i precisos los gastos en los socorros necesarios i defensa de la república; i por esta atención, ofrecieron prorratear la dicha cantidad en las personas i bienes de los capitulares presentes en la forma que sigue:

"Don Francisco Arévalo Briceño, alcalde de primer voto, mil pesos;

"Don Jerónimo Hurtado, quinientos;

"Don Francisco de Erazo, doscientos, i lo mas que le quisieren prorratear i cupiere en su caudal;

"Don Gaspar de Ahumada, mil pesos;

"El jeneral don Martín Ruiz de Gamboa, mil pesos". Don Juan Rodulfo de Lisperguer no se manifestó menos patriota i jeneroso que los capitulares.

Llamando inmediatamente al cabildo, dijo: «que aceptaba el hacer el viaje, i el nombramiento de procurador para caso tan inescusable de la defensa de todo este reino, a que está dispuesto con las veras que lo ha estado siempre, i lo han estado todos sus

antepasados; i que en atención a los trabajos i necesidades en que se halla esta república i reino, i que han de acudir a los socorros que piden las fronteras, seguro de que a ello se han de adelantar los alcaldes i rejidores de esta ciudad, escusa i remite el ofrecimiento i prorrata de los cuatro mil patacones; porque aunque no se halla sobrado por las mayores obligaciones de su familia, espondrá, como espone, su persona, vida i hacienda para el servicio de Su Majestad i de esta república i reino, como uno de los hijos principales de ella».

Dicho esto, i poniéndose en medio de la sala, juró a Dios i a la cruz cumplir debida i lealmente el encargo que se le confiaba.

Los capitulares le dieron las gracias, tanto por su patriotismo, como por su desprendimiento (1).

VIII

Las nuevas infaustas seguían, entre tanto, llegando unas en pos de otras.

La situación se empeoraba cada día.

En vista de ello, la audiencia declaró el reino en peligro, mandando enarbolar el estandarte real para que todos acudiesen a su defensa.

El siguiente documento va a hacernos saber de qué manera se ejecutaba aquel solemne acto.

«Yo Manuel de Toro Mazote, escribano público i del número i cabildo de la noble i mui leal ciudad de Santiago de Chile i su jurisdicción por el Rei Nuestro Señor,

(1) Libro de actas del Cabildo de Santiago, sesión de 23 de febrero de 1655.

certifico i hago fe cuanto ha lugar en derecho i puedo que hoi 1.o de marzo del año 1655 por haber sabido los señores presidente i oidores de la real audiencia de este dicho reino por cartas que han tenido del señor doctor don Juan de Huerta, oidor de la dicha real audiencia i visitador de las reales cajas, que existe en la ciudad de la Concepción, i del maestre de campo Juan Fernández, veedor jeneral, cabildo i oficiales reales de la dicha ciudad, del alzamiento jeneral de los indios naturales de este reino; i que tenian tres mil de ellos cercado en la estancia de Buena Esperanza al señor gobernador don Antonio de Acuña i Cabrera; i se sabía el fin que había tenido el real ejército que había entrado a tierras del enemigo con tres mil indios que estaban por amigos; i asimismo que habían llevado los fuertes de Colcura, San Pedro i otros; i estaba recojida la jente de la ciudad de Concepción a fuerte i debajo de una palizada; que habían asolado las estancias de la Concepción, i pasado a cuchillo, a fuego i a sangre, todos los que habían cautivado i preso; quemado las de Maule; llevádose los ganados;i en los incendios, comprendido las comidas i bastimentos; que estaban conspirados contodos los naturales del reino; i se temía la total ruína dél, sin poderse comunicar de unas partes a otras sin notable riesgo; por lo cual, dichos señores presidente e oidores mandaron enarbolar el real estandarte i hacer otras muchas prevenciones, que se han hechoi van haciendo, i socorros de jente i municiones. I en su cumplimiento, el dicho día, entre las cinco i seis de la tarde, con acompañamiento de los vecinos, compañías de a caballo e infantería del batallón de esta ciudad, en una esquina de la plaza de ella, se enarboló el dicho real estandarte con toda veneración; i queda

AMUNÁTEGUI.--T. VII.

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ron en su guarda los señores alcaldes maestre del campo don Francisco Arévalo Briceño i don Jerónimo Hurtado de Mendoza, que lo son ordinarios de esta ciudad, i otras personas del dicho cabildo, habiéndose dado orden se continuase la dicha guarda, mientras estuviese el dicho real estandarte enarbolado por los del dicho cabildo con las demás que conviniese de las compañías que entran i salen de la guardia del dicho batallón. I queda enarbolado en nombre de Su Majestad; i para que conste, de pedimento del jeneral don Juan Rodulfo Lisperguer, procurador jeneral del reino que está nombrado para ir a pedir socorro para la defensa dél al excelentísimo señor virrei del Perú, di el presente en el dicho dia, mes i año.-Manuel de Toro Mazote».

IX

Al dia siguiente, 2 de marzo, se presentó en casa del oidor mas antiguo doctor don Nicolás Polanco de Santillana un soldado que llegaba a todo escape de la ciudad de Concepción.

El soldado entregó al oidor una carta rotulada a la audiencia, i otra dirijida al mismo señor Polanco de Santillana.

El señor Polanco de Santillana abrió el pliego que se le enviaba; i al leer su contenido, se quedó atónito, estupefacto.

I en efecto, había motivo para ello, porque lo que se le anunciaba era mas estraordinario que el terremoto del 13 de mayo.

En Chile, i sobre todo en América, se habrían visto otros cataclismos de la naturaleza, mas o ménos se

mejantes al mencionado; pero nunca en este país se había presenciado algo parecido a lo que anunciaba la carta que el oidor tenía en sus manos.

Aquel era un suceso a que costaba trabajo prestar crédito.

En confirmación de lo que refería la carta, el soldado mensajero presentó al señor Polanco de Santillana un pasaporte o salvoconducto que le había sido espedido por Don Francisco de la Fuente Villalobos, gobernador i capitán jeneral del reino de Chile por dejación que de este cargo ha hecho el señor don Antonio de Acuña i Cabrera.

El oidor leía i releía, i no podía salir del asombro.

Al fin recomendó al soldado, bajo amenaza de las mas severas penas, que guardase el mayor sijilo sobre todo lo que había ocurrido; i que hasta nueva orden, no entregase varias cartas que traía para diferentes personas.

Tomada esta precaución, mandó que la audiencia se reuniera apresuradamente.

A las tres i media de la tarde, habían acudido a la sala ordinaria de sesiones el doctor don Nicolás Polanco de Santillana i el licenciado don Pedro de Hazaña Solís i Palacios, oidores; i don Antonio Ramírez de Laguna, protector fiscal de los indios i fiscal interino de la audiencia.

Eran estos tres los individuos del tribunal residentes a la sazón en Santiago, porque el otro don Juan de Huerta Gutiérrez andaba desempeñando en la ciudad de Concepción el cargo de juez de visita veedor de oficios reales i otras personas.

Procedióse a leer las cartas dirijidas a la audiencia i al señor Polanco de Santillana, cuyo autor era nada

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