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colonial un bello ejemplo de lo que puede hacerse en favor de la independencia nacional.

Su conducta, aplaudida por el mundo, sirvió de modelo al principio de este siglo, a los chilenos descendientes de los españoles, para alentarse en la lucha contra la metrópoli.

V

Las encomiendas i el servicio personal eran lo que habían producido el alzamiento de Arauco i la muerte desastrosa de Valdivia.

A pesar de todo, los españoles, en vez de escarmentar, perseveraron por el contrario en el mismo sistema respecto de los indíjenas.

Precisamente, Francico de Villagra, quien sucedió como gobernador interino a Valdivia después de varias turbulencias i disensiones intestinas, repartió, a fin de ganar prosélitos i de reunir jente contra los rebelados araucanos, cuantas encomiendas había dejado vacantes su antecesor en la rejión austral, ya fuera que las hubiese reservado para sí, ya fuera que hubiera querido hacerlas servir de aliciente para que viniesen del Perú o de España personas que le ausiliasen.

De esta manera, Villagra distribuyó mas de seiscientos mil indios, «en que había paño, según un contemporáneo, para satisfacer a doscientos vecinos»> (1).

¿Dónde estaban aquellos seiscientos mil indios? En Arauco.

Estaban alzados, i además victoriosos.

(1) Góngora Marmolejo, Historia de Chile, capítulos 18 i 19.-Mariño de Lovera, Crónica del reino de Chile, libro 1.o, capítulo 50.

Pero eso importaba poco para los españoles que consideraban aquella insurrección como cosa de poco momento; i que si los recibían, era para ir a sujetarlos, i a castigarlos, i a hacerlos trabajar, especialmente en los lavaderos.

El levantamiento de Arauco tenía por causa conocida el sistema de las encomiendas; pero sin embargo, para sosegarlo, se creaban otras nuevas.

¡Tan profundo era el desprecio que los indíjenas inspiraban a los conquistadores!

Pero mientras tanto, los araucanos tenían cercadas las ciudades de Valdivia, Villarrica i la Imperial; habían arrasado las de Angol i Concepción; i habían osado marchar contra Santiago, llegando hasta las riberas del Mataquito, a las órdenes del intrépido Lautaro, a quien Francisco de Villagra tuvo la buena fortuna de arrebatar la victoria i la vida, salvando así de un ataque terrible la primera ciudad del reino.

VI

En este estado se hallaban los negocios de Chile, cuando el año de 1557, Villagra fué reemplazado por don García Hurtado de Mendoza, quien, aunque mui joven, poseía toda la prudencia de un hombre esperimentado.

Uno de los primeros cuidados del nuevo gobernador fué procurar poner remedio a los abusos de los encomenderos, dictando, apenas llegado a la Serena, ordenanzas por las cuales mandaba «que el encomendero se valiese tan solo de la sesta parte de los indios de su encomienda para labrar las minas, i que ésta fuese de

AMUNÁTEGUI.-T. VI:

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varones desde dieciocho a cincuenta años; que del oro que le sacase se diese al indio la sesta parte como en retribución de su mismo tributo, i que esto se repartiese el sábado; que se pusiesen en las minas hombres de buena intención por alcaldes, que no permitiesen las molestias i malos tratamientos de los indios; que los bastimentos para los obreros no se llevasen como hasta allí en hombros de mujeres, sino en bestias a costa del vecino; que se diese a cualquier indio cada día comida bastante i carne los tres días de la semana; también alguna ropa a cuenta de lo que le había de tocar; que los encomenderos se abstuviesen de pedir a los indios otra cualquier cosa, sabiendo que no tienen por caudal sino su trabajo; que en los pleitos de los súbditos se interpusiese el amo como juez sin usurparles la cosa sobre que tuviesen diferencia; que cuidasen particularmente en domesticar i enseñar los indios con caricias, no con rigor; que por ningún caso les hiciesen trabajar domingos i fiestas, antes procurasen que no perdiesen la misa i otros ejercicios cristianos los que fuesen» (1).

Pero si don García Hurtado de Mendoza, fiel en esto al espíritu del gobierno español, se esforzó por suavizar la servidumbre de los desventurados indí jenas, estuvo mui lejos de pensar en suprimir las encomiendas, que era el medio imajinado para realizar i consolidar la conquista.

Por el contrario, continuó el plan seguido por sus antecesores en el reino de Chile, i por todos los conquistadores de América, de premiar con repartimien

(1) Suárez de Figueroa, Hechos de don García Hurtado de Mendoza libro 1.0

tos de indios los servicios de los que le ayudaron a vencer la insurrección i a pacificar el país.

Al efecto, nombró una comisión compuesta de cuatro individuos de esperiencia i antigüedad en el reino i de buena fama i conciencia para que le informasen acerca de los mas acreedores a sus favores, i le ayudasen en la distribución.

Ordenó con el mismo objeto que todos los que se considerasen con méritos para ser remunerados le elevasen memoriales en que los hicieran valer.

En las nuevas mercedes que hizo, no respetó las que habían hecho sus antecesores, particularmente Francisco de Villagra, el cual, a lo que Hurtado de Mendoza creía, no había estado autorizado para dar encomiendas.

En sus concesiones, don García dió la preferencia a los que habían venido acompañándole del Perú sobre los que ya estaban en Chile, a pesar de que algunos de los últimos habían servido tanto como lo primeros, o mas que ellos.

Esta parcialidad orijinó naturalmente hablillas, murmuraciones i manifestaciones de enojo.

Don García, que no sobresalía por la virtud de la paciencia, hizo venir a su aposento a muchos de los descontentos para declararles cara a cara «que estaba resuelto a dar de comer con lo mejor parado que hubiese a los que había traído del Perú, porque él no sabía engañar a nadie; i que si a ellos los habían engañado Valdivia o Villagra, no dándoles lo que les hubiesen prometido o mereciesen, engañados se quedaran».

Pero no fué esto lo peor.

Don García, arrebatado por la vehemencia que le

era característica, no tuvo reparo en asentar, para ponderar los títulos de los que habían venido con él del Perú, i rebajar los de los venidos antes, «que no había cuatro de éstos a quienes se les conociera padre, i que eran hijos de putas».

Se comprenderá fácilmente que ésta injuria grosera ofendió en lo mas vivo a aquellos contra quienes fué lanzada.

Hurtado de Mendoza, queriendo manifestar de un modo bien serio a los encomenderos que no podían gozar de las encomiendas, sino con la precisa i forzosa condición de defender la tierra, hizo pregonar a són de trompeta que todas las de la arruinada ciudad de Concepción estaban vacantes, porque los dueños de ellas no habían rechazado a punta de lanza, como estaban obligados a hacerlo, a los indios que la habían asaltado i destruído.

I junto con esto, adjudicó las dichas encomiendas a los nuevos pobladores de la ciudad, que mandó reedificar.

Aquello fué considerado, no solo como un despojo, sino también, i mui principalmente, como una de infamia.

Los encomenderos desposeídos i afrentados alegaban en su defensa que, si habían abandonado la ciudad, había sido por determinación de Villagra, a quien debían obediencia.

Esta alegación encontraba el mas favorable asentimiento entre los conquistadores, los cuales veían con sumo disgusto que se estableciera el antecedente de que la menor neglijencia bastaba para privarlos de lo que habían ganado al precio de su sangre, según afirmaban.

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