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II.

La sociedad de Santiago en los primeros tiempos de la fundacion de esta ciudad.

Somos inclinados a figurarnos que la sociedad de Santiago era en los oríjenes completamente regular i morijerada.

Se nos antoja que la moralidad privada de aquella época remota aventajaba en mucho a la de la

nuestra.

Nos imajinamos aquella edad como falta de ajitaciones industriales i políticas, pero como esencialmente honrada i apacible.

Nos aparece en la lontananza cual si hubiera sido el modelo de los procedimientos domésticos, i el paraíso de la familia.

Tal concepción es un verdadero espejismo histórico.

El estudio de los escasos archivos que han escapado a la acción destructora del polvo, de la humedad, de la polilla, del hombre, de las ratas, i sobre todo del tiempo, nos revela que hubo enton

ces, junto con virtudes preclaras i méritos esclarecidos, vicios repugnantes i escesos deplorables.

Aunque no falten quienes piensen i sostengan lo contrario, la vida social de aquel período, en orden a la moralidad privada, era inferior a la actual.

Esta es la convicción íntima que el exámen atento de los documentos antiguos hace nacer en nuestro espíritu.

A pesar de que tal resultado puede producir en algunos cierta estrañeza causada por la ignorancia de lo que sucedia realmente en aquel tiempo, la reflexión debe hacerles ver que tal resultado es natural i lójico.

El decoro de las costumbres se halla íntimamente unido al grado de la ilustración.

El conocimiento cabal i la apreciación exacta del pasado suministran una lección provechosa para arreglar el presente i preparar el porvenir.

Las nociones sobre el comienzo de la vida colonial que hemos tenido hasta ahora, han sido mui incompletas i defectuosas.

Por esto, hemos aceptado muchos juicios erróneos acerca de los sucesos i de los hombres.

Voi a presentar algunos ejemplos, los cuales, al mismo tiempo que demostrarán la verdad de esta aserción, servirán para pintar uno de los aspectos menos observados de la sociedad colonial.

Los cronistas ponderaban jeneralmente los méritos, por cierto mui insignes, de Pedro de Valdivia; pero callaban sus vicios, por cierto mui dignos de censura.

La brillante luz que las hazañas del ilustre caudillo despedian, no se manifestaba oscurecida por ninguna sombra.

El concepto de la santidad a que este conquistador habia llegado fué creciendo tanto con los años, que, en el de 1805, frai Francisco Javier Ramírez declaraba, en el Cronicón Sacro Imperial de Chile, que, cada vez que pasaba por cerca del sitio donde se decia que Valdivia habia muerto, «le sorprendia tal golpe de respeto i veneración, que le habia faltado poco para poner en su letanía: -Beate Petre Valdivia, ora pro me.»

Ha sido necesario que la Real Academia de la Historia imprimiese la Historia de Chile por el capitán Alonso de Góngora Marmolejo, para que supiésemos que Pedro de Valdivia fué dado a la incontinencia, i que vivió en constante i prolongado adulterio.

El proceso de Valdivia, publicado en 1873 por don Diego Barros Arana, vino a confirmar plenamente la aseveración de aquel autor contemporáneo, i a revelarnos que la famosa Inés de Suárez fué por mucho tiempo la concubina predilecta del primer conquistador de este país.

Ese mismo año de 1873, el presbítero don Cres

EL TERREM. 3

cente Errázuriz, apoyado en el testimonio del obispo don Francisco de Salcedo, nos hizo saber que Valdivia habia tenido otra concubina española llamada María de Encío.

Mas tarde, en 1877, don Benjamin Vicuña Mackenna dió a la estampa el testo íntegro de la carta dirijida al fiscal del consejo de Indias por el obispo Salcedo, a que el señor Errázuriz habia aludido.

«El orijen de esta señora doña Catalina Flores, por parte de padre, refiere el dicho prelado, fué que, de dos mujeres que trajo el gobernador Valdivia por mancebas, primer conquistador de este reino, fué una de ellas María de Encío, abuela de esta señora. Casóla el gobernador con un fulano de los Rios, padre que fué de don Gonzalo de los Rios, padre de esta señora.»

Fué menester que el gobierno de Chile hiciera imprimir en 1865 la Crónica del Reino de Chile, escrita primitivamente por el capitán don Pedro Mariño de Lovera, i reducida a nuevo método i estilo por el padre jesuita Bartolomé de Escobar, para que supiéramos que Pedro de Valdivia habia sido tan jugador, como mujeriego.

El libro mencionado refiere que Valdivia jugaba mui largo; i que, en cierta ocasión, ganó al capitán Machicao, en solo una mano, catorce mil pesos de oro, a la dobladilla.

Como se ve, el fundador de Santiago estuvo mui

distante de tener una conducta irreprochable; i es mui de presumir que la mayor parte de sus subalternos no fuesen mejores.

Ha sucedido con don García Hurtado de Mendoza algo semejante a lo sucedido con Valdivia.

Pedro de Oña, el primer poeta nacido en Chile, publicó en Lima, el año de 1596, el poema titulado Arauco Domado, que cuatro ediciones han hecho llegar hasta nosotros.

Ese antiguo vate, en el canto IV, estrofa 85, no vacila en calificar de vicioso al Mapocho, esto es, a la ciudad de Santiago.

Esplana aun mas esta imputación en el canto III, estrofas 71, 72 i 73, en que dice que la capital

de Chile es

«Albergue de holgazanes i baldíos,
A donde el vicio a sus anchuras mora,
I tierra do se come el dulce loto,
Que, al filo de la guerra, tiene boto.
Es la vadosa sirte donde encallan

O todos, o los mas gobernadores;
I a donde, por hablar cosas de amores,
Las del guerrero adúltero se callan;
Do, como la dulzaina i rabel hallan,
No quieren son de trompas, ni atambores;
Ni dar, en cambio i trueque de una vela,
Amanecer dos mil en centinela.

Es una Circe pésima que encanta,
I en animales sórdidos trasforma;

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