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IX

Viaje a España de frai Gaspar de Villarroel.

El padre Villarroel se trasladó a España por la via de Buenas Aires dos o tres años mas tarde, que don Juan de Solórzano i Pereira.

En una carta que escribió mucho tiempo después de esta fecha a frai Bernardo de Torres, cronista de la orden agustiniana, decia entre otras

cosas:

«Llevóme a España la ambición; compuse unos librillos, juzgando que cada uno habia de ser un escalón para subir.»>

El señor Villarroel alude en estas palabras al manuscrito de una obra en tres volúmenes que habia compuesto con el título de Semana Santa: tratados de los comentarios, dificultades i discursos literales i místicos sobre los evanjelios de la

cuaresma.

Antes de llegar a la corte, i sin pasar de Lis

boa, imprimió el año de 1631 el primer volumen. (1)

El segundo, salió en Madrid, el de 1632; i el tercero, en Sevilla, el de 1634.

El padre Villarroel dió además a la estampa en Madrid, el año de 1636, un tomo en folio denominado: Commentarii in Librum Judicum.

Los cuatro volúmenes enumerados granjearon a su autor gran reputación entre los doctos; pero lo que contribuyó sobre todo a la nombradía de Villarroel fué la habilidad que manifestó en el arte de la oratoria.

En los ocho años que permaneció en la corte, dice frai Bernardo de Torres, uno de sus biógrafos, «predicó a los consejos reales muchas veces, i algunas, a Sus Majestades, con acierto.»

El señor Villarroel conservó toda su vida los mas gratos recuerdos de este viaje a la metrópoli.

Se complació sobre manera en referir de palabra i por escrito sus incidencias, i en disertar sobre ellas.

Pero lo que le causó mas admiración fué la conducta del rei i de la reina.

Felipe IV, i su mujer doña Isabel de Borbón

(1) Don Nicolás Antonio, en la Bibliotheca Hispana, dice equivocadamente, que este volumen apareció en 1611.

fueron para él un santo i una santa, dignos representantes de Dios en la tierra.

El buen fraile, cegado por una especie de idolatría, no supo, o no quiso creer los escandalosos amores del rei con damas i cómicas, ni las liviandades de la reina con el conde de Villamediana.

Ignoró que Felipe IV, olvidando los graves negocios de una monarquía que iba a la decadencia i a la ruina, empleaba todo su tiempo en el galanteo i la disolución.

No advirtió que el monarca, en vez de reprimir con acertadas disposiciones, fomentaba con su ejemplo la corrupción de una corte donde pudo tener lugar por entonces el proceso de las monjas de San Plácido, de Madrid.

El padre Villarroel no paró mientes, ni en estas, ni en otras cosas parecidas.

No atinó mas que a ponderar i ensalzar los actos del rei i de la reina.

A creerle, el palacio era una santa casa de oración.

Solo tuvo oídos para escuchar palabras edificantes, i ojos para mirar espectáculos de igual clase. Si quien podia contemplar de cerca las flaquezas bier. poco ejemplares de los soberanos, distinguió virtudes donde habia únicamente vicios, se comprende con facilidad que los subditos hispanoamericanos, separados por el océano, i colocados a tanta distancia, se persuadieran de estar rejidos

por semi-dioses, mas bien que por míseros mortales.

Voi a manifestar qué fué lo que el señor Villarroel observó en la Península, i qué fué lo que vino a contar a sus compatriotas del nuevo mundo, para lo cual me valdré de una de sus obras que ha llegado a ser bastante rara: Historias Sagradas i Eclesiásticas Morales.

Esto nos ilustrará sobre las creencias referentes a la majestad real que, por aquel tiempo, dominaban en la América Española.

Precisamente al tiempo que el padre Villarroel visitó la España, el aspecto de la monarquía era deplorable.

El historiador moderno don Antonio Cánovas del Castillo ha trazado con vigorosa pluma el mas lúgubre cuadro de aquel período.

«No habia, especialmente en Madrid, dice, ni decoro, ni moralidad alguna; quedaba la soberbia, quedaba el valor, quedaban los rasgos distintivos del antiguo carácter español, es cierto; pero no las virtudes. Pintó don Francisco de Quevedo con exactitud los vicios de aquella época nefanda; no hai ficción, no hai encarecimiento en sus descripciones. Tal franqueza no podia pasar entonces sin castigo, i así los tuvo el gran poeta con pretestos varios, entre los cuales hubo uno infame, que

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fué correr la voz de que mantenia intelijencias con los franceses. La verdad es de que halló medio de poner ante los ojos del rei un memorial en verso, donde apuntaba las desdichas de la república, señalando como principal causa de ellas al condeduque. Siguióle el aborrecimiento de éste hasta el último dia de su privanza; i así estuvo Quevedo en San Marcos de Leon durante cerca de cuatro años, los dos de ellos metido en un subterráneo, cargado de cadenas i sin comunicación alguna. Aun fué merced que no le degollasen, como al principio se creyó en Madrid, porque todo lo podia, i de todo era capaz, el orgulloso privado. Pero, mientras aquel temible censor pagaba sus justas libertades, la corte, los majistrados i los funcionarios de todo jénero acrecentaban sus desórdenes; i al compás de ellos, hervia España, i principalmente Madrid, en riñas, robos i asesinatos. Pagábanse aquí muertes, i ejercitábase notoriamente el oficio de matador; violábanse los conventos, saqueábanse iglesias, galanteábanse en público monjas ni mas ni menos que mujeres particulares; eran diarios los desafíos, i las riñas, i asesinatos, i venganzas. Léense en los libros de la época continuas i horrendas trajedias.... Tal caballero, rezando a la puerta de una iglesia, era acometido de asesinos, robado i muerto; tal otro llevaba a confesar su mujer para quitarle al dia siguiente la vida, i que no se perdiera el alma....; éste, acometido de fa

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