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se complacia en qne sus buenas prendas i sus virtudes fuesen pregonadas a los cuatro vientos.

La vanidad del señor Villarroel era, sin embargo, una vanidad de buena lei, que, en vez de causar disgusto, le granjeaba las simpatías.

El señor Villarroel publicaba ciertamente sus buenas obras; pero no se vanagloriaba, como otros, de las que no practicaba.

Habia, si se quiere, en su procedimiento candor, pero de ninguna manera, presunción, ni mucho menos, mentira i malicia.

Se esforzaba por ser bueno, i mui bueno, i deseaba que todos supiesen que lo era.

I esto no soi yo quien se lo atribuye por conjeturas mas o menos fundadas.

Es él mismo quien lo declara así con su sinceridad característica.

«Como la limosna es en los obispos hermosísima, no necesita de que le encubran la cara. Lo que se podrá paliar es lo que desdice de la virtud, Yo hago mis limosnas a la vista del sol. I aunque no ha faltado quien tropiece en esto, juzgando que me pongo a peligro de desvanecimiento, héme reído mucho, porque, si un obispo se engríe de que hace limosna, también se engreirá cuando, el domingo, oye misa; i como quiera que es esta una tan precisa obligación, no hai para que la paliar, pues no hai en ella con que nos poder engreír. Yo me persuado que tendria poco jui

cio quien se ensoberbeciese de no retener lo ajeno.D

La publicación de las buenas obras que hacía el señor Villarroel, lejos de perjudicarle, le atraia el amor i el respeto de sus feligreses, a quienes constaba que aquellas hazañas evanjélicas eran reales i exactas, i no inventadas o exajeradas.

XII.

La mansedumbre del obispo Villarroel
con la autoridad civil.

El gobierno superior de cada una de las provincias de la América Española estaba encomendado, no solo a los virreyes o presidentes, i a los oidores, sino también a los arzobispos i obispos. Todos estos personajes pertenecian al consejo de Su Majestad.

Los arzobispos i obispos tenian grande injerencia en los asuntos civiles i políticos; mientras que los virreyes, presidentes i oidores no la tenian menor en los eclesiásticos.

Como muchas veces era dificultoso deslindar bien las dos jurisdicciones, resultaban frecuentes desavenencias i conflictos.

A esta primera i poderosa causa de disgustos i discordias, que ahora nos esplicamos sin trabajo, se agregaba otra, no menos fecunda en disturbios, ahora tenemos por pueril i ridícula, pero a la

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cual, en aquel lejano tiempo, se atribuia una importancia suma.

Nuestros projenitores eran, como se sabe, por demas nimios i puntillosos en materias de etiqueta oficial, i aun doméstica.

Los ceremoniales públicos i privados habian reglamentado minuciosamente los menores detalles, los saludos, los movimientos, las colocaciones, las preeminencias.

ΕΙ que una persona pasara, o se sentara antes o después que otra, era una gran cuestión de estado.

Se comprende, pues, que, tanto la facilidad de las competencias jurisdiccionales, como el aprecio excesivo de las distinciones vanas i artificiales, fueran el orijen de numerosos desagrados, que iban indisponiendo los ánimos, i que, al fin, enjendraban malquerencias i rivalidades mas o me nos violentas.

El obispo don frai Gaspar de Villarroel, en el prólogo de su famosa obra: Gobierno Eclesiástico Pacífico, i Union de los Dos Cuchillos Pontificio i Rejio, ha mencionado otras causas que producian continuas desavenencias entre los gobernantes i los prelados.

«Me resolví en sacar a luz estos libros, dice, así por apuntar para mí un arancel con que poderme gobernar en materia tan dificultosa, como

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la concurrencia de por vida con una real audiencia, como porque los señores obispos hallen un manual de sus derechos, i los señores oidores tengan entendido que sabemos los padrones de sus límites. Hai gran suma de cédulas en estas Indias; ignorán las los prelados, porque los ministros reales las guardan en sus archivos; i hai audiencias que hacen gala de no decir lo que en una cédula se dispone hasta que el obispo yerre, juzgando por logro que se persuada el pueblo que pueden hacer que cejen los obispos, sin advertir que, no solo faltan en la caridad, sino que ponen a peligro un obispo caprichoso, que llevará adelante lo comenzado, por no confesar el yerro, de que se orijinan mil escándalos. Yo he tenido disposición para descubrir gran número de cédulas, con el mesmo trabajo que, en una mina, la mas escondida veta.

«Están llenos los derechos antiguos, i el ceremonial romano, de privilejios de los obispos; i el que los quisiere entender en toda su latitud, habrá de tropezar en nuevas disposiciones de los reyes. Yo conocí un obispo que, en la procesión del Santísimo Sacramento, hizo que le llevase la falda el alcalde mas antiguo; dejaba la vara por el embarazo; i pareciéndole a este prelado que descrecia su autoridad, si el nuevo caudatario dejaba su representación, hizo al rei ministro de su vanidad. Otro entró a caballo debajo de palio, obligando

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