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hablaron a dicho señor obispo para que, informado, viniese en la estracción de dicho preso, con cuya comunicación, fueron a sacarle, i por por haberse sado a sus casas, entraron en ellas a buscarle, de donde hizo fuga; i siguiéndole, le prendieron, de que se exasperó i mostró agraviado grandemente, siendo dichas acciones necesarias al uso del oficio i administración de justicia, i que se dispusieron i ejecutaron con modestia, i prudencia, haciendo él mismo grande sentimiento por sospechas que parece tuvo de dicho señor don Pedro de Lugo por decir que, en el ausilio que pidió su provisor en esta audiencia para sacar del convento de San Agustín al doctor don Tomás Pérez de Santiago, dean de dicha catedral, sobre cierto desacato que se le imputaba haber tenido contra dicho señor obispo, habiendo aparecido en él con el hábito de dicha relijión, i diciendo ser relijioso de ella, de que emanó la competencia del Santo Oficio de la ciudad de los Reyes, porque le llevaron a que compareciesen en ella los principales ministros de que se sirvió en aquel caso, dicho señor don Pedro de Lugo no asistió a los intentos de dicho señor obispo; i reserva decir mas si fuere necesario, para su tiempo, i cuando convenga, en orden a la emulación que ha tenido i tiene a esta real chancillería, i celos de su preeminencia. En cuya conformidad, i porque tal acción con tanta publicidad tan desaocasionada, violenta i escandalosa, disimulándola

i quedándose en silencio, puede ser de mal ejemplar, i ocasión de la posposición de su autoridad, i respeto que se debe a los señores oidores, i para otros útiles i justos efectos, principalmente para que conste en todo tiempo del hecho de la verdad, i no se confunda ni perturbe con su trascurso, ni mude con otros acaecimientos, ha hecho esta proposición; i ocurriendo a lo que se debe temer en adelante de que se repitan estas u otros semejantes estrañas demostraciones, fué de parecer se haga información sumaria de oficio con todo recato de que lo dijo i hizo dicho señor obispo con ocasión de ello, i de su notoriedad para que, con su vista, se tome la resolución, i haga lo que mas convenga; i que se cometa al señor oidor don Bernardino, por ser el que há menos tiempo que vino, i con quien ha tenido ningún embarazo, o mui poco.»

Si los majistrados civiles tuvieron tantas i tales desavenencias con un obispo que se preciaba altamente de conciliador i pacífico, que llevaba a sistema el mantener las buenas relaciones entre la autoridad secular i la eclesiástica, fácil será presumir cuáles i cuántas serian las que hubo con otros prelados a quienes se tildaba de belicosos i exijentes.

XIII.

El terremoto del 13 de mayo.

El 13 de mayo de 1647, de 1647, fué un lúnes que trascurrió en Santiago sin novedad digna de atención, como todos los dias ordinarios.

El obispo Villarroel hizo notar mas tarde que el calendario no señalaba santo para ese dia.

Pero lo cierto fué que nadie habia parado mientes de antemano en una circunstancia que no era escepcional.

Habia muchos otros dias a los cuales el calendario no asignaba tampoco santo, sin que tal omisión hubiera traído en esos dias desprovistos de patrono una desgracia o calamidad.

El tiempo estuvo sereno, i bonancible.

No hubo calor, ni frio.

La noche empezó tranquila, como el dia habia concluido.

Una hermosa luna iluminó desde el cielo la ciudad.

Aun cuando hubiera habido entonces alumbrado público, que no lo habia, habria estado ventajosa i espléndidamente reemplazado por semejante luz natural.

Tal iluminación habria parecido destinada раra alguna fiesta suntuosa.

Los habitantes, o se habian acostado, o se disponian a hacerlo.

En aquella época, eran pocos los que buscaban

tarde el descanso del sueño.

Serian aproximativamente las diez i media de la noche, según la versión mas jeneral.

El padre Diego de Rosales, que se hallaba a la sazón en Arauco, pero que era curioso e investigador, escribe que la catástrofe de que voi a hablar, ocurrió a las diez.

dice que

El obispo Villarroel, que estaba en Santiago, fué a las diez i media, medio cuarto mas. Sin que nada los hiciese esperar, ni anunciase, se sintieron repentinamente un ruido i un sacudimiento estraordinarios.

El estruendo fué tan estrepitoso, que hubiera podido creerse que la vecina cordillera de los Andes, destruida por haber estallado en sus entrañas una mina formidable, habia saltado en pedazos.

El sacudimiento fué tan violento, que hubiera podido temerse que la tierra se dividiera en innumerables fracciones.

EL TERREM.-39

Los edificios se estremecieron desde los cimientos hasta el techo, crujieron con un ruido que acrecentó el del terremoto, i aflojaron sus amarras i ligaduras.

Muchos empezaron, unos en pos de otros, a venir al suelo.

Las torres de las iglesias fueron las primeras que se rindieron a su peso.

Todas las casas, con rarísimas escepciones, quedaron, o convertidas en montones de escombros que atestaban los sitios donde poco antes se levantaban, o amenazantes de una ruina mas o menos próxima.

Grandes peñascos, algunos de considerable tamaño, se desprendieron del cerro de Santa Lucía, i rodaron hasta considerable distancia, causando en el trayecto daños de magnitud.

Instantáneamente, i junto con estos horrores, la ciudad teda se vió sumerjida en unas tinieblas que se palpaban, las cuales eran ocasionadas, no solo por el denso i abundante polvo que se levantaba de los edificios derrumbados, sino también por unas estrañas i sombrías nubes que cubrieron el cielo i ocultaron la luna.

Los oficiales reales de la tesorería aseveran que el terremoto duró tres credos rezados.

El oidor don Nicolás Polanco de Santillana asegura que duró el espacio de cuatro credos.

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