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XXI.

Fin de las vidas del presidente Mujica i del obispo Villarroel.

Me parece oportuno rematar esta narración, haciendo saber cuál fué la suerte que cupo a los dos principales personajes que figuran en ella.

El año de 1648, el presidente Mujica estaba dirijiendo en persona las operaciones de la interminable guerra de Arauco; pero, como se sintiera mui aquejado de la gota, se vino a Concepción para medicinarse.

No habiendo encontrado allí el alivio que esperaba, determinó pasar a Santiago, tanto en busca de recursos de salud, i por variar de temperamento, como para activar la reedificación de la arruinada ciudad.

Antes de emprender esta jornada, envió, según el padre Rosales, ocho mil pesos de su hacienda para socorrer a las iglesias, conventos i otras instituciones piadosas de Santiago.

EL TERREM.-74

Despues de confesado i comulgado, se puso en viaje el 9 de abril de 1649.

Al pasar por la población de Malloa, esperimentó una gran tristeza al ver que el terremoto del 13 de mayo habia derribado una iglesia i un convento de San Francisco que allí habia.

Habiendo contemplado largo rato los escombros, preguntó al guardián:

-¿Cuánto costaria, reverendo padre, reconstruir estos edificios?

--Si yo contara con dos mil pesos, respondió el guardian, los restauraria al estado que anteriormente tenian.

-Reedifique Vuestra Paternidad la iglesia i el convento, pues, en llegando yo a Santiago, le remitiré la suma que dice necesitar.

El presidente Mujica fué recibido en la capital con sincero i afectuoso entusiasmo.

Todos a una voz le llamaban el padre del atribulado vecindario.

El presidente pareció esmerarse por merecer tan honroso dictado.

Ordenó a su mayordomo el que a cuantos se presentaran en solicitud de limosna les diera, vistas las circunstancias, un peso, o por lo menos cuatro reales.

--Ilustrísimo Señor, observó el mayordomo, la renta de Usía no alcanza para tanto.

-No he venido a Chile a buscar caudal, con

testó el presidente Mujica. Con tal que tenga un hábito de San Francisco para enterrarme, moriré contento. Haced como os lo he dicho.

Las monjas de Santiago, las cuales, según el padre Rosales, eran «mui regaladoras», enviaron como obsequios de bienvenida al presidente Mujica unos jarros i unos dulces.

Mujica rehusó aceptarlos, si no se consentia en admitir su precio.

-He venido, dijo, no a recibir dádivas, sino a hacer limosnas.

Hacía tres dias que el presidente se hallaba en Santiago.

Parecia bueno i sano.

Asistió por la mañana a una función de iglesia, en que oyó misa, i oyó sermón.

Concluida la función relijiosa, volvió a su alojamiento, donde tenia convidadas a comer a muchas personas de distinción.

Se sabe que la costumbre era entonces comer a mediodía.

Apenas Mujica hubo probado una cierta ensalada, cuando sintió los síntomas de un envenenamiento.

Principió por tener bascas.

Arrojó en seguida espuma por la boca.

Se le trabó la lengua.

Perdió el sentido.

Fué llevado sin tardanza a la cama.

Al fin de una hora, era cadáver.

Aquella muerte tan precipitada ¿fué el resultado de una dolencia natural, o de un crimen?

El padre Rosales, que era contemporáneo, se espresa así:

«Quedaron todos atónitos i espantados de una muerte tan acelerada de un gobernador tan querido, de tan grandes prendas, de tan acertado go. bierno; i mostraban el sentimiento en los ojos, no habiendo persona que no le llorase. Fueron varios los juicios que se echaron sobre la muerte. El dia del juicio, se sabrá quien la hizo, si es que fué veneno, como dijo el común; pero las justicias no se persuadieron a eso, ni a que un caballero tan bien quisto, i tan amado, tuviese enemigo que le quitase la vida, i así no hicieron averiguación, ni pesquisa sobre su muerte; mas, si preguntan al mentidero quién le mató, dirá lo que dijo del conde: ni se sabe, ni se esconde».

Otro contemporáneo, el maestre de campo don Jerónimo de Quiroga, es algo menos reservado acerca de este punto, que el padre Rosales.

El presidente Mujica murió con sentimiento de todos, escribe, menos de un togado que depuso de su empleo, i lo confirmó el rei».

Don Vicente Carvallo Goyeneche es aún mas esplícito.

Hé aquí lo

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«Todos los indicios fueron de veneno. I fué el

caso. Se presentaron en la provincia de Chiloé unas mercedes falsas de encomiendas de indios; hacía vivas dilijencias por descubrir el falsario, que debia ser de su secretaría i familia; i se presumió que éste lo emponzoñó por no ser descubierto. No se hizo dilijencia alguna en la averiguación de este hecho, que quedó envuelto en las oscuridades de la duda».

El cadáver del presidente Mujica fué sepultado desde luego conforme al uso en la capilla de tablas que servia de catedral.

Cuando, mas tarde, se trasladaron a la catedral ya restaurada los huesos de Mujica, se halló, según don Jerónimo de Quiroga, incorrupta una de

sus manos.

El mismo cronista nos hace saber que el obispo Villarroel predicó con este motivo un sermón en el cual esplicó aquel prodijio por lo limosnero que Mujica habia sido.

El obispo Villarroel permaneció todavía en Santiago por cerca de dos años después del fallecimiento del presidente Mujica.

Uno de los temas predilectos de sus constantes estudios i continuas meditaciones fué la causa del terremoto del 13 de mayo.

Como lo he manifestado en el capítulo 14 de este libro con las propias palabras del señor Villarroel, éste escribió, en la cuestión 20, artículo

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