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O si cuando la trompa horrible diere
Señal en los ejércitos, i tienda

La roja cruz el viento en las banderas,
I de la muerte la vision horrenda,
Envuelta en humo i polvo, discurriere
Por medio las escuadras i armas fieras,
Tu nombre ha de sonar en las primeras
Voces que diere la española jente,
Pidiendo por tu medio la victoria?
O si querrás la gloria

De ser en los concilios presidente,
Donde se trate del gobierno humano,
Del cual nos dejas admirable ejemplo?
O ¿si será mas propio que el piloto,
Cuando luchare con el Euro i Noto,
Prometa ronco visitar tu templo,
I allí colgar las velas por su mano?
O ¿que en tu proteccion el rubio grano'
El labrador envuelva, i te suplique

Que por tu medio Dios lo multiplique?

Los conquistadores castellanos trajeron a la Amé rica este sentimiento relijioso de fidelidad exaltada al soberano. En todas sus empresas, en todos sus peligros, invocaban: primero, el nombre de Dios; i en seguida, el del rei. Todo lo hacian, o por lo menos pretestaban hacerlo, para la mayor gloria de la majestad divina i de la majestad real.

En medio de los desórdenes consiguientes de la conquista, entre la multitud de jente desalmada que le dió cima, i á una distancia tan inmensa del centro del gobierno, hubo naturalmente alborotos, hubo rebeliones. Pero éra tanto el prestijio de la corona, que los aventureros se apresuraban a agruparse espontáneamente en torno de la bandera real para castigar a los díscolos, i hacerlos entrar en la obediencia. Por lo jeneral, siempre que fué preciso hacer respetar la autoridad soberana, el rei, ya directamente, ya por conducto de sus ministros, se limitó a enviar un comisario con un título cualquie

ra, aun con una simple cédula en la cual espresaba su voluntad. I sin embargo, en todos los casos, sobraron en aquella turba desligada de toda fuerza coercitiva, i a la cual las circunstancias de la época i de los lugares ofrecian las mayores probabilidades de la mas completa impunidad, individuos que lo arrostraran todo para hacer cumplir los mandatos del monarca.

II.

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Follar varinis mucussive c quests of Sha El descubrimiento i conquista del nuevo mundo fortificaron sobre manera el profundo i sincero sen- of chr timiento de adoracion que los españoles desde los mas remotos tiempos habian tributado a sus reyes.

La posesion de tan vastísimo continente i de tan numerosas islas, i la ocupacion del Portugal i sus colonias en el curso del mismo siglo XVI, elevaron de un golpe la España a ser la monarquía mas poderosa que jamas hubiera existido.

Los escritores nacionales observaban con orgullo que ella era mas de veinte veces mayor que el imperio romano.

Se estendia a las cuatro partes de la tierra, ciñendo casi todo el orbe, de modo que el marino que emprendiese un viaje de circunnavegacion podia ir tocando siempre en costas españolas.

El sol no se ponia nunca en los dominios del rei. Habia todavía una circunstancia que halagaba intensamente la piedad de los súbditos del monarca católico: siempre, en algun punto de la monarquía, se estaban elevando a Dios los rezos que la iglesia tiene designados para cada una de las horas canónicas.

Para colmo de satisfaccion, Isabel de Inglaterra,

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la impía, la cismática, habia reconocido a la faz de las naciones, en un edicto de 1595, que el mui invicto i relijioso Felipe II poseia mas riquezas, mas coronas, mas reinos, mas pueblos de los que jamas habia poseído ningun príncipe cristiano.

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La monarquía española, era, pues, un pedestal demasiado colosal para que el monarca absoluto que habia asentado sobre él su trono no fuese mucho mas que un simple mortal.

I en efecto, era considerado el lugar-teniente de la Divinidad en este mundo.

Los autores españoles proclamaban con todas sus letras i en todos los tonos, en latin i en castellano, en prosa i en verso, que Dios (a quien todo pertenece, i por quien los reyes reinan) se habia reservado para sí el gobierno del cielo, i confiado a Felipe II, como a vicario suyo, el gobierno temporal de todo el orbe.

Era esta una justa recompensa debida a tantos i eminentes servicios.

Nunca desde la creacion, bajo los auspicios de ningun otro soberano, se habian descubierto, esplorado i entregado a la civilizacion tantas rejiones ignoradas de los hombres, ni se habia abierto mas ancha puerta para emprender nuevos descubrimientos i nuevas esploraciones.

Por sus desvelos i piedad jamas desmentida, habia traído en un solo siglo al regazo de la verdadera iglesia de Cristo mas naciones las que que se habian convertido en casi todos los siglos anteriores juntos.

De este modo, cuando en Europa el imperio de la fe se disminuia bajo los golpes de la herejía luterana, el monarca que merecia el título de católico ensanchaba hasta las estremidades de la tierra el imperio de la Santa Sede, i le compensaba

con exceso, a lo ménos en cuanto al número, las pérdidas que ella habia esperimentado.

No era estraño que en ambos mundos, en Europa i en América, los súbditos españoles entonasen un coro unísono i retumbante de hiperbólicas alabanzas en honor de un soberano tan predilecto de Dios, i en honor de sus ascendientes que habian preparado tantas grandezas, i de sus descendientes que habian de continuarlas. ¡Gloria a Dios en las alturas, i en la tierra al Rei de las Españas i de las Indias! Este era el estracto del himno universal espresado en las estrofas del poeta, en las narraciones del historiador, en los comentarios del jurisconsulto, en las sumas del teólogo.

III.

Juzgo oportuno mencionar especialmente, entre cien otras, una obra voluminosa, donde los aficiona dos a las curiosidades históricas de este jénero pueden encontrar redactadas en elegante latin, clasificadas i detalladas un gran número de lindezas por el estilo.

Esa obra es la titulada: De Indiarum Jure, sive De Justa Indiarum Occidentalium Inquisitione, Acquisitione et Retentione por el doctor en ambos derechos don Juan Solórzano Pereira.

I cito este libro con preferencia a otros, no sin motivo.

Solórzano Pereira, su autor, fué un distinguido catedrático de la universidad de Salamanca, insigne humanista, i lejista mui esperto en las letras sagradas i profanas; que sabía de memoria los poetas clásicos, los historiadores nacionales, los espositores de las leyes i los padres de la iglesia. Residió no ménos de diez i ocho años en Lima, de cuya au

diencia fué oidor, i volvió a España para ser, primero fiscal, i despues miembro del consejo de Indias. Terminó sus dias respetado i consultado de todos, venerándose en él al sabio eminente que con la pluma habia dado fin a la empresa de someter el nuevo mundo a los reyes de España, que los descubridores i conquistadores habian comenzado con las armas (1).

La famosa obra De Indiarum Jure, cuyo primer tomo apareció el año de 1629, i el segundo, el de 1672, fué respecto de la dominacion española en América, lo que los Comentarios de Blackstone son todavía respecto de la constitucion inglesa: un libro clásico, que todos los que tomaban una parte cualquiera en la direccion de los asuntos coloniales, sea en la Península, sea en el nuevo continente, tenian a la mano, i consultaban, si deseaban acertar i comprender bien la lei.

Solórzano Pereira dijo, pues, la última i majistral palabra en la materia; i no es menester hojear mucho aquel singular tratado del error i debilidad humana para notar que esa palabra era la idolatría mas sumisa i rendida a la persona del monarca.

El erudito espositor del derecho indiano habia demostrado por medio de disertaciones jurídicoteolójicas, cuyos razonamientos aparecian comprobados i amenizados con citas históricas i literarias, esa misma semi-divinidad del rei que Arjensola habia ensalzado en sonoros versos, i que Lope de Vega i Rójas habian representado en dramas conmovedores.

(1) Nicolas Antonio, Bibliotheca Hispana-Leon Pinelo, Biblioteca Oriental i Occidental.

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