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ces en Madrid, el marques de Bonac; i por la que se concedia licencia a un buque ingles, cuyo nombre i el de su capitan estaban en blanco, habiéndose tambien dejado hueco para espresar el porte, "a fin de que pudiese ir libremente de Inglaterra a cualquier punto de las Indias con todo jénero de mercaderías i tejidos, pagando los derechos establecidos segun su calidad, i sacando en retorno frutos i jéneros de ellas de los que tuviese por mas convenientes."

El rei, al poner el hecho en noticia de sus gobernantes coloniales, les recomendaba, como debe presumirse, que no volvieran a dejarse sorprender por semejantes fraudes (1).

XII.

El sistema tan tenazmente seguido por la metrópoli de rechazar a los estranjeros de sus dominios coloniales produjo para éstos las mas funestas consecuencias. La España no tenia ni poblacion ni industria que darles, i sin embargo rechazaba a los estranjeros, que eran los únicos que podian traerlas.

Un alto funcionario en el reinado de Fernando VI, don Bernardo Ward, reconocia que uno de los principales males que aquejaban al nuevo continente era la falta de habitantes. ¿Quereis saber cuál era el medio que proponia para subsanar el inconveniente? Vais a verlo.

"Hai en España ciertas clases de jentes, dice, que sería ventaja para el reino limpiar el estado de ellas; hablo de los jitanos, que no tienen morada fija, ni industria alguna; de los facinerosos que

(1) Real Cédula espedida en Madrid a 28 de octubre de 1713.

se envian de por vida a los presidios; i de las mujeres públicas incorrejibles que introducen la corrupcion." Pues bien, el señor Ward proponia que se limpiase la Península de estas inmundicias, i se las arrojase en la América, como si esta fuera un basural.

Por lo que toca a la cuestion de saber sí convenia o nó la admision de estranjeros católicos en las colonias, "como el asunto es tan arduo i dudoso, dice, solo me adelantaré a esponer los principales argumentos que se pueden alegar a favor i contra esta idea;" lo que indica, sea dicho en su honor, que Ward no abrigaba opiniones mui ortodojas sobre el particular, cuando encontraba la cuestion dudosa, i no la resolvia terminantemente en contra, como lo hacía la inmensa mayoría de los españoles; i no podia ser de otro modo, porque Ward era irlandes, sin que esto impidiera que fuese un leal servidor de la España (1).

La metrópoli no atendia en esta materia a la

razon.

Con tal de que los estranjeros no sacaran riquezas de la América, se conformaba con no sacarlas ella tampoco, i con mantener pobres i desiertas estas vastas comarcas, que estaban llamadas a tan altos destinos.

Ademas, el gobierno peninsular estuvo siempre persuadido de que la introduccion de estranjeros sería la ruina del sistema colonial.

I francamente en esto quizá no andaba descaminada.

Un réjimen tan absurdo como aquel no podia soportar la comparacion con los mas razonables establecidos en otros países, que los estranjeros no

(1) Ward, Proyecto Económico, parte 2. capítulo 10.

habrian podido ménos de hacer conocer. a los americanos.

Hemos visto la persecucion implacable que la metrópoli dirijia contra los estranjeros colectiva e individualmente.

Pues todavía sus defensores enumeraron entre las principales causas de la emancipacion de los dominios hispano-americanos la permanencia de los pocos que se toleraron.

"La sagrada escritura nos dice que Dios prohibió al pueblo israelita los enlaces con mujeres idólatras, i da la razon, escribia frai Melchor Martínez, lamentando aquella perjudicial i deplorable induljencia de la España; porque sabía ciertísimamente que su compañía i trato los arrastraria a la idolatría; i este precepto no escluye a los sabios, pues Salomon, el mas sabio de los mortales, que quebrantó el precepto, incurrió i abrazó el error de la idolatría, seducido por sus mujeres, i con la circunstancia de estar advertido del peligro" (1).

(1) Martínez, Memoria Histórica sobre la revolucion de Chile, pájina 13.

CAPITULO VIII.

LAS PEQUEÑECES DE LA COLONIA.

Frivolidad de la vida colonial.-Juicio del doctor Solórzano sobre el obispo Villarroel.-Las guedejas de los eclesiásticos. La grasa de vaca en los dias de abstinencia.-El número de los ánjeles.-Bandos relativos a remedios.-El monopolio del pescado por los frailes.--El traje del presidente.-Etiquetas de Alvárez de Acevedo con la audiencia. La visita de la rejenta a la presidenta.-Las ocupaciones del cabildo.-Un tumulto universitario.-Conclusion.

I.

Me parece haber manifestado en los capítulos precedentes, con abundante copia de documentos i de hechos, que los caractéres distintivos de la sociedad hispano-americana bajo la dominacion de la metrópoli fueron una ignorancia supina, una segregacion casi completa del resto de los pueblos civilizados, i una coaccion constante i minuciosa de la autoridad hasta en los menores incidentes de la vida pública i privada.

El resultado de un réjimen semejante fué el que debia esperarse: la degradacion de los individuos. Por lo jeneral, en las colonias de América, no se pensaba, ni se escribia, ni se hablaba sobre nada que fuera scrio i grande; i por lo tanto no se eje

cutaba tampoco nada que mereciera el aplauso de los contemporáneos, o la gratitud de las jeneraciones venideras.

Todo allí era mas o ménos pequeño: los pensamientos, los escritos, las palabras, las acciones. La evocacion de tanta miseria acongoja verdaderamente el corazon.

Un espectáculo de esta especie produce una tristeza mas amarga de la que causaria la vista de ruinas colosales, amontonadas por la accion destructora del tiempo.

Es mucho poder decir:

-Aquí fué Troya, aquí fué Palmira, aquí fué Itálica, aquí fué la silla de un pujante imperio. Estos arcos i estos mármoles destrozados fueron magníficos templos; estos escombros cubiertos de malezas, i guarida de reptiles, fueron termas, teatros, palacios; estos pantanos fueron jardines deliciosos. Aquí floreció un pueblo opulento i poderoso, respetado de sus aliados i temido de sus enemigos, cuyas naves trasportaban las mas variadas producciones hasta las mas remotas comarcas, i cuyo idioma era la lengua de las letras i de las ciencias. Aquí nació Príamo, Héctor, Enéas, Zenobia, Lonjino, Trajano. Tanta grandeza ha tenido una duracion que puede considerarse solo como una hora en la larga serie de los siglos; pero ha existido, ha brillado. Aquí el hombre ha reinado solo un dia; pero siquiera ha reinado, ha ostentado poder, ha alcanzado gloria. A este punto del globo se encuentra ligado un recuerdo que nos entristece, representándonos lo efímero de las obras humanas; pero que al mismo tiempo exalta nuestro lejítimo orgullo, dándonos a conocer cuánto es lo que el hombre ha podido realizar.

Nada semejante puede endulzar el sentimiento

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