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CAPITULO II.

LA CRONICA MILAGROSA DE CHILE.

El apóstol Santiago proteje a los españoles en el valle del Mapocho.El mismo apóstol i Nuestra Señora del Socorro rechazan de la ciudad de Santiago a una multitud de indios que la asaltaban.—La Vírjen i el apóstol Santiago defienden contra los araucanos la ciudad de Concepcion.-Prodijios con que Dios impide que sea asaltada la Imperial.-Espantosas hambre i peste con que los araucanos son castigados por su rebelion i la muerte del gobernador Valdivia.-Portentos que favorecen las persecuciones de Pedro de Villagra contra los indios rebelados. Nuestra Señora de las Nieves en la Imperial. Un gran número de prodijios obliga a los araucanos a solicitar del marques de Baides la paz.-Influencia de estos hechos en favor de la autoridad real.

I,

Segun parece reclamarlo el argumento de este libro, procuraré en esta materia, como en las que tenga que tratar mas adelante, escojer de preferencia los ejemplos en nuestra tradicciones nacionales, pues sería demasiado minucioso el citar todos los que fácilmente pueden encontrarse en las historias de las otras comarcas hispano-america

nas.

El verdadero fundador de la capital de Chile puede decirse que fué, no don Pedro de Valdivia,

sino el apóstol Santiago en persona, si hemos de prestar crédito a lo que refiere el capitan don Pedro Mariño de Lovera, uno de nuestros mas antiguos cronistas, que vino a este país en 1550, i que por lo tanto es contemporáneo, i en muchas ocasiones testigo presencial de lo que relata en su obra.

Segun éste cuenta, en enero de 1541, los españoles habian acampado en el valle del Mapocho, i su caudillo Valdivia habia resuelto fundar allí una ciudad.

El jefe de los indíjenas, el poderoso i esforzado cacique Michimalonco, que lo supo, i que tomó la determinacion de impedir a toda costa el establecimiento de los estranjeros, vino a atacarlos a la cabeza de una multitud innumerable.

Los españoles se apercibieron a la resistencia, invocando entre otros el amparo del apóstol patron de España.

La pelea fué larga i reñida.

Los españoles, fatigados i heridos, perdian terreno; parecia, que estaban ya próximos a sucumbir. De repente, i cuando no lo esperaban, todos los bárbaros a una volvieron caras, i huyeron despavoridos.

Un resultado semejante dejó suspensos a los españoles.

Así fué que apénás se habian recobrado del cansancio, cuando Pedro de Valdivia mandó traer a su presencia, para interrogarlos por las causas de su repentina fuga, a algunos de los indios que se habian cojido prisioneros en la batalla.

-Cuando estabamos mas animados, i seguros del triunfo, respondieron, vimos venir por los aires, en un caballo blanco, i con la espada desenvainada en la mano, a un cristiano que nos amenazaba, i hacía los mayores estragos en nuestras filas. Ate

rrorizados con una vision tan estraña, arrojamos las armas, i buscamos la salvacion huyendo desatinados sin saber a dónde.

Valdivia les ordenó entonces que mostrasen cuál de los españoles era el que habian visto.

Los indios, refiere el cronista, "clavaron los ojos en todos los presentes, mirándolos con grande atencion a todos, i en particular a los mas lucidos i señalados como eran Alonso de Monroi, Francisco de Aguirre, Rodrigo de Quiroga, Francisco de Villagran, Jerónimo de Alderete, el capitan don Diego Oro, el maestro de campo Pedro Oro de don Benito, el capitan Juan Jofré, Pedro de Villagran, Juan de Cuevas, Rodrigo de Araya, Santiago de Azócar, Márcos Véas, Francisco Galdámez, Luis de Toledo, Francisco de Rivéros, Diego Garcia de Cáceres, Juan Fernández Alderete, Juan Godínez, Gonzalo de los Rios capitan, Juan Boon, Pedro de Miranda, Jil González de Avila i otros muchos caballeros i soldados que allí se hallaron i habian sido en la batalla; i habiéndolos mirado mui despacio en particular a cada uno, se sonrieron los bárbaros como haciendo burla de todos ellos respecto de aquel que habian visto, i así lo dijeron por palabras espresas, certificando que era hombre mui superior a todos ellos, que habia hecho mas que todos ellos juntos."

Valdivia, maravillado del prodijio, interrogó a cada prisionero por separado, i con gran cuidado i dilijencia; "i halló, agrega el cronista, ser todos contestes en lo que se ha dicho, sin haber indio que discrepase, por lo cual tuvieron por cierta resolucion haber sido el glorioso apóstol."

"Colijióse esto tambien por los efectos, cuenta por último el capitan Lovera, pues habiendo sido los bárbaros mas de veinte mil, i tan esforzados i

briosos, i los cristianos tan pocos, que para cada uno habia mas de doscientos contrarios, con todo no murió ningun cristiano, estando el campo tinto en sangre de los enemigos."

Los españoles tributaron al santo i denodado apóstol las mas fervorosas gracias por el eficaz patrocinio que se habia dignado concederles, acordando por votacion unánime el que como testimonio de veneracion, se diera su nombre a la ciudad que inmediatamente procedieron a fundar en el valle del Mapocho (1).

II.

El apóstol Santiago no tardó en manifestar que aquel devoto homenaje le habia complacido.

Habian trascurrido unos pocos meses, i ya se levantaba una poblacion con habitaciones de madera i paja en el sitio donde andando los años debia ostentarse la capital de Chile, cuando el obstinado cacique Michimaloneo, aprovechándose de una ausencia del gobernador Valdivia, que habia salido al Sur con la mayor parte de las fuerzas, determinó arruinar hasta sus cimientos la naciente colonia de los estranjeros.

Era el 11 de setiembre de 1541.

A las tres de la mañana de aquel dia, uno de los tenientes del cacique asaltó la ciudad al frente de una hueste numerosísima, i con la órden de no dejar español con vida, ni casa en pié.

Los indios tenian la mas plena confianza en la victoria.

Habian preparado el plan de ataque con todo estudio i despacio.

(1) Mariño de Lovera, Crónica del reino de Chile, libro 1.°, cap. 11.

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