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San Martin; lucha que terminó con la derrota completa de dicha administracion y la renovacion de todos los poderes del Estado. Carrillo no pudo ménos que levantar su voz contra las demasias del Poder Nacional, procurando moderar las persecuciones y defendiendo siempre el principio de la soberania de los Estados.

Salió del Congreso en 1835, y regresó a Costa Rica, á punto en que se practicaban elecciones para la primera silla del Ejecutivo, por renuncia del Señor Gallegos, y tocóle á Carillo ser llamado por el voto de sus conciudadanos, para llenar el tiempo que faltaba del periodo correspondiente al enunciado Señor Gallegos.

Empuñaba Carrillo el mando supremo, cuando tuvieron lugar, primero, el levantamiento de las ciudades llamado de la liga y mas tarde, la intentona de Quijano; pero el Gobierno obró con tanta firmeza y enerjía, que uno y otro movimiento fueron bien pronto sofocados; quedando en consecuencia, mas afianzado que nunca, el imperio de la ley y el prestijio de la autoridad.

Semejantes triunfos aumentaron naturalmente la reputacion de Don Braulio, y cuando en 1837, tuvo que cesar en sus funciones, por haber expirado el tiempo de su eleccion, hicieron sus partidarios los mayores esfuerzos, á fin de reelijirlo. Esto, sin embargo, no pudo lograrse, habiendo obtenido una escasa mayoria de votos, el Licenciado Don Manuel Aguilar, que era el candidato del bando contrario.

El Señor Aguilar, hombre de carácter dulce y conciliador, apénas se hizo cargo del Gobierno, comenzó á dar muestras de querer apoyar su administracion sobre todos los pueblos del Estado indistintamente; lo que disgustó en alto grado á los Josefinos, que se encontraban vencedores. Alarmado Aguilar por los síntomas de sedicion que observaba, procedió á expulsar del pais, sin prévia formacion de causa, á tres de sus opositores mas audaces, siendo dos de ellos, miembros de la Lejislatura. Este golpe, dado aisladamente y sin tomar las demas medidas que hubieran sido necesarias para sostenerlo, no sirvió, sino para precipitar la caida de Aguilar.

Así fué como sus desafectos no tuvieron la menor dificultad en fraguar la conspiracion militar que estalló en San José el 27 de Mayo de 1838: Aguilar fué destituido y deportado; y Carrillo, que ambicionaba siempre el poder, se puso á la cabeza de los negocios. Dueño del cuartel, lo fué de la Capital, y los demas pueblos desarmados, no tuvieron otro recurso que suscribir el acta del pronunciamiento.

No podemos, ciertamente, ménos de deplorar la manera con que Carrillo se apoderó de las riendas del Gobierno, esta segunda vez, siendo el primero en dar el funesto ejemplo de conculcar el órden constitucional, cuya violacion jamás había podido consumarse anteriormente. Tampoco aprobarémos su sis

tema de absolutismo interior y de completa disociacion respecto á los demas Estados que antes compusieron la Federacion Centro Americana; pero, por otra parte, es fuerza confesar que Carrillo cubrió con grandes hechos el crímen de usurpador; y que el curso de los acontecimientos ha justificado su política exterior.

Conocida, por una larga y costosa experiencia, la repugnancia é ineptitud de los Estados, en órden á sostener un Gobierno general, la idea mas simple y la que, necesariamente debia presentarse, á cualquiera hombre que pensase con exactitud, era la de aislar y fortificar á Costa Rica, hasta donde alcanzasen sus propios recursos. He aquí el plan que Carrillo se propuso, y el que siguió con una constancia y un acierto admirable, consagrando toda su atencion al arreglo de la hacienda pública, á la disciplina de las tropas y al acopio de elementos de guerra.

El fué quien realmente echó los cimientos de la organizacion de la República en todos los ramos, y á quien debe Costa Rica, la chancelacion de su deuda extranjera,* y el establecimiento de los Códigos que rijen en materia penal, civil y de procedimientos. La organizacion que dió á los tribunales y juzgados, ha servido de pauta para todos los arreglos que se han hecho posteriormente lo mismo se puede decir de su reglamento de policia interior; y el que decretó para la hacienda pública, es el que todavía se observa con muy lijeras innovaciones.

Estos servicios bastarian para asegurar la fama póstuma de cualquier individuo, pero Carrillo tiene otros títulos á la gratitud de sus compatriotas, habiendo promovido, con eficaz empeño, la mejora de las vias de comunicacion, la abertura de un camino carretero para Matina y la construccion de varios puentes. Bajo sus auspicios se levantaron'igualmente, la Garita de Rio Grande y la Aduana de Punta Arenas, edificios ámbos de alguna importancia: se trazó la planta de la poblacion de aquel puerto: se dió nueva delineacion á Cartago y se dictaron providencias, para ensanchar las calles de todas las ciudades y para hermosearlas y alumbrarlas.

Sobresalia Carrillo por su zelo en perseguir el vicio y castigar á los criminales y por su pureza en el manejo de los caudales públicos, así como por el cuidado que ponia, en que todos los empleados cumpliesen exactamente sus deberes, dándoles él mismo, el ejemplo de una laboriosidad infatigable. Estas virtudes, cívicas que aun sus mismos enemigos políticos le conceden, fueron, no obstante, oscurecidas, en varias circunstancias, por la excesiva severidad que desplegó, para reprimir las insurrecciones que se proyectaron para derrocarlo del poder.

Habiendo hecho desaparecer, por este medio, todo principio de oposicion y con

* Contribuyeron mucho á facilitar este arreglo, los buenos oficios del Cónsul Chatfield y la generosidad de los tenedores de bonos.

siderando ya consolidada su dominacion, Carrillo se ofuscó, hasta el extremo, de declararse Gefe perpetuo é inviolable de Costa Rica, emitiendo con fecha 8 de Marzo de 1841, la que llamó Ley de Garantias, en que se sobreponia á todos los derechos políticos de los Costa Ricenses, pretendiendo que los pueblos le habian conferido facultades sin límites, para constituir el Estado de la manera que tuviese por conveniente.

A pesar de este paso innecesario é indiscreto, puede ser que su dominacion hubiese durado largo tiempo, si el General Morazan no hubiera cortado su carrera política, invadiendo el pais, en 1842, con fuerzas de los otros Estados. Carrillo, abandonado por una parte de su ejército, tuvo que capitular y resignarse á la expatriacion, dejando el pais en poder de los invasores, y aunque estos fueron lanzados, pocos meses despues, el nuevo gobierno que se estableció, le rehusó el permiso de volver.

Obligado á peregrinar por las repúblicas del Sur y luego por el Estado del Salvador, fijó, por último, en éste, su domicilio, en la ciudad de San Miguél, donde vivía consagrado al ejercicio de su profesion, y se ocupaba en algunos trabajos de minas que habia emprendido, cuando plugo á la Providencia poner un fin trájico á sus dias. Cierto enemigo personal suyo, á quien habia ganado un pleito referente á la propiedad de las mismas minas, aprovechándose de las revueltas civiles, en que por desgracia estaba envuelto aquel pais, y acompañándose de otros facinerosos, le sorprendió en un bosque solitario, á donde se habia refujiado, con noticia de que se le perseguia, cerca de su habitacion, en el pueblo de la Sociedad, y le dió muerte desapiadadamente, saciando así su antiguo rencor.

La muerte de Carrillo, acaecida en 1845, fué generalmente sentida en Costa Rica, aun por aquellos mismos que habian pertenecido á partidos contrarios, y en la actualidad, todos reconocen sus grandes servicios y hacen justicia á sus virtudes. Pruébalo así la disposicion que dictó el Gobierno, en 1849, mandando que sus restos fuesen recojidos y trasportados á San Jose, donde deberán depositarse en un mausoleo, levantado á costa del tesoro público.

Era Carrillo pequeño de estatura, inclinándose á la obesidad. Lleno de rostro, con ojos grandes y prominentes y de semblante grave, al cual daba cierto aire de vejez prematura la circunstancia de tener la cabeza casi enteramente despoblada de cabellos y ser estos canos, lo mismo que la barba. En sus facciones se notaba mucha resolucion y fuerza de voluntad. Si bien, por una parte, era descuidado en su trato, hasta tocar en el desaliño y aspereza, era por otra, sencillo en su porte, como funcionario público: enemigo del fausto Ꭹ de la ostentacion y sumamente frugal y arreglado en sus costumbres privadas.

Pereció á la edad de 45 años: es probable que si hubiese vivido, habria modificado sus ideas.

EL EXCELENTISIMO SENOR DON JOSÉ MARÍA ZAMORA Y

CORONADO.

(Vease su retrato página 32.)

Experimentamos la mas viva complacencia, en poder presentar á nuestros compatriotas algunas pinceladas, acerca de este hombre ilustre, que nos pertenece por el nacimiento, aunque domiciliado en los dominios de Su Majestad Católica, á cuyo servicio ha consagrado una larga y laboriosa existencia.

La historia del Señor Zamora es uno de aquellos ejemplos notables, de lo mucho que el talento puede alcanzar, cuando está unido con la integridad, con una conducta intachable y con el amor al trabajo. Partiendo de humildes principios y sin el auxilio de un gran patrimonio, de relaciones de familia ni de protectores poderosos, él ha sabido labrarse una brillante carrera, á fuerza de mérito y honradez, y ha sabido triunfar de contratiempos, que talvez á otro habrian desalentado, hasta colocarse entre las primeras notabilidades de la toga española.

Vió la luz el Señor Zamora, en la ciudad de Cartago, el año de 1785. Su familia, una de las mas antiguas y respetables del pais, procuró desde luego, darle la mejor educacion que se podia proporcionar en aquellos tiempos, enviándole á estudiar en la ciudad de Leon, donde existia un colegio, que despues se convirtió en universidad. En consecuencia, el jóven Zamora abandonó la casa paterna á la edad de trece años, saliendo en Febrero de 1798 de Cartago, á cuya ciudad jamás debia volver. Permaneció en Leon seis años, cursando las clases de gramática, filosofia, cánones y leyes, distinguiéndose, desde el principio, por su aplicacion y talentos, y saliendo de todos los exámenes acostumbrados con el mayor aplauso y lucimiento, hasta graduarse de bachiller en cánones y leyes, cuando apenas contaba diez y nueve años. En el de 1804, pasó á Guatemala con el objeto de completar sus estudios, y allí tuvo que someterse á un nuevo exámen, en todas las materias que habia estudiado por que los grados adquiridos en el colegio de Leon no tenian autoridad. En aquel acto, practicado con dobles réplicas y con extraordinaria solemnidad, Zamora llenó de admiracion á sus examinadores, por sus extensos conocimientos, como lo acreditan los lisonjeros atestados que, sin solicitarlos, se le dieron y la aprobacion unánime que obtuvo. A continuacion emprendió su pasantia, en el bufete del ilustrado jurisconsulto Don Miguel de Larreinaga, entonces relator de la Audiencia y Chancilleria real del reino, bajo cuya direccion hizo rápidos progresos y se dió á conocer, mereciendo bien pronto el nombramiento de segundo relator. Desempeñó este destino dos años, á satisfaccion general, y hallándose en él, se ocupó de un trabajo muy importante, formando el índice de las reales cédulas correspondientes al reino, documento que dejó concluido y que todavia debe existir en los archivos.

DON JOSÉ MARÍA ZAMORA Y CORONADO.

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Lleno de una loable ambicion y observando la necesidad de ocurrir á la metrópoli para obtener asenso en su carrera, el Señor Zamora formó la reso lucion de pasar á Madrid, y al efecto hizo dimision de la relatoria, y despues de obtener la licenciatura, con las ritualidades de estilo, emprendió este viaje en 1809, llevando recomendaciones muy especiales de la audiencia, para que se le agraciase con una toga de oidor.

La suerte le deparaba un golpe tremendo, pues en la travesia de Honduras á la Habana, apresado el buque en que iba por un corsario, sufrió el despojo de cuanto llevaba consigo, perdiendo en un momento el fruto de muchos años de fatiga y privaciones. Así fué que, al desembarcar en la Habana, se encontró sin recursos para continuar su viaje y se decidió á permanecer en dicha ciudad ejerciendo su profesion; mas tuvo la fortuna de encontrar un buen amigo en el generoso licenciado Palma, que lo asoció á su bufete y á su sombra pudo Zamora reponer sus pérdidas en poco tiempo y adquirir reputacion por sus aptitudes y buenas prendas. No tardó, por tanto, en ser llamado, en virtud de real título, á servir el destino de relator en la Audiencia de Puerto Príncipe, á donde pasó en 1811, desempeñando dicho empleo cinco años. Casó en aquella ciudad con una Señora muy distinguida del lugar, llamada Doña Maria de los Anjeles Quezada, y como era natural, estableció allí su domicilio.

En seguida fué promovido al empleo de Asesor Teniente Letrado de la Intendencia de Puerto Príncipe, con la facultad de remplazar al Intendente en casos de ausencia ó enfermedad. Ocupó dicho destino, desde 1816 á 1826, habiéndole tocado ejercer las funciones de Intendente, por espacio de mas de cinco años.

Sus capacidades no comunes, habian llamado la atencion de la Corte y en 1826 obtuvo un nuevo asenso, nombrándosele Asesor de la Superintendencia de la Habana, con el cargo tambien de sostituir temporalmente al Superintendente en sus ausencias y enfermedades. Permaneció en este puesto otros diez años, coadyuvando eficazmente en él, á la planteacion de todas las reformas y arreglos que introdujo en la Administracion de la Hacienda, el célebre Pinillos, Conde de Villanueva, su amigo íntimo y entonces Superintendente, á cuyas sabias y acertadas disposiciones, se debe, como todos saben, el excelente estado en que se encuentran los recursos fiscales de la Isla de Cuba.

De allí pasó á prestar sus servicios en el empleo de Contador Mayor de Cuentas de la Habana, que obtuvo por el espacio de otra decada, hasta que en el año de 1845 fué elevado al alto puesto de Rejente de la Audiencia Pretorial de la misma ciudad de la Habana (el mas encumbrado en su linea) y el cual desempeñó dos años. Finalmente, en el de 1849, se le nombró vocal de la Junta Suprema de Disciplina y arreglo de Tribunales del Reino, establecida en Madrid; mas suprimida esta corporacion, en el corrientea ño, el Señor Zamora ha quedado en el goce y honores de Rejente Jubilado.

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