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de 1818. Los realistas, sospechando esta operacion, habian reunido grandes montones de leña que encendieron a la primera señal de los centinelas. De este modo, la guarnicion fué sorprendida en su retirada, i acometida con un furor estraordinario en los desfiladeros de las montañas inmediatas. Solo el padre Torres con 12 de los suyos, que habian salido a la vanguardia de los sitiados, pudo escapar de la carnicería: los demas perecieron atravesados por las bayonetas realistas, o fueron precipitados a la profundidad de las barrancas, en donde creian hallar su salvacion. Los pocos soldados que cayeron prisioneros, fueron sacrificados inhumanamente; e igual suerte corrieron los heridos que habian quedado en el fuerte, i hasta las mujeres que acompañaban a la division insurjente. Aquella espantosa matanza produjo un terror jeneral en toda la Nueva España.

Las operaciones subsiguientes del ejército español fueron señaladas por nuevos triunfos i por crueles venganzas. Los prisioneros eran fusilados sin piedad para aterrorizar a las poblaciones; pero el virei indultó con frecuencia a los caudillos revolucionarios creyendo atraerlos así a su causa. El jeneral don Nicolas Bravo, que cayó prisionero de los realistas en uno de estos combates i que fué condenado al último suplicio, recibió como otros muchos el indulto del virei.

El padre Torres, sin embargo, continuó la lucha al sur de Valladolid sin probabilidades de triunfo, pero desplegando en todas partes su carácter feroz i sanguinario. Despues de haber fusilado a dos de sus mas importantes partidarios, los mismos jefes que estaban a sus órdenes, acordaron su destitucion (abril de 1818), i confiaron el mando de sus fuerzas a un frances llamado Juan Arago, aventurero turbulento, hermano del célebre astrónomo de este nombre, que habia pasado a Méjico en la espedicion de Mina, i que con éste habia salvado del sitio de Sombrero. La autoridad de Arago no fué jeneralmente reconocida, i las disensiones que jerminaban tan rápidamente entre los rebeldes, continuaron desarrollándose con asombroso incremento. El padre Torres, que se habia negado a reconocer al nuevo jeneral, al cabo de mil peripecias fué asesinado por uno de sus compañeros despues de una partida de juego. El mismo Arago, considerando desesperada la causa que habia defendido, i astiado con las intrigas i manejos de sus parciales, se acojió al indulto proclamado por el virei (agosto de 1819), i obtuvo el grado de capitan del ejército español.

A fines de aquel año, la revolucion parecia terminada. Las tropas realistas ocupaban todas las ciudades i los campos que habian sido teatro de la rebelion. Solo an

el
sur

del vireinato quedaba en pié don Vicente Guerrero a la cabeza de una guerrilla respetable que se sostenia en pié mas que por la importancia de sus recursos, por el gran conocimiento que aquel tenia de las ventajas de la localidad, El virei no daba grande importancia a la resistencia de Guerrero; i por eso anunciaba a la corte que la rebelion de la Nueva España estaba terminada. La tranquilidad pareció asegurada sobre bases mas sólidas todavía cuando llegó la noticia de que instaladas las cortes en España, a consecuencia de la revolucion del 1.° de enero de 1820, habian decretado una amnistía jeneral para todos los procesados o presos por delitos políticos. En Méjico recobraron con este motivo su libertad muchos revolucionarios que estaban sometidos a juicio por su participacion en los sucesos anteriores. La amnistía promulgada por las cortes, el restablecimiento del réjimen constitucional en la península, el sometimiento casi total de los rebeldes, hacian creer que la paz estaba completamente restablecida en Méjico. .

ITURBIDE; PLAN DE IGUALA.-Sin embargo, la tranquilidad que reinaba en Méjico era mas aparente que real. En esa época, la mayor parte de las colonias españolas de la América del sur habian declarado su independencia i afianzádola con brillantes victorias. El ejemplo de las nuevas repúblicas, unido al doloroso recuerdo del despotismo colonial i de la sangre vertida durante los diez años de la revolucion mejicana, mantenian la inquietud en los espíritus, i los preparaban para una nueva lucha. El restablecimiento de la constitucion en España vino a su turno a perturbar a los realistas de Méjico. Inmediatamente se hizo sentir entre ellos una fermentacion sordid, pero profunda, que habia de redundar en perjuicio de la causa que representaban. Unos aplaudian el movimiento revolucionario de la' península, la convocacion de las cortes i el restablecimiento de la constitucion de 1812: otros, i a este número pertenecia el virei Ruiz de Apodaca, lamentaban aquellos sucesos, suponian fundadamente

que el rei aceptaba el nuevo réjimen reducido

por la coaccion, i a fuer de fieles vasallos de Fernando VII, parecian dispuestos a desconocer el cambio introducido por la revolucion de 1820. Gran parte de la aristocracia i del clero de Nueva España, recordando la pacífica prosperidad de esta colonia ántes de 1810, creia firmemente que solo el gobierno absoluto podria asegurar la estabilidad de aquel orden de cosas.

El virei habria querido demorar el reconocimiento de la constitucion española; pero teniendo una sublevacion de su propio ejército, se apresuró a prestar el juramento ia plantear en cuanto era posible el réjimen creado por aquel código i hasta la limitada libertad de imprenta sancionada por él. Pero tanto Ruiz de Apodaca como algunos de sus amigos i consejeros, meditaban planes subversivos contra el sistema constitucional, i aun se lisonjeaban con las esperanza de que Fernando VII se trasladase a Nueva España para goberpar allí sin trabas de ningun jénero. Parece fuera de duda que Ruiz de Apodaca habia recibido una carta del rei instándolo a seguir esta conducta: de todos modos, el virei preparaba en secreto la realizacion de su plan, i pensó, imitando el ejemplo de Venegas, en constituir un gobierno militar en la Nueva España i confiarlo al jeneral don Pascual Liñan, así como aquel lo habia 'confiado al jeneral Calleja. Entre las personas a quienes creyó dignas de su confianza se contaba el coronel don Agustin de Iturbide, conocido por su valor i su sagacidad, i a quien quiso atraerse nombrándolo edecan del jeneral Liñan.

Iturbide contaba en aquella época 37 años de edad i ya habia ilustrado su nombre con importantes servicios prestados a la causa del rei durante los seis primeros años de la revolucion mejicana. Era natural de la ciudad de Valladolid, hijo de padres acomodados, i habia hecho mui pocos estu. dios. Su natural sagacidad i su valor estraordinario fueron las verdaderas causas de su elevacion. En 1816 era ya coronel de ejército, i gozaba entre sus camaradas de grandes consideraciones. Acusado entonces de algunas faltas de honradez, se le instruyó un sumario que no llegó a terminarse i se le dejó separado del servicio. En 1820, cuando el virei meditaba sus proyectos contra la constitucion, creyó hallar un poderoso ausiliar en Iturbide, cuyo entusiasmo por la causa del rei era conocido. Iturbide, sin embargo, habia modificado notablemente sus opiniones políticas. Parece que des. de tiempo atras pensaba en que el medio mas eficaz de poner término a la sangrienta guerra que habia destrozado el vireinato era procurar la union de todos los mejicanos i hacerla servir en favor de la independencia, pero dando a este movimiento un carácter mas sério i ménos desordenado que el que le habian impreso sus primeros caudillos. Cuando fué llamado a Méjico por el virei Ruiz de Apoda

a

a

ca en 1820, pensó en hacer la revolucion en la misma capital por un golpe de mano, cuyo resultado, habria sido mui dudoso.

El virei, plenamente seguro de su fidelidad, le ofreció en breve una oportunidad mas favorable para realizar sus planes. En aquella época, como ya hemos dicho, la paz estaba restablecida en toda la Nueva España: solo en el sur quedaba en pié el jeneral Guerrero con algunas fuerzas. El virei encomendó a Iturbide la pacificacion de aquellas provincias, i puso a sus órdenes un cuerpo de poco mas de 2,000 hombres. Este jefe hizo mil manifestaciones para probar su fidelidad; i durante su marcha al sur, no cesaba de dirijir al virei diversas comunicaciones perfectamente concebidas para conservar su confianza i

para

obtener nuevos refuerzos de tropas. Iturbide, con todo, al salir de la capital, habia dejado convenido con algunos personajes importantes el plan de revolucion, i aun durante su marcha, lo comunicó a algunos de sus oficiales. A pesar de esto, el secreto fué conservado escrupulosamente.

Iturbide esperaba destruir las fuerzas de Guerrero para proclamar la revolucion. Contra sus esperanzas, las primeras operaciones de la campaña le fueron desfavorables; i se vió en la necesidad de cambiar de plan. Entró en comunicaciones con el jefe rebelde del sur; i como éste se manifestase algo desconfiado, Iturbide despachó un comisionado, don Antonio Mier, para que esplicase a Guerrero todos los pormenores de su proyecto i tratara de atraerlo a su causa. No fué difícil conseguir este tesultado: Guerrero aceptó este convenio i se puso a disposicion de su antiguo enemigo. Iturbide comunicó esta noticia al virei como una gran ventaja alcanzada, i tratando de mantener oculta su determinacion hasta apoderarse de una partida de dinero de valor de 500,000 pesos que debia salir de Méjico para ser embarcada en Acapulco con direccion a las Filipinas, i hasta recibir ciertos aparatos de imprenta i unas proclamas que entonces se imprimian secretamente en la ciudad de Puebla. Por fin, conseguidas ámbas cosas, el 24 de febrero de 1821, hallándose en el pueblo de Iguala, proclamó su plan de independencia e hizo circular una proclama dirijida a los mejicanos i a los españoles para esponerles sus proyectos. Sin recriminaciones odiosas, sin quejas apasionadas contra la España, Iturbide anunciaba en ella la necesidad de la independencia mejicana como un resultado inevitable del curso ordinario de las cosas humanas. En el mismo dia comunicó su plan al virei, al arzobispo de Méjico i a otros altos funcionarios del vireinato. El 1. 9 de marzo la oficialidad de su ejército juró el reconocimiento del plan propuesto por Iturbide i lo proclamó primer jeneral del ejército sostenedor de las tres garantías, en cuyo nombre se consumaba la revolucion.

El plan de Iturbide era formado de muchos artículos, pero contenia tres ideas esenciales: 1. - la conservacion de la relijion católica, apostólica, romana sin tolerancia de otra alguna; 2. ** la independencia nacional de la España o de cualquiera otra nacion bajo la forma de una monarquía constitucional, debiendo ofrecerse el trono a Fernando VII, i en caso de negativa a sus hermanos don Carlos i don Francisco de Paula; i en caso que ninguno de éstos aceptase, la nacion representada por un congreso, llamaria a un miembro de una de las familias reinantes de Europa; 3. “ la union entre americanos i españoles sin distincion de castas ni privilejios. Estas tres bases estaban desarrolladas en varios artículos por los cuales se proponia la organizacion de un gobierno provisorio compuesto de una junta presidida por el virei, i la creacion de un ejército denominado de las tres garantias. La bandera nacional, adoptada desde entónces, fué el símbolo del plan de Iguala. Se formó de tres fajas de diversos colores: la una roja, representando la nacion española; la otra blanca, símbolo de la pureza de la relijion, i la tercera verde significando la independencia.

Iturbide desplegó en aquellos momentos tanta actividad como tino. Comunicó su proyecto a diversos personajes, pero a cada cual le representaba su conveniencia bajo el punto de vista que pudiera hacerlo simpático. Varios oficiales del ejército realista adhirieron desde luego a sus proyectos. Guerrero se le reunió el 10 de marzo, i desde entónces pudo contar con una base regular para la organizacion del ejército.

DEPOSICION DEL VIREI RUIZ DE APODACA.—A pesar de estas ventajas, la posicion del jefe independiente era demasiado difícil. El virei Ruiz de Apodaca, lejos de aceptar el plan de Iguala, como habia llegado a esperalo Iturbide, manifestó la mas decidida desaprobacion, i dictó algunas providencias para reunir un ejército en el sur a las órdenes del jeneral Liñan i resistir al movimiento revolucionario. Hubo un instante en que los insurjentes temieron por la suerte de su causa: la desercion habia comenzado en sus filas, i el mismo Iturbide llegó a pensar en abandonar la

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