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la ciudad de Santiago de Guatemala, que como habia estado en aquella tierra, y en ella habia tantos esclavos, tuvo cuidado de ha berle, y leyóse allí públicamente, segun se ha transcrito.

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Halláronse algunos defectos en el requerimiento, y allí se dijo, Ꭹ habia muchos testigos de vista, que jamas se habia hecho, nit guardado el órden, que el emperador habia dado aunque tan im perfecto y tan poco obligatorio como éste. Solo dijo un padre de los que allí estaban, que siendo seglar habia andado en la conquista de una provincia, que lo mas que vió hacer, sola una vez, al principio de la guerra fué: A la noche con un tambor en el real entre los soldados, decia uno de ellos: á vosotros los índios deste pueblo, os hacemos saber, que hay un Dios, y un papa y un rêy de Castilla, á quien este papa os ha dado por esclavos, y por tanto os requerimos, que le vengais á dar la obediencia, y á nosotros en su nombre, so pena que os hacemos guerra á sangre y á fuego. Y al cuarto del alba daban en ellos, cautivando los que podian con título de rebeldes, y los demas los quemaban ó pasaban á cuchillo, robábanles la hacienda y ponian fuego al lugar.

Todo esto es de Remesal cap. 17, quien despues de referir otras cosas, llega á la resolucion de la junta y dice. Condenáronse los tales por tyranos, y los esclavos se dieron por mal hechos, o bligaron á todos cuantos los tenian á ponerlos en libertad, so pena de mal estado. Sólo en los de la segunda guerra de Xalisco (en que fué derrotado Alvarado) hubo alguna duda, y se puso moderacion en esto. Condenáronse tambien los servicios personales; y aunque aquellos tan doctos varones veyan, que no por decirlo ellos, se habian de poner los índios en libertad, contentábanse con dar á entender á los españoles la verdad, y decirles lo que les era necesario para su salvacion, que no estaban obligados á mas.

De todo lo que en esta junta se determinó se hicieron muchos traslados y se enviaron por todas las índias, principalmente por el destrito y gobernacion de la Audiencia de México (y de consiguiente por la de los confines) para que así eclesiásticos como seglares las supiesen y se gobernasen por ellas. No se puede creer el gran contento que los padres de la órden que estaban en la provincia de Chiapa y Guatemala recibieron, cuando vieron los papeles de la junta, y dieron mil gracias á nuestro señor por ver su opinion y doctrina aprobada y confirmada por tantos perlados y hom~ bres doctos. En que salian de la mala opinion, que antes se tenia

de ellos, que eran singulares en lo que defendian, é injustos en no querer absolver los españoles. Llorente, en la vida del obispo Casas, dice: esta reunion de obispos mexicanos (y Guatemalanos) no está contada entre los concilios españoles, porque la convocacion no fué hecha segun las reglas canónicas, y que sus actas no fueron remitidas á la aprobacion de la corte de Roma; no obstante, ella no fué ménos un verdadero concilio por el carácter de sus miembros, y por la naturaleza misma de las materias discutidas.

Pero aunque sus decisiones no fueron remitidas á Roma, ellas fueron dadas en cumplimiento del breve expedido por Paulo III á 10 de junio de 1537, en que dice: determinamos y declaramos, que los dichos índios.... en ninguna manera han de ser privados de su libertad y del dominio de sus bienes.... y en ningun modo se deben hacer esclavos, y si lo contrario sucediere, sea de ningun valor ni fuerza. ¡Monumento, exclama el propio Llorente, que siempre honrará la memoria de este pontífice! Él fué obtenido á ruego de Minaya religioso domínico, que estuvo con Casas en Guatemala, y que siendo provincial de Santo Domingo en México, hizo viaje á Roma con una apologia de los indígenas, dispuesta por Garcés, obispo de Tlascala, para desvanecer en el ánimo del papa las funestas impresiones que la malevolencia de los conquistadores y encomenderos habian llevado á aquella corte, persuadiendo á su Santidad la incapacidad de los índios para el cristianismo, únicamente apropósito para la servidumbre con el nombre de esclavos.

Parece que al principio de la conquista, escribe Humboldt en su ens. lib. 2 cap. 7, se contaba en México un gran número de estos prisioneros de guerra, á quienes se trataba como esclavos del vencedor. En el testamento de Hernan Cortes, monumento histórico digno de ser sacado del olvido, hecho en Sevilla á 11 de octubre de 1547, he hallado sobre este asunto una cláusula muy notable. Este gran capitan, que en el curso de sus victorias y en su pérfida conducta, no habia mostrado una conciencia demasiado delicada, cayó en escrúpulos al fin de sus dias sobre la lejitimidad de los títulos con que poseya sus inmensos bienes en México. En la cláusula 39, hablando de los esclavos, añade estas palabras memorables: «Como es muy dudoso, si ha podido en conciencia un cristiano servirse como esclavos de los indígenas prisioneros de guerra, y como hasta ahora no se ha podido poner en claro este punto importante, mando á mi hijo don Martin, y á sus descendientes, que le suce

dan en mi mayorazgo y estados, que tomen todos los informes sobre los derechos que puedan legítimamente ejercerse sobre los prisioneros. Los naturales, á quienes despues de haberme pagado los tributos, se les ha forzado á prestar servicios personales, deben ser indemnizados, si se decidiere, que no se pueden exigir tales servicios. Pero ¿de quién, pregunta este escritor, se habian de aguardar estas decisiones sobre puntos tan problemáticos, sino del papa, ó de un concilio?

Antes que Cortés hiciese su testamento en Sevilla, dispuso AIvarado el suyo en Tequecistlan en la Nueva Galicia, á 11 de enero de 1542, expone Remesal lib. 4 cap. 7, dando su poder para esto al obispo Marroquin, quien en las cláusulas primera y tercera declara por libres á los índios esclavos que tenia en sus labranzas y minas, condonándoles tierras por via de indemnizacion; lo cual da el triunfo á las decisiones dadas, y forma el elogio del otorgante.

CAPÍTULO 16.

Expedicion de Quiñones al Perú.

Gonzalo Pizarro, habiendo de contender con la audiencia y virey, trató de hacer armada en la mar del sur, cuența Herrera 7, 9, 1, para correr la costa hasta Nicaragua y Guatemala. Vaca de Castro, que habia sido gobernador, considerándose inseguro, determinó volverse á Castilla, y pasando por Panamá, dió aviso que vendrian los rebeldes contra esta ciudad, para que se pusiesen en defensa; mas empleando sus vecinos poca diligencia, entró en ella primero Machicao y despues Hinojosa. Verdugo, que estaba por el virey, dice este escritor 8, 1, 9, estando esta ciudad ocupada, pasó á Nicaragua: luego vino en pos de él Palomino, y no alcanzándolo, quemó en el puerto una nao; con que llegó el movimiento á estas provincias.

Salió de Leon el alcalde Biedma, á impedir á este último que tomase tierra; mas ya lo habia hecho, y tomado otras naos y cabaHos que le vendian los de la tierra sin miramiento. Verdugo llegó á Gracias á avisar de todo á la audiencia, y á pedir gente para el virey. El presidente Maldonado le dió comision para que la levan

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tase en Nicaragua, á donde fué tambien el oidor Quiñones, hombre de valor, é inclinado á cosas de guerra, para proveer lo que conviniese; y conseguidos muchos bastimentos, armas y mas de 200 hombres, expresa Remesal lib. 7 cap. 13, lo envió con ellos en cuatro barcos por el desaguadero á Nombre de Dios, para que obrase por el virey.

Halló tambien ocupada esta plaza por los rebeldes, expone Herrera cap. 4, y batiendo la guarnicion que tenía, la tomó por el rey. Mas pronto fué desalojado de ella por Hinojosa, que irritado, porque obraba no con despachos reales, sino de la audiencia de los confines, vino de Panamá con refuerzo, y puso en fuga su tropa, compuesta casi toda de mercaderes, y como mejor pudo, viéndose desamparado, se recojió en los barcos, y se fué para Cartagena á hacer gente, llevándose un navio del puerto: lo que denota que no le desamparó toda la que tenia.

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Entretanto, Pizarro habia deshecho la audiencia en el Perú, y caminando en seguimiento del virey, le presentó batalla en Añaquito y le desbarató siéndole cortada la cabeza, y arrastrada ignominiosamente, con que quedó dueño de la tierra. Algunos le aconsejaban que se alzase con ella, guardando solamente el paso de Panamá; pero limitando sus pretensiones á conseguir su gobernacion por el rey, dirijió su solicitud á España, á tiempo que venia el licenciado Gasca, nombrado presidente de la audiencia que se restableciese en el Perú, y autorizado plenamente para sosegar aquellas alteraciones, por el camino que mejor conviniese: con cuyo carácter llegado á Nombre de Dios en julio de 46, ocurrió Verdugo, dice Her-rera cap. 5, con dos navios, y con la gente que tenia de Nicaragua, y la que habia hecho en Cartagena. El presidente le ordenó la dejase allí, restituyese un navio que habia llevado, y se volviese a Cartagena ó Nicaragua; y aunque le pesó, no fuese admitido su servicio, obedeció y volviéndose á Cartagena, tomó el camino para Castilla.

La manera pacífica y privada con que se presentó el presidente Gasca, sin otro equipage que su vestido, y la determinacion con que desvió á Verdugo de todo ademan de guerra, unido todo á la representacion de la autoridad real, quitó á muchos la audacia de la rebelion, y resolvió al capitan de la plaza, Mejia, para que se le mostrase en secreto leal vasallo del rey, y se pusiese á sus órdenes. El presidente, asegurándole en su empleo, pasó á Panamá, y por

el mismo tenor quiso negociar la sumision del capitan Hinojosa; pero éste la difirió hasta obtener el permiso de Pizarro, y ámbos le escribieron: el primero pidiéndoselo para entrar en el Perú, y hablarle personalmente, y el segundo para disponer de su persona y de la armada. Esto dió motivo á mucha discusion y pareceres en el consejo de Pizarro, y al fin se resolvió enviar mensajeros á Hinojosa, prohibiéndole la entrada del presidente Gasca, y órdenes secretas para asesinarle ó embarcarlo: las cuales fueron muy mal recibidas en Panamá, desaprobándose la conducta de Pizarro, y creyendo Hinojosa haber cumplido con lo que debia á la amistad, se sometió al presidente, tambien de secreto, y puso á sus órdencs la armada. Viendo el presidente, escribe Herrera cap. 8, que cuantos llegaban del Perú certificaban, que no dejaría Gonzalo Pizarro la gobernacion é imperio que tenia en el Perú, sino con la vida, avisó al virey de Nueva-España, y á los presidentes de las audiencias de la Española y los confines, que apercibiesen gente, caballos y armas para cuando se lo pidiese: en lo cual terminó el año de 46.

La audiencia de los confines, escribe Remesal, dió el cargo de reunir este socorro al licenciado Pedro Ramirez de Quiñones: lo cual hizo con estremada diligencia. Vino á la ciudad de Santiago á hacer la provision á los 18 de febrero de 1547. Los alcaldes Lorenzo de Godoy y Antonio Ortiz (en los cuales concuerda la cronologia de Juarros), con mucho cuidado apercibieron lo que el oidor pedia, así en la cantidad como en la calidad de las cosas: y para que la tierra no se encareciese, mandaron so graves penas, que no se subiesen los precios mas de como estaban ántes que el socorro se comenzase á hacer. A esto debe haber precedido solicitud de dineros y libramientos de hacienda, de que se habla en autos de encomienda en que se recuerdan servicios de conquistadores y primeros pobladores, pero de una manera que no ofrece exactitud. En uno de 4 de mayo de 1647, de encomienda de doña Maria Montúfar, visnieta de Diego de Vivar, se lee, que estando en la ciudad de Comayagua el dicho Diego de Vivar, sirviendo la dicha plaza de contador, habiendo llegado á ella el de La Gasca con órden de su magestad, para que de su real hacienda le socorriese con la cantidad que hubiese menester para las municiones, pertrechos de guerra y pagas de infanteria para la pacificacion de los reynos del Perú, de su propia hacienda los suplió en cantidad de mas de cient mil pesos, porque le dió navio, armas, municiones y gente pagada así de mar

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