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CAPÍTULO 20.

Jornada del gobernador de la Verapaz al Lacandon.

Entretanto que Casas en España se habia indemnizado y velaba sobre el cumplimiento de las leyes en Guatemala, y lo demas de las Indias, sus contiendas no calmaban acérca de su libro peniten→ cial; pues aunque el consejo quedó satisfecho con las treinta proposiciones que presentó, no así sus poderosos enemigos, que empeñados en dar mala idea de su doctrina, encontraron en el doctor Juan Gines de Sepúlveda, un sábio de reputacion, que emprendiese probar haber sido justas las guerras hechas á los índios, y que el rey tenia derecho, para mandarlas hacer, si resistian á sus intimaciones. Como el consejo de Indias negó licencia para la impresion de su tratado, acudió al rey para que la diese el de Castilla, quien oyendo á las universidades de Alcalá y Salamanca, tampoco accedió á ella; y aunque se imprimió en Roma bajo otro título, por medio de un amigo suyo, Antonio Agustin, auditor de la Rota, Cárlos V prohibió su introduccion en España. No obstante, el autor compuso un sumario, y esparciéndolo manuscrito, fué acojido con ansia, por todos los partidarios interesados en poseer sin remordimiento las riquezas de las Indias.

Casas, que conoció el peligro de su propagacion, le opuso un nuevo tratado, rebatiendo su doctrina. Las memorias de ambos antagonistas exitaron una especie de fermentacion, llegando ellas á ser el objeto de conversacion en todas las ocurrencias y sociedades. En la corte se dividió la opinion, aprobando unos el sistema de Sepúlveda, y otros el de Casas. Siendo el punto de los mas importantes en la moral, el emperador convocó en Valladolid el año de 50 una asamblea de prelados, teólogos y jurisconsultos, que discutieron en presencia del consejo de Indias la licitud de aquellas guerras. Hizo su exposicion Sepúlveda, y la hizo Casas. Sepúlveda presenta objeciones, y Casas contrapone réplicas. El triunfo quedó por el segundo: acabó de desimpresionarse de él el consejo; y la opinion se decidió contra las guerras, los esclavos y los repartimientos, y las riquezas adquiridas por estos medios, que era su intento, y el asunto de sus reglas penitenciales: las cuales, dice Herrera en

el cap. final de sus decadas, mandó el rey fuesen guardadas, como habian sido establecidas en la junta de prelados convocada en México por Tello.

Exponiendo Casas la industria de conquistar sin guerra, queria que religiosos entraran en el pais, para predicar el evangelio, y ser recibidos voluntariamente, para que se ocupasen en hacer la religion amable, y disponerlos á reconocer la soberania de los reyes de Castilla, sin perjuicio de la libertad, y de las propiedades de los índios, conformemente á la bula de Paulo III, que habia explicado el solo y verdadero sentido de la de Alejandro VI; y si los índios no querian recibir voluntariamente los religiosos, la sola cosa que le parecia permitida, era levantar fortalezas en los paises que se hubiesen ya sometido y pacificado, y que fuesen vecinos de otras provincias, todavia independientes, á fin de ponerse, por aquí en relaciones de comercio y amistad con sus habitantes. Mas adelante dice: que comiencen esta santa empresa enviando á los idólatras otros índios convertidos, de quienes ellos conozcan la fidelidad. Esto es lo que hicimos los padres domínicos y yo en el pais de Guatemala, en donde convertimos un grande número de habitantes, sin que la paz fuese turbada; ventaja que le valió el honor de ser nombrado por su magestad la provincia de la Verapaz.

No tuvo igual éxito la entrada del p. Vico en el resto de Tesulutlan, contiguo á esta provincia por el norte. Este religioso y el p. La Torre, ámbos domínicos, habian determinado ir á conquistar estos pueblos por el mismo tenor que se habia ganado la Verapaz, y poniéndolo por obra, llegaron á las primeras rancherías en el año de 50. El p. Vico especialmente era muy capaz para hacerse entender de aquellos naturales; porque habia hecho estudio particular del idioma. Hacia tiempo, cuenta Remesal 7, 14, que habia escrito para que otros le aprendiesen una arte del modo de lá latina, tan concertada y ordenada, que no le faltaba declinacion, conjugacion, tiempo, clases de verbos, formacion de tiempos, nombres, verbos y adverbios; como tambien un vocabulario muy copioso, aun de las dicciones obscuras y poco usadas: escribió asímismo muchos tratados en las lenguas de la tierra, así para enseñanza de los naturales, como para los otros sacerdotes, entre ellos una teologia de índios: designó hasta los idiotismos, para preservar el uso de ellos de impropiedad. Demas de esto, trobó para cada pueblo muchas coplas y versos en que escribió todo la vida de Cristo S. N.

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de los apóstoles y muchos santos, especialmente patrones de las iglesias, para que los índios los cantasen en sus fiestas y bailes.

Los habitantes de esta primera ranchería y de otras que le seguian esparcidas en la comarca, se prestaron á dejar la idolatria, y abrazar el cristianismo, hasta hacer entrega de sus ídolos, Llevando, pues, los padres muy adelante su ocupacion, refiere el propio escritor lib. 9 cap. 2, dos índios de los que se estaban instruyendo les avisaron una noche, que trataban unos infieles de quitalles la vida, y lo aseguraban en términos que se tuvo por cierto. Con todo eso, no se inquietaron ni cesaron en sus ejercicios, y solo enviaron aviso de lo que pasaba al gobernador de la Verapaz, que lo era don Juan, cacique de Chamelco. El gobernador con mucha brevedad se vino á ver con los padres, muy acompañado de gente de guerra; comenzó á hacer pesquisa de la conjuracion, y los sindicados negaron fuertemente. Los padres le rogaron no pasase adelante: cesó el gobernador, y poniéndoles gran temor con amenazas que les hizo, se volvió. Los padres se quedaron y continuaban su trabajo con fruto, porque los índios acudian á la instruccion, y se bautizaban muchos; pero volviendo á saber lo poco que se sosegaban los infieles, y cierta junta que sobre matarlos habian hecho, no dándose por entendidos se salieron de entre ellos.

Pasados algunos dias, continúa Remesal 10, 6, los padres del modo que se fueron, volvieron á la primera ranchería, cumpliendo sus ejercicios, sin hacer mansion en ella, y de tiempo en tiempo repetian esta visita, llegando á las rancherías comarcanas, en que algunos de sus habitantes habian recibido razonablemente la fé. Siendo prior de Coban el p. Vico, vino á la tierra y trabajó en ella mas de lo que se puede decir, reduciendo las rancherías á pueblos ordenados, y poniéndolos en alguna policia. Corria ya el año de 55, en que volviendo al convento el p. Vico á objetos de su oficio, los indios que no estaban bien con la fé ni con la policia que les enseñaba, y los señores y principales de las rancherías mas remotas, que la recelaban, trataron de destruir aquel primer pueblo, por donde los padres tenian entrada á los demas y espaldas para todo, y matar tambien al p. Vico, si lo podian haber á las manos.

Llegó el rumor á los moradores de aquel pueblo, que entraron en gran consternacion, y no hallándose suficientes á defenderse, enviaron aviso á los padres que les habian dado la fé. Éstos se pusieron en gran confusion, especialmente el p. Vico, que luego dispuso.

irlos á favorecer, y escojió por compañero al p. Lopez, hombre robusto y valiente, bastante para tomar parte en aquel apuro. Fueron tambien en su compañia veinte índios de Coban, para que le diesen algun resguardo. Sabiéndolo el gobernador, acudió á desvanecerle el viage, intimándole el peligro en que se iba á meter; pero mostrándole el p. Vico el que corrian los nuevos cristianos de aquel pueblo, no se lo pudo estorbar; y tomó el camino en seguimiento suyo, llevando consigo trescientos soldados de los suyos, armados á su modo. Llegados al pueblo y no viendo el p. Vico aparato de guerra, hizo instancia al gobernador, que se volviese, porque el bastimento debia faltar á su gente, y ser gravosa su mansion á la comarca: algunos habitantes de ella tambien le pusieron por achaque, que los vecinos no acudian á la iglesia por temor de aquella gente: con que se retiró; y todavia á unos treinta índios de los de Coban y del gobernador que quedaron, les quitó las armas, para alejar todo motivo de temor, ocupándose muy eficazmente en sosegar los ánimos,

Luego que se juzgó distante al gobernador, se alzaron los índios, y no hubo mas obediencia ni respeto; y muy apriesa enviaron` á llamar á los demas concertados, que se juntaron todos jueves en la noche 28 de noviembre. Entónces creyó el p. Vico la conjuracion. Durante la noche nada sucedió; pero al reir del alba, un índio de Coban llegó á avisar al p. Vico: la casa se quema, aun el fuego viene despacio: dame mi espada, y vente con migo, que yo te doy palabra de sacar libre á tí, y al p. López, de mas de mil alzados, que te estan esperando. El índio instó segunda y tercera vez, y el padre le dijo: líbrate á tí propio: toma tu espada y la rodela, y vete á tu tierra. El cobanense desembainó la espada, y embrazó la rodela, y como un leon dando estocadas y reveces á todas partes, rompió el cerco, lloviendo sobre él saetas, y con solas algunas heridas, se puso en salvo.

Aclaraba ya el dia, y el p. Vico se bajó por una puerta con gradas que salia á la plaza donde estaban los alzados, y andando entre ellos le abrian campo, porque como gentiles tenian la aprension, que si se acercaban á un sacerdote morian luego: con que tuvo lugar de entrar á la iglesia; pero advirtiendo á poco que la iglesia se ardia, salió á fuera y preguntó á los índios ¿qué les habia hecho porque le querian matar? La respuesta fué flecharle muy apriesa con furia: acertaron á clavarle una saeta en la gar

ganta de que luego cayó en el suelo. El p. Lopez su compañero, acudió á ese tiempo, lo arrimó á la pared de la iglesia y resguardándolo él y uno de los acólitos con una rodela que habia á la mano, le estuvo auxiliando hasta que espiró. Ya habian clavado una saeta al p. Lopez en la barba, que luego se quitó, y entrando en la casa, tomó la alforja de bizcocho y su diurnal, y poniéndose á camino hacia Coban, iba rezando y recibiendo saetas, con que viendole ya erizo le dejaron ir; pero topando una tropa de alzados que se las multiplicaron, y desangrándose demasiado por las heridas, cayó en el suelo, y á poco murió, Murieron tambien los índios de la Verapaz que quedaron con los padres, y no pudieron escapar en el calor de la conjuracion.

Otros que escaparon, y especialmente el cobanense que rompió sobre los alzados, llevaron á la Verapaz la noticia del alzamiento y muerte de los padres, como tambien de sus compañeros. Los alzados, añade Remesal cap. 10, no se fueron alabando del caso. Porque luego que cometieron el delito, don Juan, cacique de la Verapaz, fué á ellos con casi 400 índios de los suyos. Alcanzólos en los montes, y por algunos despoblados, y dióles batalla á su modo, y mató casi 300 de ellos, y en los años siguientes nunca dejó de hacer entradas y correrias en las provincias de Acalá y Puchutla, haciéndoles todo el mal que le era posible; y decia muy de ordinario á los padres de Coban que no descansaria su corazon, hasta que los acabase á todos en venganza del padre prior.

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El obispo Casas, en la disputa con Sepúlveda, disculpaba á los índios de la Florida, que dieron la muerte al bienaventurado fr. Luis Cáncer, á la entrada del puerto en que desembarcó á predicarles el evangelio. Con su muerte, decia, quiere ayudarse el dr. Sepúlveda; pero aprovéchale poco: porque aunque mataran á todos los frailes de Santo Domingo y á San Pablo con ellos, no se adquiriera un punto de derecho mas, del que antes habia, que era ninguno, contra los índios. La razon es, porque en el puerto, donde lo llevaron los pecadores marineros, que debieran desviallo de allí, como iban avisados, han entrado y desembarcado cuatro armadas de crueles tiranos, que han perpetrado crueldades estrañas en los índios de aquellas tierras, y asombrado, escandizado, é inficionado mil leguas de tierra. Por lo cual tienen justísima guerra hasta el dia del juicio contra los de España, y aun contra los cristianos, y no conociendo los religiosos, ni habiéndolos jamas visto,

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