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que ejercen a su nombre la soberanía, 'obra contra su propio fin i consiguientemente contra los preceptos de la razon, que es el fundamento i único oríjen de la justicia. I no se crea que al establecer que la soberanía nacional es limitada sentamos un principio contradictorio, que destruye el poder social en su base, porque precisamente este poder no existe en la sociedad sino para la consecucion de su fin racional, i nada seria mas contrario a este fin que un poder ámplio i absoluto, en virtud del cual fuese posible apartarse de los dictados de la razon i de la justicia. Mas no es este el único carácter de la soberanía nacional: ella es tambien inalienable, porque la sociedad no podria despojarse de su poder jeneral en favor de una persona o de muchas sin contrariar su propio fin, puesto que renunciaria por este solo hecho a la mas preciosa de las prerogativas, al atributo esencial de su personalidad colectiva. En consecuencia, la soberanía es tambien imprescriptible, por manera que aun cuando por largo tiempo se halla toda la suma del poder social en manos de un hombre o de varios, la nacion jamas pierde el derecho natural de arreglar sus intereses i de procurarse las condiciones necesarias al desarrollo de su fin social.

Esto es lo que la filosofía nos enseña en cuanto a la soberanía nacional, considerada en sí misma; i en lo tocante a su ejercicio, para la constitucion del poder político, es indispensable que adoptemos tambien los principios mas conformes a la realizacion del fin social.

A este respecto el sistema que cuenta hoi dia con gran número de prosélitos es el del sufrajio universal, el que confiere el ejercicio de la soberanía al mayor número de los asociados, sin tomar en cuenta su capa

cidad. En este sistema se supone que todos los hombres son iguales, i que la igualdad por tanto debe ser la base de la organizacion política, de manera que todos los individuos de una sociedad tengan el derecho de votar las leyes o por lo ménos el de elejir a los que hayan de obrar en su nombre, para que las leyes i la autoridad sean realmente la espresion de la voluntad del mayor número.

Semejante sistema reposa sobre un principio falso, porque si bien es cierto que todos los hombres han recibido de la naturaleza un derecho igual a la vida i al libre ejercicio de sus facultades físicas i morales, no es ménos evidente que esta igualdad absoluta no puede reproducirse en el órden político, porque no podrá realizarse jamas el fin social, ni en todo ni en parte, mientras que las leyes i la autoridad no sean apropiadas a las necesidades de la nacion i en tanto que los hombres que participan del poder no tengan la intelijencia de las cuestiones sociales i la voluntad de resolverlas en sentido del interes jeneral. Así es fácil comprender cuan funesta es por sus desastrosas consecuencias esa ficcion que considera a todos los hombres iguales en capacidad, en interes por la cosa pública, en conocimientos, en virtudes e intensidad de voluntad, para dar a todos una parte igual en la direccion de los negocios públicos despojando a la sociedad de las ventajas adquiridas por los mas intelijentes, i sacrificando la voluntad a la indiferencia, los conocimientos a la ignorancia i la sabiduría de los consejos a la incuria.

No está todo en poseer un gobierno popular, sino en que este llene debidamente su tarea, la cual, léjos de ser sencilla, es la mas importante, la mas complicada i la mas difícil de todas aquellas a que el hombre

puede consagrar sus esfuerzos. El gobierno, para llenar en cuanto está de su parte el gran fin social, no solo debe conocer las leyes existentes, sino tambien elevarse a la filosofía de la lei, al principio del derecho i de la justicia, para facilitar al hombre todas las condiciones de su desarrollo social en las diversas esferas de su actividad; no solo debe conocer la riqueza i recursos de la nacion, sino tambien distribuirlos i dirijirlos de modo que se ofrezca mas comodidad material al pobre i se le deje mas tiempo libre para ejercitar su intelijencia i desarrollar su ser; en fin debe estar al cabo de todas las relaciones del Estado en lo interior i con respecto a las potencias estranjeras; debe conocer sus fuerzas i poseer en suma cuantos conocimientos se comprenden en el vasto círculo de las ciencias sociales. I es fácil concebir que estas condiciones de capacidad no se encuentran en todos los individuos de una sociedad; i aun puede establecerse sin temor de exajerar que la universalidad de los individuos, a quienes se quiere dar el ejercicio de la soberanía, no posee tampoco la suficiente capacidad ni el interes que necesitaria para conocer i elejir a los hombres mas dignos del sagrado depósito de la autoridad. Fuera de esto hai un número infinito de asociados que por la posicion inferior que ocupan o por otras varias circunstancias no podrian dar jamas un voto libre i desinteresado. Hai épocas en fin en que el ejercicio universal de la soberanía seria mas bien un obstáculo que no un medio para conseguir el progreso de la sociedad, porque las decisiones de la mayoría harian dominar la materia sobre el espíritu, el sentimiento sobre la intelijencia, e imposibilitarian el desarrollo del fin social.

Estos hechos cuya verdad resalta a la menor obser

vacion que se haga sobre el estado actual de las sociedades modernas, arrojan una verdad inconcusa en la política, tal es, que las restricciones en el ejercicio de la soberanía son aconsejadas por la razon: la justicia i la conveniencia de la sociedad exijen pues que no se ensanche el ejercicio de ese derecho sino gradualmente i a medida que la intelijencia social se difunda entre los asociados. Por consiguiente, cuando reconocemos la soberanía nacional no hacemos mas que reconocer un hecho, i cuando invocamos su ejercicio para la constitucion del poder político, no podemos ménos de invocar la soberanía de la razon nacional la supremacia de la opinion ilustrada, virtuosa i progresiva, que se ha formado en la nacion.

Mas si por una parte reconocemos como un hecho necesario i providencial que las clases mas intelijentes son las únicas que deben investirse de los poderes políticos, tambien vemos por otra que estas clases están en el deber de ensanchar la base social de los poderes, admitiendo sucesivamente a su ejercicio un número mayor de ciudadanos. No queremos formar de estas clases una aristocracia gubernativa, ni inspirarles intereses opuestos a los del pueblo, porque eso seria destruir precisamento la ventaja que deseamos procurarnos dando el poder a la intelijencia, obedecemos a una lei de conservacion i de mejora, que rije tanto a las sociedades como a los individuos; no instituimos en fin un sistema esclusivo, porque dejamos a cada hombre la libertad de perfeccionarse i reconocemos en el Estado la obligacion de proporcionar a cada uno las condiciones necesarias al desarrollo de su ser i consiguientemente a la adquisicion de las cualidades que le habiliten para el ejercicio de la soberanía.

III.

Orijen, fin i lejitimidad del poder.

:

El orijen del poder está en la sociedad misma, porque correspondiendo a ella sola la realizacion de su fin natural, la potestad encargada de promover esta realizacion en las diversas esferas de la actividad social no puede obrar sino por el bien de la sociedad entera i en virtud de su soberanía. Por tanto es inoficioso i erróneo buscar el oríjen del poder en la historia, puesto que el nacimiento histórico del poder nada decide sobre el derecho así nada importa que la autoridad se haya establecido por la libre sumision del pueblo, por la astucia, la violencia, la conquista o el prestijio relijioso, porque estos hechos son el resultado de antecedentes varios o de las circunstancias de una época, i no alteran el principio que la filosofía reconoce sobre el oríjen del poder. Por el contrario, estos diversos accidentes se modifican i deben modificarse por el desarrollo social; porque a medida que las naciones adquieren la conciencia de sus derechos, exijen que el poder se establezca como una emanacion de su soberanía, para que no se oponga a sus intereses; i recurren al único modo racional de instituir el poder, al pacto social, en virtud del cual hacen valer su personalidad.

El fin del poder político no puede ser otro que el de la asociacion política, esto es, el desarrollo del principio de la justicia i su aplicacion a todas las esferas del cuerpo social. Para realizar este fin, el poder político está investido de los medios coercitivos que el principio del derecho hace necesarios contra las

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