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SANTIAGO

PRÓLOGO

Durante el Gobierno de José Manuel Balmaceda, tuve algún conocimiento de los sucesos que se generaron con tan rara fecundidad, y modesta participación en varios de los trabajos y reformas que se llevaron a cabo.

Por esta intervención personal, mé afectan responsabilidades que acepto con todo el vigor de mi conciencia, con el calor de inquebrantable lealtad política y con la fe del que tiene la íntima convicción de que sus actos han sido siempre inspirados por constante amor al país.

Esta situación especial que me cupo en dicho Gobierno, fué sin duda la causa que movió á José Manuel Balmaceda á escribirme en sus últimos momentos una carta de cariñosos recuerdos, en la que me confió, con honra inmarcesible para mí, la ardua tarea de hacer la historia de su gloriosa administración, historia que se imponía con caracteres de patriótico deber en presencia del plan sistemático de los autores de la Revolución de 7 de Enero de 1891, para desnaturalizar los propósitos,

las ideas, y hasta los sentimientos que tuvieron desde el Presidente-Mártir hasta el último de sus cooperadores.

Comprendo muy bien que pueda dudarse de la frialdad de criterio, para apreciar hombres y acontecimientos, del que escribe sobre dramas que ha visto como actor ó como responsable solidario.

Comprendo mucho mejor aún que la duda se aumente cuando se sabe que ese historiador ha sido víctima de implacables persecuciones y que escribe con la pluma del proscrito.

No obstante estas prevenciones que prima facie tendrá el lector, abrigo la persuasión de que en el curso del libro encontrará pruebas que lo convencerán de la imparcialidad que ha inspirado é inspira la historia que entrego al fallo de la opinión pública.

Me encuentro con fuerzas para quebrar la pluma del polemista, y empuñar la del historiador imparcial.

No asevero ni afirmo ningún hecho ni suceso. sin que me conste personalmente, ó sin que esté comprobado en declaraciones solemnes, informes fidedignos, ó documentos irrefragables.

Reproduciré ó haré alusión directa de todo documento publicado.

Comprometiendo el hilo de arración y el arte literario, exageraré las citas de importancia, tanto para que pueda darse crédito á hechos extraordina rios por origen y por naturaleza, cuanto para mantener el espíritu del lector en la atmósfera de verdad en que pretendo envolverlo durante el tiempo que dedique à estas páginas del trascendental proceso que á unos y á otros formará la posteridad.

En la narración de las batallas, trazaré sólo las líneas generales del cuadro y los perfiles más sa

lientes, porque desco á toda costa librarme de estudios que comprometan el honor de vivos ó de muertos, siempre que no puedan ser comprobados con documentos intachables. Cuando se trata de la honra de un hombre, no se puede dar oído á simples sospechas, á impresiones superficiales, á murmuraciones ligeras y á los acentos adoloridos de los que sufren. Es preciso levantar un sumario, rendir las pruebas, analizarlas en el crisol de rigorosa crítica, y dar fallos inapelables por la justicia en que se fundan.

Es sensible que la derrota de los sostenedores de la causa de la ley y del principio de autoridad, no haya permitido á los Jefes sobrevivientes redactar y publicar los partes oficiales de las batallas de Concón y Placilla, las de mayor importancia de toda la campaña. Por felicidad he podido conseguir numerosos informes privados que conservo en mi poder, he tenido largas conferencias con los Comandantes en Jefe, y he sido testigo personal de los sucesos desarrollados en la tarde de la derrota de Concón, del cañoneo de Viña del Mar, de la batalla de Placilla y de la ocupación de Valparaíso por las tropas revolucionarias.

No hay que olvidar también que esta historia, más que militar, es esencialmente política. Va dirigida con especialidad á los que hayan tenido ó tengan intervención en las luchas de partido, y á los que mañana juzguen la dirección administrativa que se dió al país durante el Gobierno de José Manuel Balmaceda.

Si siguiera el ejemplo que han dado los escritores de la Revolución, tal vez me habría dejado arrastrar por el plano inclinado de mortificantes revelaciones destinadas á herir personalidades que hoy figuran entre los lanzados por el Dios-Éxito á la cima del

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poder. Pero prefiero conservarme en los límites de la más absoluta discreción.

Si hablara todo lo que he sabido de esta manera, si dijera lo que conozco por indicios y manifestaciones, si diera expansión á las sospechas que con fundamento racional tengo sobre muchos hombres y actos políticos, y si revelara cuanto he recogido por entre los bastidores del escenario en que han campeado los autores de la revolución, ¿qué de sucesos é intrigas no se sabrían? ¿qué de pequeñeces no saldrían á luz? ¿qué torrente de miserias no aparecería á la superficie? ¿qué de personalidades no quedarían al desnudo?

Amo á mi patria con los sentimientos de un corazón no del todo endurecido por los desengaños y las desgracias, y con las ilusiones de la espe

ranza.

No puedo, no debo, en consecuencia, ni desesperar del porvenir, ni ahondar más el abismo abierto en el seno de la familia chilena por los furores de la Revolución, ni contribuír á nada que pueda comprometer el progreso nacional.

No puedo, ni debo, tampoco seguir el ejemplo de mis antagonistas que han lanzado al mar de la publicidad hasta las cartas domésticas, que no han res petado ni lo que vive en el silencio y á la lumbre del hogar, y que han encontrado extraño regocijo en romper el misterioso velo con que la discreción, la cultura y el respeto social cubren todo ese pequeño mundo que vive entre el cariño de los esposos, el amor de los hijos y el casto pudor de la familia.

Llegará el día de la justicia histórica, de la distribución de responsabilidades y de la resurrección de doctrinas y de hombres aplastados por sucesos imprevistos y por la fortuna que es ciega.

Entonces se sabrá quiénes han comprendido me

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