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Lodini. Eso sí: elegante.

Faber. Era altita.. de ojos humildes.. mui be

llos..?

Lodini. Qué sé yo..? Servitore.

(Vase precipitadamente)

Philip. Señor: esta carta..

(Entrega a Faber una carta que lee para sí solo).

ESCENA III

FABER solo.

Faber. ¿A quién interesa en Baltimore saber de la existencia de un infeliz que huyó de Europa para esconder su deshonor en el nuevo mundo? Yo no conservo ni el honorable nombre con que era conocido en Alemania. La pérfida, la ingrata que me cubrió de ignominia, i llenó de amargura mis días (antes tan alegres) habrá resuelto perseguirme aun en el sepulcro. ¡Perversa! Solicitará, talvez desde Londres, noticias de un hombre de bien, a quien hizo desgraciado, o confiando en sus artificios, o para que mi afrenta se haga mas pública. ¡Mujeres! ¡cómo ocultais las mas negras perfidias bajo el esterior hechicero de la amabilidad i de las gracias! ¡Es posible que la felicidad del hombre dependa de la voluntad movible de una mujer frájil! Los seductores artificiosos combaten sin cesar la vacilante virtud de estas criaturas tan débiles como delicadas. ¿Quién podrá describir los daños que ocasionan en el sagrado de las familias, i cómo per

turban el orden social? Sobre ellos debía agravarse toda la fuerza de las leyes.

¡Está tan corrompida la Europa..! Los funestos ejemplos de las cortes han llevado el contajio a todas partes, sin respetar ni aun al país de los suízos, en que se habían atrincherado las virtudes de 1. naturaleza, el pudor, i la fidelidad conyugal.-¡Por qué no vendría yo a casarme en América! Este es el asilo de las virtudes: aqui reflorece la naturaleza humana. Lodini (entra precipitadamente). Se me olvidó dejaros la Misantropía para que la leais despacio. Servitore. (Vase dejándole un cuaderno).

FABER solo

Faber. Misantropía.. una mujer sin honor: un hombre de bien i desgraciado.. ¡eh! los poetas describen los usos i costumbres de su país i de su siglo. Demasiados horrores ofrece la sociedad europea.. mujeres inmorales, hombres desdichados.. sin que hayan de buscarse en los dramas injeniosos. (Tira el cuaderno sobre la mesa).

Los primeros emigrados de Norte América trajeron consigo el odio a la tiranía, i a los escándalos de la Europa. Así estos establecimientos se distinguieron desde su orijen por la frugalidad i la sencillez, i por las virtudes activas i severas. En toda la Pensilvania, se hace notar en la moral pública la influencia de los cuáqueros, i la impresión de sus cándidas puras costumbres.-Mas jai de mí! yo fuí mui desgraciado..! ¿En qué parte del

i

mundo no se encuentran mujeres virtuosas, i esposas irreprensibles?-El cielo me favoreció con muchos dones; ha sido para mí mui benigno; pero me negó una compañera digna de mi ternura. Si a lo menos mi tierna hija Matilde pudiese acompañarme, i hacer menos tristes mis pesados días! No.. mi destino me condena a la soledad. Los recintos mas solitarios son mi delicia. (Toca una campanilla). Philip. Señor.

Faber. Regresaremos pasado mañana a mi casa de campo de Pittsburg.

Philip Está bien: se aprontará todo.

Faber. Trae mi sombrero; quiero despedirme de algunos amigos. (Toma el sombrero i vase).

ACTO II

Sala pequeña i sencilla.

ESCENA I

POWELL I DANIEL

(Powell aparece leyendo para sí por algunos instantes. Después cierra el libro).

Powel. No hai duda; la América avanza con pasos de jigante hacia una grandeza i una prosperidad sin ejemplo. Su gloria refluye sobre la Gran Bretaña i la Alemania, cuyos hijos poblaron en gran parte estas rejiones deliciosas. Aun después de la invención de la imprenta, seguía la lid obstinada entre los amigos de la libertad i sus enemigos. Solo el descubrimiento de la América aseguró para siempre un asilo a los oprimidos, i un refujio contra los opresores. (Toca la campanilla).

Daniel. Señor.

Powel. ¿Llevaste ese socorro al ebanista enfermo? Daniel. Sí, señor; mas os lo devuelve, dándoos mu

chas gracias. Dice su mujer que tres emigrados, a quienes favoreció su marido, cuando llegaron pobres al país, se han en

cargado de mantener a toda su familia. hasta que cómodamente pueda trabajar. Powell. No faltan en el mundo hombres agradecidos.

Daniel. Há rato que vino una pobre señora solicitando hablaros: le dije que volviese.

Powell. Era una viejecita?

Daniel. No, señor. Es todavía joven i bien parecida, aunque muestra traer el ánimo aba

tido.

Powell. ¿Por qué no la hiciste entrar?

Daniel. Como anoche no dormisteis, i hoi habeis estado lleno de afanes, creí que durmie

seis.

Powell. ¿Qué cuenta tienes con mi sueño, Daniel? En el silencio del sepulcro dormirán por siglos las miserables reliquias de nuestra mortalidad.

Daniel. ¡Siempre han de ocupar vuestro espíritu estas ideas tan melancólicas!

Powell. ¿Por qué ha de temer la muerte el hombre de bien, que espera en la misericordia de Dios, que no es déspota ni tirano?

Daniel. Ya... si todos fuésemos como vos....nacido de una casa ilustre de Inglaterra, consumado en ciencias en la universidad de Oxford, i dueño absoluto de una opulenta fortuna en la flor de la juventud, todo lo renunciasteis, disteis vuestras riquezas a los pobres, i os consagrasteis a los trabajos apostólicos.

Powell. Nuestras obras están siempre tan llenas de defectos....! Pero....parece que llaman a la puerta....haz que entre esa señora, si acaso ha vuelto.

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