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en dispersion, nada habria sido mas fácil que castigar sus atentados usando de la retaliacion que autorizaba la órden de no dar cuartel a ninguno de mis oficiales, pero yo no puedo olvidar mis princi. pios ni abandonar a la venganza i al resentimiento la sangre preciosa de los hijos queridos de la patria. Los chilenos nunca podrian ser mis enemigos. Mis oficiales al cumplir mis órdenes satisfacian sus jenerosos sentimientos. Ellos tuvieron bastante virtud para seguir el ejemplo de la bizarra accion de su coronel (n). Al ver la amistad que reinaba entre los vencedores i la jente de la accion, cualquiera habria creido que la batalla no habia sido mas que un simulacro de ejercicio para la instruccion de las tropas que acababan de batirse. Los soldados conocieron la perfidia de su jefe i fué esta una de las ventajas que reportó el Estado de este desgraciado triunfo. O'Higgins me escribió sin demora por el coronel Portales implorando un perdon, que concedí con la misma franqueza que lo habia hecho otras veces con todos mis perseguidores, cuando la fortuna los puso al arbitrio de mi poder. Desde entónces gozaron de plena libertad los ofi

(n) El capitan Don Juan Calderon imploró el auxilio de mi hermano Luis en el acto de ser prisionero, temiendo que nuestros soldados vengasen en él los atentados de sus compañeros. Para complacerlo i calmar su ajitacion, mi hermano lo toma en ancas de su caballo i sigue al alcance de los vencidos.

ciales prisioneros i recibieron sus equipajes, reservando yo los papeles sorprendidos a O'Higgins en su cartera para que algun dia, ante el Tribunal Augusto que nombre la nacion libre e independiente, sirvan de testimonio a mi inocencia i de proceso a los traidores.

Eran mui grandes los crímenes de O'Higgins para que pudiera tranquilizarse con la amnistia publicada por el Gobierno i sobre la fé de mi palabra de honor. Conducido por la desesperacion reune a los dispersos que lo seguian i toma la actitud de prepararse a un nuevo ataque. Yo dispuse la salida de la vanguardia de mi division compuesta de 400 de sus soldados prisioneros i esto bastó para aterrarlo i cambiar sus amenazas en contestaciones oficiales, con que intentaba asegurarse mejor del perdon ofrecido.

Este era el estado de las cosas cuando llegó un parlamentario del jeneral Osorio con la intimacion a O'Higgins de suspender sus marchas, i al Gobierno de deponer las armas i prestar obediencia sin esperar nuevas insinuaciones. ¡Tan despreciables nos habia hecho para el enemigo esa guera civil cuyos resultados llorará la patria sobre las cenizas de los malvados que la promovieron! Queriendo el español dar algun colorido a su escandalosa perfidia, intentaba cubrir la ruptura de las hostilidades con el frívolo pretesto de la variacion del gobierno,

como si los pueblos i las naciones pudieran ignorar que cuando salió de Lima el jeneral Osorio con 800 veteranos para renovar la guerra, no existia ni se habian imajinado esa revolucion del 23 de Julio, que se tomó como motivo (Número 16). Por toda respuesta se dejó a las armas la decision de la contienda.

En tan amarga situacion, sacrificando los respetos de la autoridad, del amor de mi mismo a los altos intereses de la patria, me proporcioné una entrevista con O'Higgins, de cuyas resultas quedó terminada la guerra civil, i concertada la reunion de todos nuestros esfuerzos contra el pérfido español, que avanzaba ya sobre la capital con nuevas cadenas para otros tres siglos. ¡Ah! ¿Qué diferente seria hoi la suerte del Estado, si el jeneral O'Higgins, dócil a la voz de la razon, del honor i del deber, hubiera abrazado en Talca este partido, que aconsejaban la prudencia, la necesidad i el imperio irresistible de las circunstancias? Sin embargo, de la inoportunidad del remedio, yo no desesperé de la salvacion de la patria. Vosotros fuísteis testigos de mis desvelos i afanes en aquella época de conflicto i de amargura. Yo reorganicé la division de O'Higgins casi destruida mas por su ignorancia que por los efectos de la guerra, levanté nuevas tropas en la capital, guarnecí los puertos; engrosé el tesoro público hasta la suma de 1.000,000 de

pesos; i habiendo vestido a todos los combatientes salí a campaña con un ejército, cual podia formarse en la premura de aquellas circustancias; inferior en número al enemigo, es verdad, pero bastante por el valor de los republicanos de Chile para contenerlo en la carrera de sus devastaciones.

En la villa de Rancagua fueron atacadas las divisiones primera i segunda de nuestro ejército por las fuerzas realistas el 1.0 de octubre de 1814, i el enemigo quedó triunfante i victorioso (Número 17). Las mismas causas producen los mismos efectos. Aquella insubordinacion abortada por el espíritu de las facciones que causó la pérdida del jeneral Cruz en San Carlos i que fué el orfjen de los trastornos políticos i de todas nuestras desgracias militares, dió la victoria al enemigo.

Despues de la derrota, fácil es concebir la confusion i desórden que reinaba por todas partes. El cuerpo de reserva, compuesto de reclutas, se dispersó por la ineptitud de los comandantes encargados de incorporarse a la tercera division. Era tan imposible la defensa de la capital en aquellas circunstancias como peligrosa la retirada, pero la actividad bien dirijida fué siempre un suplemento de todos los recursos. A fuerza de coraje i enerjia preparé las cosas para marchar a Coquimbo con las tropas que me acompañaban, decidido a resistir con los auxilios de armas i jente que podia prestar aquella

provincia, i haciendo allí un centro de reunion de todos los patriotas, levantar una fuerza capaz con el tiempo de arrojar a los tiranos de nuestro territorio. Con efecto, todas las tropas marcharon a Aconcagua casi a la vista del enemigo, escoltando un convoi de 100 carros i 1,600 mulas en que iban municiones, pertrechos de guerra i 300,000 pesos destinados a la compra de auxilios necesarios para emprender la guerra con éxito sobre nuestros opre

sores.

En aquellos momentos ocupó tambien una parte de mis cuidados la proteccion de los que quisieron emigrar á Mendoza por no sufrir la bárbara venganza de sus enemigos, i quedando en la capital con el coronel Luis de Carrera, cuatro oficiales, veinte dragones, hice conservar el órden i la tranquilidad hasta la noche del dia anterior a su ocupa. cion por el jeneral Osorio. En Aconcagua, adonde llegó felizmente el convoi, presencié otra vez los terribles efectos del fanatismo de los partidos. Amenazaba ya la disolucion i desercion de las tropas, i aunque di mis órdenes para impedirlo por los pasos precisos de la cordillera, tuve el disgusto de verlas despreciadas i sentir la ineficacia de mis esfuerzos. No fué posible disponer de la pequeña fuerza auxiliar de Buenos Aires estacionada en aquel punto, i al fin quedé abandonado en la villa de los Andes con todo lo que habia salvado mi actividad, des

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