Imágenes de páginas
PDF
EPUB

LA CASA DE ALQUILER.

Vivia yo en cierta época, que no le importa conocer al lector, en una casa de alquiler, es decir, encima de un potro, es decir en un infierno en abreviatura; porque el lector debe saber que el at home, el chez-soi no reza con los alquiladores de casa; un alquilador es un esclavo, un hombre que no tiene nada suyo, que no puede estar solo, que no puede conservar oculto ni siquiera los secretos del lecho conyugal. Si yo volviera a arrendar una casa, o lo que es lo mismo, si Dios me diera el castigo que dieron a Mazeppa, confieso con toda injenuidad que le pediria la muerte como un consuelo, i hallaria un beneficio en que me diera un tifus, una apoplejía o cualquiera de esas enfermedades que matan de una manera instantánea i perentoria.

El lector me permitirá que le muestre los cuervos que revoloteaban sobre la cabeza de este infeliz Mazeppa, o lo que vale tanto, los vecinos que me rodeaban, pues este es un punto sobre el cual es preciso estar informado.

Era la señora que me arrendaba la casa una persona como de 50 años, flaca i pálida, con ojos negros i pequeños, frente estrecha, labios delgados i fruncidos, i con una nariz que sin duda alguna fué la que inspiró a don Francisco de Quevedo i Villegas su célebre soneto; tenia peluca i usaba encima de la cabeza una especie de adorno que fluctuaba entre el copete de una gallina i el casco de un lancero prusiano.

Al lado de este personaje, que para el lector no hará el primer papel, pero que para mí lo hacia, principalmente en la escena que

B. 0.

17

representábamos el dia primero del mes, debo colocar a un señor boticario que vivia en el piso bajo i a quien, por razones que el lector comprenderá, deseaba yo ver mas elevado que el pico mas alto de los Himalayas. En el mismo piso que este hijo de Galeno, i como formando la base de lo que mi mujer se empeñaba en llamar su casa i yo mi infierno, habia establecido sus reales un español mas hablador de lo que convenia a la buena hijiene de los órganos respiratorios i mas renegador que un carretero de su tierra.. Este señor vendia, compraba, cambiaba i hacia toda especie de negocios con los desgraciados que tenian la mala suerte de tener necesidad de él, i cada negocio que hacia, cada persona que entraba en lo que él llamaba pomposamente su almacen, era la señal precursora de un estrépito, de una batahola tal, que uno se imajinaba que en el piso bajo se estaba dando la batalla de Leypsik, en la que segun cuentan se tiraron 170,000 cañonazos.

Estos dos vecinos tenian anexo a su tienda respectiva un patiecito, en el que le correspondia al señor boticario confeccionar sus remedios, i el español guardaba en el suyo catres de fierro, objetos de loza i otras mercaderías. En dei redor de cada patiecito teníamos nosotros un balcon corrido que nos permitia mirar hácia abajo; pero nada mas.

Recien habíamos tomado esta casa, mi mujer estaba como una pascua de contenta; decia que la casa era magnífica, que tenia balcones que daban a las cordilleras, i que solo por contemplar este espectáculo debia pagarse el arriendo. Yo que he estudiado mucho el carácter de la mujer, no queria contradecirla i la dejaba hablar, pensando que ésta es la válvula de seguridad del sexo débil. Los niños corrian por los balcones como unos desesperados i mi mujer no cabia en su pellejo de felicidad, so pretesto de que los niños se desarrollarian así con facilidad i'robustez.

Un dia estábamos comiendo con algunos amigos i mi mujer hacia en la mesa el elojio de la casa que habitábamos, diciendo que era mui cómoda, i que esperaba que estaríamos allí con entera independencia. De repente se siente un olor insoportable; me mira con intencion, yo la miro resignado; la cosa sute de punto, aquello no tiene nombre.

-Muchacha! esclama mi mujer, como las personas que se hallan en apuros i tienen necesidad de un culpable.

La criada se queda muda i lleva involuntariamente sus manos a las narices.

olor?

-Muchacha! vuelve a esclamar mi mujer, ¿qué significa este

-Es el boticario, señorita, que creo que está quemando pólvora en el patiecito.

-Pues baja inmediatamente para decir a ese señor que estamos comiendo i que no es posibie hacerlo, mientras él nos infeste de esta manera.

Entre tanto yo, que no decia palabra, me fijaba en la cara de los convidados que se ponia pálida i brillosa como la de los individuos que sienten la fatiga del tártaro emético o de la ipecacuana; mi hijita se levanta de la mesa porque se siente mal; mi mujer empieza a palidecer, yo mismo no encuentro el apetito ordinario con que siempre como, i aquella mesa poco ántes tan pacífica i aun estirada como somos los chilenos por carácter, se torna en un campo de Agramante. El uno se levanta, el otro no puede levantarse, a un tercero le sucede lo que a Sancho con el bálsamo de Fierabras, i entretanto el olor no solo persiste sino que sube de punto, el comedor se llena de un humo amarilloso, mi mujer se desmaya i ni la criada vuelve, ni hai áncora de salvacion en aquella revuelta tormenta.

un poco

Al fin la muchacha llega i nos anuncia con un aplomo inaudito que el señor boticario está haciendo un análisis i que en dos horas mas estará terminado sin falta.

-¡Desdichada! esclamo yo ¿i no le has dicho que estamos comiendo, que tenemos convidados?

-Sí, señor, contesta la criada; pero él dice que tiene que trabajar i que esto es lo único que le interesa.

-Yo no puedo mas, digo a mis amigos que me escusen, que aquel accidente imprevisto me causa un profundo pesar i mientras llevan a mi mujer a su cama i se abren puertas i ventanas para dar salida a aquel humo infernal, los convidados se despiden como pueden i descienden silenciosos i subimos la escalera de mi casa.

Al dia siguiente solo nos quedaba un lijero dolor de cabeza, últimos restos de aquel envenenamiento premeditado de que habíamos sido víctimas inocentes. Mi pobre mujer bastante pálida todavía se puso a leer en la antesala i yo me quedé en mi cuarto de trabajo escribiendo; serian las nueve de la mañana. De repente sentimos un ruido infernal i voces descompasadas en el patiecito correspondiente a la tienda del español; un gato perseguido por los niños se habia arrojado del balcon i habia caido encima de un

servicio de porcelana de nuestro vecino. ¡Aquí fué Troya! El español mira la catástrofe i grita i patea i vomita improperios i reniegos capaces de hacer ruborizarse a la mas pintada verdulera. Salgo de mi cuarto i cierro puertas i ventanas para que mi familia no oiga aquel discurso inmoral salpicado con todas las legumbres de que la madre patria es tan fecunda i cuando, despues de una hora, salí de mi habitacion para saber lo que pasaba todavía i se oian los refunfuños del español, como esos ruidos vagos que se sienten despues de una tempestad.

Mi mujer estaba desolada.

-¡Con que ya, me dijo, no podremos convidar a nadie a comer, sin preguntar a nuestro vecino si no tiene que hacer algun análisis! Pero esto es insorportable, yo quiero vivir tranquila, yo quiero que tengamos independencia.

-Yo tambien quiero lo mismo, le contesté, pero ¿no era esta la casa que te gustaba tanto?

En este momento aparece en la puerta una mujer.
-¿Cómo entra usted sin llamar? le dije.

-Es que soi de la casa, me contestó.

-¿Quién es usted?

-Vengo de parte de doña Ramona para ver la casa, porque ella como es la propietaria quiere ver si está bien tratada.

-Que entre, se apresuró a decir mi mujer que queria talvez lucir sus hábitos de limpieza i arreglo.

No dije una palabra, porque tengo por sistema que en mi casa nadie mande mas que mi mujer.

Un momento despues la mujer vuelve, diciendo que está bien; pero que los niños han sacado algunos ladrillos del cuarto en que juegan i que seria necesario reponerlos.

La inspectora de la casa salió.

Yo estaba desesperado con la inspectora, con el español i sobre todo con el boticario, porque es preciso que el lector sepa que estas historias se repetian tres o cuatro veces por semana. Era preciso tomar una medida salvadora; yo sabia que la mejor de todas era comprar una casa; pero mis recursos no alcanzaban a tanto. No está de mas que sepa el lector que soi mui aficionado a los huevos i que para mí un almuerzo sin huevos es como un fósforo sin cabeza; concebí entónces la idea de hacer un gallinero en una de las piezas de la casa que habitaba i lo establecí con ocho gallinas i un par de gallos formidables. Aquel serrallo zoolójico me

permitia comer en el almuerzo un par de huevos frescos que es mi mayor delicia. Pero como el lector sabe los gallos se levantan mui temprano i empiezan a cantar desde las doce de la noche, por otra parte como el boticario tenia que hacer semana, necesitaba dormir, cosa que el pobre no podia hacer gracias a la jarana i ruido que hacian desde el alba mis dos sultanes, ora enamorando sus esclavas, ora cantando con una perseverancia infinita.

El boticario me envió un recado en el que me decia que tuviera compasion, que mis gallos no lo dejaban dormir.

Esto fué para mí una revelacion; le contesté que a mí me gustaban los huevos frescos i que pensaba aumentar el gallinero i comprar todavía una docena de gallos ingleses; que era mui aficionado a estas aves i que me gustaba sobremanera su canto.

El boticario tuvo que capitular, i vino a mi casa para decirme que me juraba que jamás volveria a hacer un análisis si yo en cambio le prometia deshacerme de estos animales. Ajustamos pues un tratado i quedé por esta parte libre de molestias; pero me faltaba el español, que como no vivia en su tienda, no podia ser incomodado por los gallos.

ma;

Aquel hombre no podia vivir en el piso bajo sin que se le corrijiera de cualquier modo. Tomé con este fin una resolucion suprefuí a su tienda i le pinté la situacion que me creaba con sus discursos groseros, terminando mi conferencia por decirle que si yo oia una palabra malsonante una sola vez, arrojaba la casa por el balcon, le quebraba cuanto se le hubiese puesto en mientes depositar en el patio consabido.

Con esta firme resolucion espresada en términos un si es no es dramáticos, el español se quedó frio i me declaró que yo era una persona mui delicada i que en España no se miraban esas pequeñeces; pero que si la cosa me incomodaba, él era un ciudadano que no gustaba de molestar a nadie i añadió:

-Si a Ud., señor, no le gustan las legumbres de que Ud. me ha hablado, haga Ud. cuenta que no he dicho nada i seamos buenos amigos, que lo que es yo, soi un hombre que no soi capaz de despeinar a las ánimas benditas, sin motivo suficiente.

Yo me volví a mi casa i encontré a mi mujer cosiendo; apénas me vió me dijo:

—Mañana mismo es preciso comprar una casa, esta es insoportable; no es riqueza tener casa propia, pero es mucha pobreza no tenerla.

« AnteriorContinuar »