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>bia de unir su bandera con la de la noble falanje de abolicionis» tas, de los cuales, Garrision era el valeroso i sincero apóstol, » Wendell Phillip, el elocuente orador, i Juan Brown, el mártir > voluntario (1). Así, entónces, todo el espíritu de los Estados » Unidos se desembarazaria de sus cadenas, no estando corrompido por la supuesta necesidad de andar haciendo apolojías, ante > los estranjeros, por la mas flagrante de todas las violaciones po>sibles de los libres principios de su Constitucion, al mismo tiem» po que la tendencia de un estado fijo de sociedad a estereotipar » una série de opiniones nacionales seria, por lo ménos, temporal» mente contenida, i que el espíritu nacional se mostraria mas > abierto al reconocimiento de lo que hubiese de malo, ya en las > instituciones, ya en las costumbres del pueblo. Estas esperanzas, › en cuanto se referian a la esclavatura, han sido completamente » realizadas, i en cuanto a otros respectos, están en camino de irlo > siendo, progresivamente. Previendo, desde un principio, esta do» ble série de consecuencias del bueno o mal éxito de la rebelion, » se puede imajinar con qué sentimiento contemplaria yo la preci» pitacion con qué casi todas las clases superiores i medias de mi > propio país, inclusas las que pasaban por liberales, se declararon >> furiosos partidarios del Sur, siendo las clases trabajadoras i algu> nos de los hombres de ciencia i literatura, casi las únicas escep>>ciones al frenesí jeneral. Hasta entónces, nunca habia sentido > tan vivamente cuan poco ha alcanzado a los espíritus de nuestras » clases influentes una mejora duradera i de cuan poco valor eran > las opiniones liberales que se habian acostumbrado a profesar. » Ninguno de los liberales del Continente cometió la misma espan» tosa equivocacion. Habiendo desaparecido la jeneracion que ha»bia arrancado la emancipacion de los negros a los esclavócratas » de la India Occidental, habia ocupado su lugar ótra que, por > muchos años de discusion i de esposicion, no aprendiera a sentir vigorosamente las enormidades de la esclavatura; i la desatencion habitual en los ingleses a todo lo que está pasando en el » mundo fuera de su isla, dejábalos tan profundamente ignorantes » de todos los antecedentes de la lucha que, durante el primero o > los dos primeros años de la guerra, no era jeneralmente creido » en Inglaterra, que la pelea lo fuese de esclavitud. Hubo hombres

(1) El dicho de este héroe verdadero, despues de su apresamiento, de que él estaba mejor para ser ahorcado que para cualquiera otra cosa, nos recuerda, por la combinacion de injenio, cordura i abnegacion, a Sir Thomas More.

» de principios elevados i de incuestionable liberalismo de opinion » que la creian una disputa de aranceles, o que la asimilaban a >> sucesos con los cuales estaban habituados a simpatizar: los de » un pueblo que pelea por su independencia.

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«Mi deber mas óbvio era ser úno de los de la pequeña minoría » que protestaba contra este pervertido estado de la opinion. No > fuí el primero en protestar, pues debe recordarse, para honra del > señor Hughes i del señor Ludlow que ellos, por sus escritos publi>cados en el comienzo mismo de la pelea, empezaron la protesta. » Siguió el señor Bright, en uno de sus mas vigorosos discursos, » continuado por ótros no ménos notables. Estaba ya para agregar > mi palabra a las suyas, cuando ocurrió, hácia fines de 1861, el >> apresamiento de los enviados del Sur, a bordo de un buque ingles, » por un oficial de los Estados Unidos. Aun la facilidad para olvi» dar que tienen los ingleses no ha tenido tiempo todavia para ha»ber perdido todo recuerdo de la esplosion de sentimientos que >> estalló entonces en Inglaterra, la espectativa de guerra con los > Estados Unidos que prevaleció durante algunas semanas, i las » preparaciones bélicas empezadas inmediatamente. Mientras du> rara ese estado de cosas, no habia probabilidad de que se diese > oido a nada en favor de la causa americana. Cuando llegó la de» saprobacion i que se disipó la alarma de guerra, escribí, en ene>ro de 1862, el artículo titulado "La Guerra en América," en el > Almacen de Frazer..........

>>

«Escrito i publicado cuando lo fué, este artículo ayudó a enva» lentonar a aquellos liberales que se habrian sentido arrastrados por la marea de la opinion iliberal i a formar, en pró de la bue» na causa, un núcleo de opinion que incrementó, por grados, i » despues, cuando el triunfo del Norte empezó a parecer probable, > con rapidez.

«Cuando volvimos de nuestro viaje escribí otro artículo-un > exámen crítico del libro del profesor Cairnes-que se publicó en » la Revista de Westminster. Inglaterra está sufriendo la pena, por > muchos modos desagradables, del resentimiento duradero que sus clases gobernantes provocaron en los Estados Unidos, con » la ostentacion de sus deseos de que América, como Nacion, se > arruinase; i hai razon para estar agradecidos a los pocos, si po» cos solamente, escritores i oradores conocidos que, poniéndose > firmemente del lado de los norte-americanos, en el tiempo de su

R. C.

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» mayor dificultad, efectuaron una derivacion parcial de esos acres >> sentimientos e impidieron que la Gran Bretaña fuese completa> mente odiosa a los norte-americanos.» (Pájs. 266, 267, 268, 269, 270 i 271.)

Con esa austeridad i esa franqueza, habla Stuart Mill acerca de ese ruidosísimo acontecimiento que las buenas i las malas pasiones de hombres i partidos trataron de aprovechar en su favor.

Pero oigamos al hombre de teoría i de ciencia, como entró i pudo desempeñar en la esfera del arte i de la aplicacion, las doctrinas de política, tan hábilmente profesadas por él.

III.

«En este sumario de mi vida esterna he llegado ya a un perío» do en qué mi existencia tranquila i retirada de redactor de li> bros, hubo de ser cambiada por la ocupacion ménos adaptada a » mi jenio, de miembro de la Cámara-de-los-Comunes. La propuesta que, a principios de 1865, me hicieron algunos electores » de Westminster no fué la primera que me diese idea de eso; ni » era aun la primera oferta que yo recibiese, pues mas de diez » años antes, a consecuencia de mis opiniones sobre la cuestion » de tierras en Irlanda, el señor Lucas i el señor Duffy, a nombre » del partido popular en ésta, ofreciéronme llevarme al Parlamen> to por un condado irlandes: cosa que, con facilidad, habrian con> seguido; pero la incompatibilidad del asiento en el Parlamento > con el puesto que yo desempeñaba en la Compañía de Indias, » alejó aun la consideracion de semejante propuesta. Pero despues que hube dejado la Compañía de Indias, muchos de mis amigos > me habrian visto con gusto ser miembro del Parlamento; pero » no parecia haber probabilidad de que la idea tomase nunca una » forma práctica. Estaba yo convencido de que ninguna porcion > numerosa o influente de un cuerpo electoral desease, en realidad, >> ser representada por una persona de mis opiniones; i de que >> úno que no poseia relaciones locales i popularidad i que no ha>>bia de escojer presentarse como el mero órgano de un partido, » tenia poca probabilidad de ser electo en alguna parte, a ménos » que fuese gastando plata; i mi conviccion firme era i es de que » un candidato no debe gastar un centavo para intentar desempe» ñar un cargo público. Algunos de los gastos legales de una elec

>cion que no se refieren especialmente a ningun candidato par>ticular, deben ser soportados, como gasto público, por el Estado » o por la localidad; lo que tiene que hacerse por los adherentes. » de cada candidato, a fin de hacer llegar convenientemente sus > pretensiones ante el cuerpo electoral, debe efectuarse o por ajena tes gratuitos o por suscricion voluntaria. Si miembros del cuer>po electoral u ótros tienen voluntad de suscribirse con su propio > dinero para el propósito de llevar, por medios legales, al Parla>mento, a alguien a quien juzgan que ha de ser útil ahí, nadie > tiene título para objetarlo; pero que el gasto o una parte de él, » caiga sobre el candidato es fundamentalmente injusto, porque > eso tanto dá como comprar su asiento. Aun en las mas favora>bles suposiciones respecto al modo cómo se gasta el dinero, hai

sospecha lejítima de que quien dá plata para obtener el desem▸ peño de un cargo público, tiene que promover otros fines que > los públicos; i (consideracion de la mayor importancia) el cos>to de las elecciones, soportado por los candidatos, priva a la » Nacion de los servicios, como miembros del Parlamento, de to› dos aquellos que no pueden o que no quieren consentir en ha> cer fuertes gastos. No digo que, mientras haya escasamente, » para un candidato independlente, una probabilidad de entrar al » Parlamento sin someterse a esta práctica viciosa, haya de ser > siempre moralmente injusto que él gaste dinero con tal de que, » directa ni indirectamente, se emplee en la corrupcion; pero pa» ra justificarlo, debe estar mui cierto de que puede ser de mas » utilidad a su país como miembro del Parlamento que en cual» quiera otro modo que le esté abierto; i esta seguridad, por lo » que respecta a mí, yo no la tenia. De ninguna manera podia yo » ver con claridad que habia de hacer más para adelantar los ob>jetos públicos que tenian título a mis esfuerzos desde los bancos » de la Cámara-de-los-Comunes que desde mi simple puesto de > escritor. Creia, por esto, que yo no debia pretender ser electo pa>ra el Parlamento, i mucho menos, que debiese gastar dinero pa▷ ra conseguirlo.» (Pájs. 279, 280 i 281.)

Así, dándonos, de paso, alguna idea de ciertas costumbres políticas inglesas que no tienen, aunque lo parezcan, análogas entre nosotros, pensaba el filósofo i el político que, en materia de hábitos electorales, no ha cambiado de opinion, despues de haberse visto, gracias a sus electores, llevado al Parlamento, de la significativa manera que se lee en seguida:

IV.

espon

«Pero las condiciones de la cuestion alteráronse considerable>> mente cuando un grupo de electores me buscó i me ofreció > táneamente presentarme como su candidato. Si, al cambiarse ex>> plicaciones, resultaba que ellos persistian en su deseo, conociendo » mis opiniones i aceptando las únicas condiciones bajo las cuales > yo podia servir, era cuestionable si éste no sería uno de esos lla>> mamientos que la comunidad puede hacer a uno de sus miembros » i que él, difícilmente, podria rechazar con justicia. Por eso, » puse a prueba su disposicion con una de las mas francas expla>> naciones que se hayan hecho nunca, creo, a un cuerpo electo» ral, por un candidato. En respuesta al ofrecimiento escribí una >> carta para que se publicase, en la cual decia que yo personal» mente no tenia deseo de ser miembro del Parlamento, que creia » que un candidato no debia solicitar sufrajios ni incurrir en gas» tos i que ni en una ni en otra cosa consentiria yo; decia, ademas » que si salia electo, no me imponia la obligacion de dar una par>>te de mi tiempo i de mi trabajo a sus intereses locales. Con res» pecto a política jeneral, decíales sin reserva, lo que yo pensaba >> acerca de muchos de los importantes asuntos sobre los cuales » me habian preguntado mi opinion; i siendo uno de éstos, el >> sufrajio, híceles saber, entre otras cosas, mi conviccion (como > estaba obligado a hacerlo, pues que entendia, si resultaba electo, Dobrar en consecuencia) de que las mujeres, en las mismas con>>diciones que los hombres, tenian título a ser representadas en el >> Parlamento. Era ésta, sin duda, la primera vez que doctrina » semejante habia sido mencionada a electores ingleses; i el hecho » de haber sido electo, despues de que la expuse, dió el impulso al > movimiento que ha llegado a ser tan vigoroso, en favor del su» frajio de las mujeres. En ese tiempo nada parecia mas improba»ble que un candidato (si candidato podia llamárseme) cuyo Pro» grama i cuya conducta desafiaban tan abiertamente todas las > nociones ordinarias de las luchas electorales, pudiese ser elejido, >> sin embargo; oyóse a un literato mui conocido decir que «El >> mismo Omnipotente,» con semejante programa, no tendria pro» babilidades de ser elejido. Yo me conformé estrictamente a él, » no gastando dinero ni solicitando sufrajios; ni tomé parte per

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