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establecimiento del Panteon jeneral, cuya apertura será ya mui en breve, i que en todas las corporaciones, i gremios de la república se logre este objeto dirijido al mayor culto i decoro de la Deidad, sin perderse de vista la salud i la conservacion de la humanidad; se declara que persona alguna, sea de la calidad, carácter o representacion que fuese, podrá eximirse de sepultarse en el Panteon. En consecuencia, los que lo solicitaren incurrirán en la multa de quinientos pesos aplicados para los fondos del mismo Panteon; cuya pena se ejecutará por el juez o autoridad ante quien se pidiere la gracia, el cual no podrá dictar otra providencia que la de ejecucion de la multa espresada. Insértese en la Gaceta ministerial. Palacio directorial de Santiago de Chile, noviembre 22 de mil ochocientos veintiuno.-O'HIGGINS.- Echeverría.»

Esta disposicion se cumplió con toda exactitud. El cementerio de Santiago se inaguró definitivamente el 10 de diciembre de 1821; i desde el primer dia recibió los cadáveres de todas las personas que morian en la ciudad. Nadie se atrevió a pedir esencion de la lei jeneral, porque todo el mundo comprendia perfectamente que no solo no obtendria lo que se solicitaba, sino que el solo hecho de dirijir una peticion en este sentido seria castigado con una fuerte multa. Pero la ignorancia i la supersticion no se dieron por vencidos. La creacion del cementerio acarreó a O'Higgins mas enemigos que las medidas mas represivas de su gobierno. En las tertulias i en los corrillos se hablaba contra esta institucion con un obstinado encarnizamiento. Inventáronse mil patrañas para desprestijiarla i para anularla. Díjose que el importe de un entierro se habia doblado o cuadruplicado despues de la creacion del cementerio. Contábase que este establecimiento era invadido frecuentemente, de dia i de noche, por perros hambrientos que desenterraban los cadáveres para hartarse de carne humana. Estos i muchos otros rumores análogos que se hacian circular artificiosamente, carecian de todo fundamento; pero el primer protector del cementerio, el célebre patriota con Francisco Antonio Pérez García, se vió forzado a publicar en 20 de marzo de 1822 un estenso manifiesto para desmentir esas imputaciones. A pesar de esto, sin la actitud resuelta i decidida del director O'Higgins, el cementerio de Santiago habria tenido que desaparecer a los pocos meses de abierto.

Antes de dos años, la opinion comenzó a modificarse. El público pudo ver que las iglesias no eran ya el foco de pestilencia i

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de contajio que comprometia la salud de los que las frecuentaban. El gobierno del jeneral Freire pudo adelantar la ejecucion completa de la reforma iniciada por O'Higgins, sin hallar las resistencias que éste habia tenido que vencer. El 21 de julio de 1823 el director Freire i su ministro de gobierno don Mariano Egaña, dictaban un decreto segun el cual, desde el primero de noviembre siguiente, no podria sepultarse cadáver alguno en los templos o en otro lugar cualquiera dentro de las poblaciones. «Los párrocos, prelados, ecónomos, o encargados del templo o lugar en que, contra la prevencion del artículo anterior, se sepultaren cadáveres, dice ese decrcto, son responsables i serán suspensos de sus destinos.» Mandábase igualmente ahí que en toda ciudad o villa se fundara un cementerio fuera del recinto de la poblacion; i en efecto, pocos meses despues comenzó a planterse esta reforma en casi todos los pueblos de la república.

Las disposiciones dictadas por esos primeros gobiernos han sido modificadas o reglamentadas en sus detalles por decretos posteriores; pero la esencia de ellas se conserva i se respeta todavía puntualmente. Solo dos escepciones se han hecho al decreto supremo del director O'Higgins, i esos tienen su orijen en dos mandatos emanados del rei de España. Por real órden del 6 de octubre de 1806, Cárlos IV habia dispuesto que a pesar del establecimiento de cementerios, los obispos fuesen enterrados en las iglesias. Por otra cédula de 19 de abril de 1818, Fernando VII mandó que todos los cadáveres de las relijiosas profesas de los conventos, recibieran sepultura eclesiástica dentro de su misma clausura. Así, pues, estas dos escepciones tienen su orijen en dos leyes españolas.

Al reunir en este artículo las disposiciones legales que en Chile reglamentaron durante cerca de tres siglos la sepultacion de los cadáveres, i al agrupar algunas noticias acerca de las viejas costumbres sobre entierros i funerales, no hemos pretendido haber agotado la materia, sino solo dar a conocer algunos hechos curiosos i facilitar el trabajo de los futuros historiadores de nuestras instituciones sociales. Al hacer esto creemos tambien haber salvado del olvido i quizá de su completa destruccion, ciertos documentos que habiamos podido descubrir en nuestras investigaciones históricas.

DIEGO BARROS ARANA.

́ M. LITTRÉ (1).

¿Cuántos epigramas no han perseguido a este lejendario Diccionario de la Academia Francesa, que marcha lentamente, como un carro atascado, i al cual se unce, sin embargo, una comision de eruditos i de hombres ilustres? Estos trabajan cuanto pueden; pero siguen de demasiado cerca la regla del proverbio italiano: Chi va piano va sano. La comision del Diccionario llega aun al pianissimo. Sin embargo, ya ha pasado la letra F. Pero mientras que la Academia trabaja aun, uno de sus miembros, i de los incorporados mas recientemente, él solo, después de dos años, ya ha acabado la obra entera de los cuarenta; i el Diccionario de la lengua francesa de M. Littré, es uno de esos monumentos que hacen honor al mismo tiempo a un hombre i a una nacion.

M. Littré es, con M. Barthélemy Hauréau, M. Alfredo Maury i tres o cuatro mas, un sabio como ya no se encuentran muchos, como existian en el siglo XVI, uno de aquellos doctos pensadores cuya raza parece estinguirse dia a dia. La Alemania, tan orgullosa de su ciencia, no tiene un filólogo comparable al autor de tantos trabajos interesantes i profundos. Nos agrada detenernos en presencia de un hombre tal, que con todas las comprensiones del presente, todas las adivinaciones del porvenir, guarda la actitud correcta de un erudito de otro tiempo.

(1) En el número anterior de esta Revista publicamos un retrato literario de M. Littré, estractado de un libro anónimo recien publicado en Paris. El cuadro trazado por M. Claretie, que traducimos de un libro reciente, i por esto mismo desconocido en nuestro pais, completa la caracterizacion literaria i moral del eminente sabio,

Hoi, por otra parte, no es grande hazaña proclamar el mérito de M. Littré. En la actualidad es popular. Cuando doce años antes Sainte-Beuve consagró tres o cuatro de sus Lunes a la fisonomía literaria de M. Littré, semejante estudio tenia alguna novedad i algun mérito. Nos encontramos obligados a contentarnos con venir simplemente a constatar la victoria, i vamos a recurrir a este estudio de Sainte-Beuve, que era en 1863 como un boletin de batalla.

La lucha se habia trabado, en efecto, en la Academia Francesa, entre el clericalismo i el liberalismo, i éste habia sido, un momento, vencido por aquel. La mala acojida hecha a cierta candidatura académica de M. Littré, habia irritado al crítico del Lúnes; i Sainte-Beuve defendia, en M. Littré, el libre pensamiento entero. En el dia, lo repito, la puerta está forzada; M. Littré es académico; i si el combate dura siempre entre el espíritu de exámen i el clericalismo, por lo ménos M. Littré ha triunfado personalmente.

Maximiliano Pablo Emilio Littré cumplió setenta i cuatro años el 1.o de febrero de 1875. Se puede afirmar que hace setenta años por lo menos que él trabaja. Parisiense, hijo de un padre admirable i valiente, que, voluntario de la República, sarjento mayor en la artillería de marina, habia llegado a ser jefe de oficina de la direccion jeneral de las contribuciones indirectas, Emilio Littré habia aprendido desde temprano la regla de toda existencia: el deber. Instalado en el núm. 3 de la calle des Maçons-Sorbonnes, M. Littré, el padre, reunia a veces, los dias de descanso, a los camaradas de sus dos hijos (Emilio, el mayor, el sabio, i Bartolomé), i allí, delante de esos jóvenes que se apellidaban Burnouf i Hachette, repetia amenudo estas soberbias palabras: «A veces he carecido de pan, i sin embargo he sabido educaros.»

La madre, digna compañera de este espartano, era una protestante severa i creyente, medio parienta de Boissy d'Anglas, «un alma romana, ha dicho Sainte-Beuve.

M. Littré fué desde temprano un niño pensativo i resuelto. Alumno del liceo Luis el Grande, su nombre se distinguió en los concursos. A los veintidos años sabia no solo lo que la Universidad enseña, sino lo que dan el amor absoluto de la erudicion i la sed de conocer: el aleman, el inglés, el italiano, el griego, i mejor que todo esto, el sanscrito, que el sabio Eujenio Burnouf le enseñaba, a él i a M. Barthélemy Saint-Hilaire. M. Littré queria entónces ser médico. Para vivir, i estudiando siempre el cuerpo hu

mano, sus males i sus maravillas, daba lecciones de latin, hacia pasos i sustentaba así a su madre. Ya no tenia mas que a ésta. Su padre habia muerto.

Tallado en la madera mas vigorosa, sólida i fuerte, M. Littré usaba su poder muscular trasformándolo en poder cerebral. Austero sin doblez, tímido sin debilidad, pero de tal naturaleza, que oculta bajo su modestia real una pasion profunda por la libertad, fué de aquellos jóvenes cuyo corazon se sobrecojió con la lectura de las ordenanzas de Cárlos X, i tomó el fusil en julio de 1830.

Uno no puede imajinarse a este hombre de estudio i de paciencia combatiendo en el Louvre contra las guardias suizas del rei. Sainte-Beuve nos lo muestra, sin embargo, revestido del uniforme glorioso de la guardia nacional, i cubierto además con un sombrero redondo. Así preparado, M. Littré despedazó el cartucho i dió fuego. A su lado cayó, herido de muerte, uno de las mas nobles espíritus de la jeneracion de 1830, una especie de estoico suave i encantador, Jorje Farcy, que habria aumentado, de seguro, la gloria de nuestro pais.

¡Si Farcy, siempre he deseado conocerte! ha dicho Brizeux. M. Hachette hizo trasportar a casa de M. Littré el cuerpo ensangrentado de Farcy, recostado en un postigo de la tienda de un mercader de vino, a manera de angarillas. I el héroe murió allí, radiante i creyendo firmemente que para siempre se habia dado la libertad a Francia.

M. Littré, que sobrevivió, pudo jai! ver lo contrario. Pero abandonó la resistencia armada, i se entregó con teson al estudio. Entrado al Nacional, escribió al lado de Carrel, cuyas obras completas debia publicar un dia. Tradujo a Hipócrates, i su trabajo sobre las doctrinas del médico de Cos ha quedado, a pesar de sus vacíos, como una obra definitiva. Verdadero sabio de la edadmedia, que vive encerrado, acompañado únicamente de los hombres ilustres que le han precedido, M. Littré pasaba de Hipócrates al naturalista Plinio, i de la antigua Grecia a la jóven Alemania, abandonando a Sócrates o a Celso por el doctor Strauss. Fué el traductor de la Vida de Jesus. Enteramente dedicado a su obra, cavando el surco con la paciencia inmutable del labrador, M. Littré veia así sucederse las revoluciones, sin cesar, ni aun un momento, de ser el laborioso i luminoso traductor del pasado, enteramente preocupado del porvenir. Después de febrero de 1848, no aceptó otro puesto que el de consejero municipal. Su honroso ho

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