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Pizarrro era apegado á guardar el dinero. Por esto dejó fama de avaro. Pero no se cita ninguna exacción ni rapiña suya con abuso de su autoridad. Solo sí, se cuenta, que la vispera de su cumple-años solía ir de confitería en alojería por la plaza, saludando afablemente á las tenderas y avisándolas que al siguiente día él celebraría su natalicio.

exacto según el recuerdo que conservo del que teníamos

en casa.>

También me decía aquel señor en su carta:

<<Ante todo quiero hacer una rectificacion. Si mal no recuerdo, en los Apuntes que escribí para Ud., dije que mi señora Madre fué hija natural del Presidente Pizarro, Muerta ella, y sin poder aclarar la duda que me asaltó, estampé tal calificativo, fundado en una espresion mal interpretada que recordaba encontrarse en la carta dotal de la espresada mi señora Madre, y en el hecho de haber vendido mi tio D. Rafael la casa y hacienda de mi abuelo sin darle participacion à aquélla; no obstante, éste en algunas cartas á aquélla le hablaba de «nuestra madre.> Lo que me hizo concluir que los dos serian hijos naturales, mucho mas cuando yo no tenia memoria de cómo y cuándo hubiese muerto la esposa de mi abuelo. Con la noticia que da Ud. en la Biblioteca Boliviana (nún. 3527) he venido a comprenderlo todo; mil veces la oí a mi recordada Madre llamarse María Ana Pizarro de Saldua y Gamboa, y siempre se daba ella por hija legítima. Fue, pues, en mí una lijereza el dar solo asenso á mi duda personal.>

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Dejó algunos bienes de fortuna, que vino más tarde á recoger un hijo suyo. Tenía en Mojotoro una finca llamada la «Media Luna, donde después de su caída solía pasar tranquilo algunas temporadas. Era dueño de la casa que es hoy de don Juan José Corral, calle arriba de la Merced. En cuanto á sus otros bienes en dinero y alhajas, sirvieron para llenar los maletones de los porteños, quienes eran inuy rapaces y codiciosos.

¡Qué porteños aquéllos! Nada respetaban. Si sabían que un realista había depositado chafalonía, alhajas ó dinero en un convento ó monasterio, forzaban sin miramiento las puertas del claustro; y no se contentaban con llevarse lo que buscaban, sino que ponían mano sobre lo que de paso pescaban en el convento. No era raro verles abrir los baúles en medio de la calle, para llenarse cuanto antes los bolsillos. ¡Tanta era su codicia! (2).

Pizarro se esmeró en adelantar y embellecer la ciudad. El hizo el Prado, varios puentes, las dos pirámides etc. Eulosó muchas aceras y em

(2) Véase la Adición Segunda.

pedró varias calles. ¿Cuándo no estaba en obra y dirigiendo él en persona los trabajos?

-¿A qué huelen, amigo, estos obeliscos? solía decir á cualquiera que pasaba por junto á los de San Juan de Dios y del Prado.-«Huelen á levadura,» respondía él mismo, aludiendo á las multas de panaderos, solamente con las cuales había logrado llevar á cabo dichos monumentos.

Cuando Pizarro pudo recuperar su puesto se negó á ello para permanecer tranquilo en su casa. «Ya estoy viejo para pensar en volverme á mi tierra. Me quedaré aquí no más á dejar mis restos en esta capital de los Charcas, cuyos adelantos he promovido y á la cual he consagrado mis afecciones de la vejez,» solía decir. Murió efectivamente en Chuquisaca por los años de 1815 ó 1816, y sus restos reposan en honrosa sepultura en el panteón subterráneo de los padres felipenses. La madre de los Taborga, honorable familia de Sucre, era hija del Presidente Pizarrro.

y

Los días de asistencia, en las visitas de etiqueta

al ir de paseo al Prado los domingos, Pizarro, al uso de los Presidentes de Charcas, se hacía preceder de dos alguaciles ó lictores en traje talar

y con golilla, llevando altas varas en señal de autoridad y mando. Solía también salir en calesa. Pero la calesa la usaban más á menudo los oidores, que eran muy orgullosos y se daban un tono de grandes señores. Cuando ellos salían á pie se hacían igualmente preceder por un alguacil. Generalmente los negros esclavos tiraban las calesas de sus amos en Chuquisaca, y servían además á la mesa y para los mandados. Los canónigos, cuando llovía ó en las festividades, iban á la Catedral en calesa.

Los revolucionarios del año 9 trataron con indiguo rigor al Presidente Pizarro. Los Zudáñez, que eran tan díscolos como perversos, dirigían entonces la plebe. No se consintió que se introdujeran colchón ni cobijas para que pasara Pizarro la noche en un cuarto de la Universidad. Por fin, unos soldados lograron pasarle unos pellejos para que se abrigase esa noche. Trato no menos cruel le dieron los porteños para sacarle dinero. Lo encerraron como á bestia en un corral inmundo. De aquí la tradición de que Pizarro escondió algunos tesoros, que más tarde han sido hallados por otros.

Las multas impuestas por Pizarro á los panaderos, dispuestos siempre á abusar en razón del monopolio y la carestía, fueron tan eficaces á principios del siglo, que merced á ellas no pereció Chuquisaca de hambre, cual hubo de acontecer con Potosí. En esta ocasión el anciano Presidente desplegó una actividad, un celo y valor á toda prueba.

Cuando Nieto se acercaba á Chuquisaca en actitud amenazante, el miedo de los oidores, capitulares y revolucionarios fue grande. Entonces se vio que todos ellos competían en dar satisfacciones al pobre Pizarro, á quien sacaron de su prisión tres días antes de la llegada de Nieto. El antiguo Presidente se había dejado crecer la barba, la cual le daba un aspecto tanto más venerable, cuanto el uso invariable entonces era no dejarse pelo de barba ni bigote. Él contestaba: «Esta barba ha de salir con honor,» á los que le decían que se afeitase.

Y en efecto, tan luego como Nieto llegó á Chuquisaca, se apresuró á colmar de agasajos y distinciones á Pizarro. Todas sus medidas importaban en favor de éste una satisfacción espléndida.

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