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de. En el salón mayor de grados de la Universidad y en el patio y galerías que formaban su vestíbulo, acaso también en la antesala siempre llena de estudiantes forasteros de la Academia Carolina, las disputas sobre el estado actual de las relaciones jurídicas de las colonias con la metrópoli se prolongaron sin género de duda hasta el 19. En este día se cerró el acta del claustro pleno, á lo que dicen con unas noventa firmas (1). Había ocurrido en aquellos debates un curioso incidente.

Por medio de ciertos doctores eclesiásticos, que tenían asiento en el claustro de la Universidad, el arzobispo Moxó pretendió destruír con la cita de una ley la menor del silogismo, la premisa sobre la caducidad total de la dinastía borbónica española. Doña Carlota fundaba sus pretensiones en que ella había escapado de esa ruina. Mandó el arzobispo afirmar terminantemente en pleno claustro lo que sigue: por pragmática sanción de

(1) El tanto simple que de este rarísimo documento he tenido á la vista en el Museo Británico, Londres, no contiene nómina de firmas. Véase la página 311 de la obra precitada.

1789 Carlos IV había venido en derogar el auto acordado de Felipe V que excluyera del trono á las hembras. No fue poca la sorpresa. Los doctores némine discrepante habían estado conformes en rechazar las pretensiones de la princesa del Brasil. Habiendo resultado inútil el rebusco de la pragmática en los autores, los universitarios negaron categóricamente la existencia de esa soberana declaración.

Moxó no podía exhibirla. Insistió, sobre su palabra, en la verdad del hecho, alegando que así la existencia como los términos de la pragmática permanecían secretos.

Dentro del claustro fueron rechazadas, con vertical aplomo, no solamente las actuales pretensiones sino también cualesquiera espectativas de doña Carlota al trono de España é Indias. Con su intento el arzobispo no había sacado sino el corroborar el aserto del vulgo, sobre que también el prelado era uno de los prepotentes que iban á entregar el Alto Perú á los portugueses de la corte del Brasil.

El pueblo se afirmó en esta creencia cuando, promediado Marzo, el presidente Pizarro, en

obedecimiento de una orden del virrey Liniers, hizo traer á la sala de su despacho el acta universitaria, y ante escribano testó en ella todo lo que su juicio encontraba ser irrespetuoso á la infanta española.

Es lo cierto que Moxó, muy de la corte de la reina María Luisa en España, era poseedor de todo un secreto de Estado. Con la publicación solemne de la pragmática en 1830, se vino á saber que había él estado en lo cierto sustentando, veinte años atrás, que la infanta doña Carlota, princesa del Brasil, era coronable en España é Indias.

Afuera del claustro, conforme á los fines de los doctores radicales, quedó en pie como hecho cierto la premisa menor sobre la extinción, por obra propia y ajena, de la dinastía borbónica de España (1). Sobre esta base pendiente aun de

(1) El virrey había dado vado en su vastísimo distrito á los manifiestos portugueses, destinados á las diversas autoridades. El público representante de los derechos de Fernando VII, enviado de la junta de Sevilla, Goyeneche, había traído para el arzobispo una carta autógrafa de la infanta española y princesa del Brasil; había puesto en manos del presidente el oficio de la cancillería portuguesa remisivo de los manifiestos carlotinos. El pueblo se

una guerra, base derrocable por hechos ulteriores, y con todo y por lo mismo de ser malas para la empresa las últimas noticias de la metrópoli, aquellos políticos asentaron á firme su falacia revolucionaria, la falacia que un año más tarde

dijo: luego Liniers, Goyeneche, Pizarro y Moxó están trabajando en el Alto Perú por los planes de la Carlota. Como Goyeneche venía llegando de la península, los doctores hubieron de pensar, aun sin creer en la realidad de una conspiración, que si dichos señores no rechazaban la empresa Carlotina, antes bien la secundaban, cual estuvo á la vista, era por su temor fundadísimo, acaso seguridad, sugeridos por Goyeneche, sobre la pérdida de los borbones españoles y éxito francés de la guerra en la península. Los doctores debieron de haber sacado ventaja de estos hechos y raciocinios en sostén de la premisa de caducidad entre los fieles y los tímidos. El mismo día en que se cerraban las disputas del claustro pleno, el 19 de Enero, la Audiencia expidió reales provisiones para los prelados, ayuntamientos, cabildos eclesiásticos, gobernadores intendentes y otras autoridades del distrito, á efecto de que, en vista de haberse propagado los manifiestos de la corte lusitana del Brasil, se hiciese entrega de esas piezas subversivas, en sus originales, al tribunal de la Audiencia, con noticia documentada de lo que se hubiese actuado con ocasión de su recibo. El alarma en todo el país fue inmensa. Se hizo notoria desde este instante la coalición de los oidores y los doctores para el movimiento del 25 de Mayo.

emplearán en su sentir á la segura-las otras colonias: proclamar por su rey y único señor natural á Fernando VII para hacer tras de este nombre la independencia del país.

Días antes del claustro universitario había sido jurada en Chuquisaca (Enero 9) la Junta Central. Es indudable que, so pretexto de rebatir las pretensiones eventuales de doña Carlota, supieron los doctores adaptar á aquella gran novedad la forma del silogismo. Paréceme que el discurso de su argumentación probatoria estuvo de preferencia enderezado contra ese gobierno que se decía soberano de España é Indias. Todos saben que era la Junta Central un agregado compendioso de miembros de aquellas peninsulares juntas provinciales que al formarse se habían declarado supremas. Saben también que no integraban dicho gobierno colectivo delegados que represen. tasen análoga asunción americana de la soberanía. Por eso no es antojadizo sino lógico suponer, dada la precisión de sus ideas, que los doctores radicales argumentaban ante sus colegas fieles á la metrópoli ó tímidos así:

«Los americanos somos vasallos de Fernando

B. Y P.-T. II.

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