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calesco de la Concordia Española y Americana. Hoy, aunque hasta aquí olvidado ó ignorado, no cabe duda que fue un originario y genuino precursor de la independencia del Perú.

¡Cómo no había de caer en comiso el discurso sobre los empleos de América para los americanos, si uno de los autores memorables de la revolución de La Paz (Julio 16 de 1809), el cura D. José Antonio, encarcelado por eso en 1811 en Lima, como se ha dicho, había sido hacia 1804 compañero en las aulas y correligionario de ALVAREZ en Chuquisaca! Don Benjamín Vicuña Mackenna, en su libro sobre la Revolución de la Independencia del Perú desde 1809, da noticias del contagio que ALVAREZ trajo á Lima, no menos que de ciertos particulares referentes á las relaciones de dicho ALVAREZ con aquel gran patriota. Sabido es que don Benjamín escribía entonces, año 1860, al dictado y con los papeles de los ancianos de la capital que habían sido actores ó testigos de los sucesos.

1903

INFORMACIONES VERBALES

SOBRE LOS SUCESOS DE 1809 EN CHUQUISACA

Mientras todos divagábamos á porfía anhelando recorrer con alborozo las brillantes ciudades de la Europa moderna, un apacible y meditabundo condiscípulo de la Universidad, que había aprendido la paleografía castellana del siglo XVI tan sólo por interpretar de afición el Libro Becerro del cabildo de Santiago, nos decía que él por su parte era un soñador de más subida calidad que todos nosotros juntos; pues antojábasele á menudo viajar al través de lo pasado, que era sin disputa una quimera menos trivial. Descendiendo la pendiente de los años ya trascurridos, él iba á parar en una región silenciosa y magnf. fica, la de las realidades evocadas, donde las cosas se presentan revestidas con el doble encanto que

de suyo envuelve el contraste de estas dos ideas: la actual contemplación de lo que fue.

Todos reían agradablemente con estos anticipados goces de anticuario y estos fantaseos prepósteros. El compañero era declarado, para en adelante, un esforzadísimo visitador de ruinas. y restaurador de todos los vestigios que diesen pábulo á sus instintos retrospectivos.

Pero eso era poco para él.

Con toda ingenuidad decía que, si le dieran á escoger, él desecharía á París con su esplendor y sus delicias á trueque de despertar en plena colo. nia chilena, madrugar á misa, estudiar el Angélico Doctor en latín manuscrito y sesteando en los peldaños de una escalera conventual, puchero al medio día á puerta cerrada, en mangas de camisa volantín por la tarde, escuela de Cristo al anochecer, sueño profundo al primer redoble de ocho y media en el cuartel de la guarnición.

Como la sorna le rodease al punto de todos lados del corrillo, disfrazándose á veces nuestras bromas con el traje de enérgicas objeciones contra el régimen colonial, en nombre de los dogmas democráticos y republicanos y del progreso

moderno, él se confesaba entonces grande aficionado á los errores con tal que fuesen patriarcales y vecinos de esa «amable sencillez del mundo naciente, de que habla con delicadeza y gracia Fenelón.

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Sea lo que fuere de la excentricidad de sus gustos, es lo cierto que en los cuadros que con somera erudición y ameno colorido nos trazaba este fiel descendiente de la patria colonial, había algo de esas fantasmagorías nostálgicas del desterrado ó del peregrino, que suelen degenerar en verdadera pasión de ánimo, según dictamen de ciertos doctores.

La ubicuidad de espíritu de nuestro soñador, al prestar vida nueva á solariegas crónicas, era tan ingeniosa en su embeleso, que más de una vez se brindaba á consideraciones no escasas de interés.

¡Qué de impresiones, cuántos sentimientos y matices de sentimiento, que ya no son y de que está hoy desheredada esta naturaleza humana, á la cual no obstante siempre se la pinta en la integridad activa de su rico patrimonio! Sin ir más lejos, ¿qué se hizo aquel estremecimiento

con hormigueo suavísimo, de los antepasados, cuando estaban al habla familiar del excelentí simo gobernador y capitán general de Chile? ¿No está perdida sin remedio esa veneración estática, que como fragancia de nardo, esparcía entre los circunstantes, hasta catorce varas á la redonda, su ilustrísima el obispo de Santiago?

En el orden moral é intelectual nuestro repas. tado compañero era un eximio gustador de lo rancio esquisito. Considerados los tiempos, más que el más elocuente discurso del Congreso, valía á su juicio y en fina psicología la sapientíșima charla del reverendo padre maestro, amigo predilecto de la casa y de sus buenos bocados, confesor de las niñas y nato consejero de la familia.

Aquello de casarse cuando y con quien la merced de su señor padre á uno se lo mandase, á fin de procrear hijos para el cielo y para defensa del rey y de la santa fe católica en la tierra, tenía en sentir de nuestro amigo encantos indecibles.

Y luego venían en carabana pintoresca esa dulce austeridad del hogar, el compadrazgo íntimo y sabroso del barrio, el espíritu servicial y desinteresado de todos los amigos, la inexperien

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