I hasta he purificado mi conciencia En la santa pureza Que daba con la luz de los amores Para un corazon como está el mio. Se consume sin fruto en el desierto. ¡Oh! Vírjenes amantes, creaciones Si os he agostado dulces ilusiones Con el amor ideal que habreis soñado, Perdonadme el amor que os he pedido, El anjélico amor que me habeis dado. XIV ¡Mis recuerdos queridos! Mi corazon que hoi vive sin latidos XV Oh! madre, madre mia, Véme volver a tí desalentado, Como el dios adorado Mi alma que tan pronto abandonaste I ya cruzan arrugas por mi frente. Mas sabe, madre, sabe Que aun en mi corazon queda algo santo; Las tinieblas de mi alma Cual lámpara que alumbra una ruina, Es tu nombre adorado, madre mia. DON PEDRO OLEGARIO SANCHEZ Le conocí allá en la rejion del norte, donde el sol fermenta con su calor los jérmenes de las riquezas de las pampas. Al pié de las dos inmensidades que compiten con cielo, el mar i el desierto, cerca de las cordilleras cuajadas de tesoros, pude admirar la vivacidad de su in jenio i de su palabra, contemplando los horizontes i los panoramas que me describia. Me pintaba, con fantasia maravillosa i risueña, encontrando encantos deslumbradores en sus ensueños, las bellezas de las zonas australes, donde naciera, i las solemnes soledades de los llanos i las sierras que ha ido a poblar el esforzado obrero chileno para arrancarle sus escondidas pastas valiosas i codiciadas por el mundo. La primera huella del lonjitudinal, me decia con entusiasmo de profeta, que va a cruzar los desiertos, la trazó la pesada carreta que trasportaba los minerales de las montañas a las playas, para ser conducidos a los mercados mundiales. Faros que guiaban a los navegantes, en las calladas i oscuras noches del mar Pacífico, fueron, añadia sonriente, los rojos hornos de la costa que hervian en sus bóvedas de ladrillos los metales de las sierras. Allí el poeta del esfuerzo i de la vida intensa se esbozaba así mismo, como el bardo de California, Joaquin Miller, cuando çantaba las arenas de oro de las llanuras de Sacramento i los montes rocallosos, definiendo la naturaleza agreste de aquellos parajes rescatados al olvido i a la soledad por el formidable brazo del obrero chileno. Ese es el pensador i el artista, Pedro Olegario Sánchez, isleño de orijen i educador de vocacion que dirije el destino de los niños en el rectorado del Liceo de Antofagasta. Su pluma de escritor ha forjado libros de brillan tes Notas i Perfiles, que ha donado a la Sociedad Protectora de la Infancia de Valparaiso, obedeciendo los delicados impulsos de su espíritu altruista. Nació en Chiloé, en 1851, i despues de estudios rápidos i distinguidos, se graduó doctor en medicina. Fundado el Liceo de Antofagasta, se le nombró rector de ese establecimiento que ha formado numerosos i notables alumnos, que hoi ejercen la injeniería o la abogacía, la medicina o las artes, las industrias o el comercio. Pero su rasgo sobresaliente, es el de escritor, de artista de la forma i de la idea, de poeta de la belleza, de filósofo del esfuerzo humano. Los blancos hilos de plata que coronan su frente han nacido al calor del pensamiento i la meditacion bajo los rigores de aquel clima degastador de las mayores enerjías. Tiene la palabra fácil, culta, ilustrada i vivaz, del pensador adiestrado en el ejercicio del pensamiento en |