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Formado en los halagos de la opulencia, porque nació vástago de millonarios, labró su carácter en el estudio i en la carrera militar desde su mas temprana juventud. Nacido en Coquimbo, en el seno del hogar de don Vicente Subercaseaux Mercado i la señora Loreto Latorre, se incorporó a la Escuela Militar en 1865 en el grado de alférez. Concurrió a las campañas del Pacífico, en la guerra contra España i el Perú, (1865-1879) alcanzando hasta el grado de coronel de guardias nacionales. Perteneció al rejimiento Cazadores del Desierto i fué comandante del Batallon Limache.

A su regreso de la campaña de Lima, despues de las batallas de Chorrillos i Miraflores, tomó participacion principal en la campaña de pacificacion de Villa Rica, en el puesto de ayudante de campo del jeneral Urrutia. Periodista primero, en La Patria, El Mercurio, La Lectura, El Independiente i El Nuevo Ferrocarril, publicó una serie de hermosos libros que acentuaron su gloria literaria: Mariposas, coleccion de poesias; Romances, leyendas nativas, i La Campaña de Villa Rica, descripciones de la Araucania; Valentina, comedia; La Camelia Blanca, novela i El Ultimo Dia de Lautaro, poema.

Su vida de guerrero i de intelectual le arrancó un bello artículo al esclarecido crítico chileno Rómulo Mandiola, con el título de Poeta i Soldado, en el que elojiaba al joven adalid de la pluma i de la espada, en sus faces de artista i de militar.

Ha sido funcionario público, en el puesto de Gobernador de Limache, i soldado de la Constitucion, en 1891, en defensa de las leyes i del principio de autoridad, batiéndose por la causa del Presidente Balmaceda en Concon i Placilla. Su delicada pluma de poeta i de cuentista, le conquistó honrosos juicios literarios de Isidoro Errázuriz i de Vicuña Mackenna, los dos mas brillantes escritores de su tiempo en nuestro pais. Don Benjamin Vicuña Mackenna, refiriéndose a su canto al Palmar de Cocalan, decia en un brillante artículo suyo: «Subercaseaux Latorre ha cantado al Palmar de Cocalan con el estro de Heredia, el inspirado cantor de los palmares de Cuba».

En el Palmar

I

¡Salud, arpas del bosque, bellísimas palmeras, Que miro aquí formando fantástico verjel,

Pensar quiero á la sombra de vuestras cabelleras En tanto bufa ardiente paciendo mi corcel!

II

¡Es todo aquí grandioso de cuanto me rodea! ¡En éxtasis sublime se arroba el corazon! Abránzale candentes los rayos de la idea I brota de sus fibras fogosa inspiración! De templos derrüidos columnas colosales, Burlando de los siglos el májico poder, Alzados monumentos por jenios eternales, Semejan las palmeras que vénse por do quier. ¡La noche de los tiempos su manto de tinieblas Sobre estos atalayas jamás estenderá! ¡Cómo esa cordillera, perdida entre las nieblas, Inmóvil en sus bases por siempre quedará! Emblema de lo eterno, palmeras seculares, ¿Qué ser tan poderoso tan larga vida os dió? ¿De extintas creaciones sois rústicos pilares? ¿Qué mano de jigante, decid, os fabricó? Testigos silenciosos de mil lejanos siglos, De un mundo de misterios sois muda encarnación! ¡Hablad! que de la duda los hórridos vestiglos Crüeles me atormentan, turbando la razón!

....

En vano ardiente lucho, perdido en los mirajes
Oscuros del pasado, con bárbara inquietud......
¡Ah! mudas permanecen, rizando sus follajes,
Que imitan con sus ecos los sones del laud!
Estraños pensamientos se agolpan a la mente,
Ante esos pardos troncos que vieran otra edad;
I el alma enajenada se eleva reverente,
Mirando aquí del bosque la augusta majestad!

III

El ruido misterioso que parte de las frondas, Torrentes de armonías vertiendo sin cesar, Fantástico remeda de las inquietas ondas, En torno de las rocas, el suave mumurar. ¡Qué vasto panorama, qué cielo tan sereno! Su esfera cristalina no empaña un arrebol; De aromas deliciosos respira el bosque lleno; Tranquilo allá en el monte dormir parece el sol. Allí la mansa fuente, de las arenas de oro Que mil lozanas flores reflejan en su cristal, Desata sus raudales en grato i dulce coro, Formando con las aves arpejio celestial. Del cándido cordero que vaga por las zarzas, Resuenan los balidos, del bosque allá en el fin..... I vuelan azoradas las tórtolas i garzas, Sintiendo los ladridos de intrépido mastín. Del potro que salvaje va en pos de la manada Escúchase no léjos el claro relinchar...... I cruza ante mi vista, la crin desparramada, Tronchando con el lomo las ramas al pasar.........

IV

En medio de esta selva, santuario de bellezas, El alma en sus encantos, olvida su dolor; Del mundo aquí no llegan las míseras flaquezas, Serpientes engañosas, la envidia i el rencor! De innúmeras pasiones plagada está la vida, Sus májicos colores les presta la ilusión; I en brazos de la dicha vagando adormecida, El alma presurosa vá tras su perdición! I cuando lenta cae la nieve de los años,

Viniendo de esas dichas el velo á levantar,
El hombre bajo el peso de rudos desengaños.
Eternamente llora su necia ceguedad!!

V

Adios, arpas del bosque, bellísimas palmeras
Que miro aquí formando fantástico verjel;
Dichoso respiraba so vuestras cabelleras
En tanto que pacía gallardo mi corcel!
Si bajo vuestras bellas coronas de esmeralda
En mi última jornada del valle del dolor,
Buscara yo el reposo, la fúnebre guirnalda
Sereis en el sepúlcro del pobre Trovador.

DON LUIS FELIPE PUELMA

La conquista del bien i del progreso, que es la encarnacion del esfuerzo humano, se ha alcanzado por el afan del corazon i el ideal del trabajo. Sin estos atributos del alma del hombre, que constituyen los fundamentos de la civilizacion universal, el mundo habria sido el asiento eterno de la barbarie. Por esto que Carlos DicKens ha afirmado que el mundo marcha impulsado por el amor.

A este rol de sentimientos i de iniciativa individual i característica pertenece el pensador i el filantropo don Luis Felipe Puelma, impulsador de las industrias del desierto de Atacama i de la caridad en el seno de la infancia desheredada en Valparaiso.

Fué de los primeros en esplorar i fomentar el litoral del norte, descubriendo, en la noble compañia del acaudalado industrial don José Santos Ossa, los valiosos yacimientos de nitratos del Salar del Carmen i Aguas Blancas, cuando era un páramo desolado i sin habitan

tes.

Contribuyó, con sus esfuerzos propios, al desarrollo de las riquezas industriales i a la fundacion de la ciudad de Antofagasta, de la que fué uno de sus

primeros

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