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-¿Has estado en casa de misiá Marta?-preguntó Juan.

-Hoi, no; pero ayer estuve allá, í me dijo la señorita que quería salir en la chalupa.

Juan pareció estremecerse, á hundió con fuerza su codo en la arena.

Quince i catorce años tendrian de edad los muchachos. Ambos hijos de dos criados de la casa de Marta. Desde la infancia habian pasado juntos, reunidos en los mismos juegos, en las correrias por la costa cuando a pie desnudo vagaban por sobre las arenas caldeadas por el sol, durante todo un dia, mojados por las olas, a veces tendidos sobre las peñas cercanas, jugando inconscientes con las algas, vueltos de cara al cielo i acaso hundidos en un mismo ensueño indefinido i vago, como son los primeros ideales de la infancia. Despues de aquellas horas de silencio junto al mar, cuando entre la mancha lila que se estendia en el cielo veían aparecer la primera estrella, se repetian, descendiendo de su refujio de piedra:

-¿No es cierto que es bueno pasar así?.

**

Regresaban a la casa, al chalet donde servian sus padres, pendiente en una ladera de los cerros de Viña del Mar i cobijado como un nido por enredaderas de suspiros i clemárides. Ahí continuaban la vida juntos, siempre queriéndose, arrullados por una misma brisa, teniendo como para ellos solos aquella blanca vivienda con balcones que miraban al mar, con inmensas piezas que permanecian cerradas todo el invierno, poblándose en el verano. Ya conocian ellos esta época en los trajines de sus padres, en las escobas que barrian los pasadizos, las ventanas que se abrian para dejar que el aire marino de Diciembre ajitara las cortinas i cenefas,

como despertando a aquellos salones de un sueño helado de ocho meses, curioseando el sol i el viento por los resquicios i rincones húmedos de aquella casita de verano vuelta a la vida i a la alegria.

Una tarde, poco después de haber sonado el pitazo de la locomotora i cuando se disponian al paseo de la playa, veian ellos por la calle blanca i terrosa, los trajes claros, el faetón de la casa cargado de personas, que se aproximaba bullicioso, envuelto en nu-bes de polvo.

-Juan.

-Polo.

-Allá vienen los patrones. No ves el «tordillo» i el «alazan» como trotan?

Bajaban ellos también a la terraza, a reunirse a las sirvientes que esperaban con los delantales recoidos como muestra de acatamiento. El patrón, la señora, don Rafaelito i una o dos señoritas que todos. los años se renovaban, parientes de don Elías-que observaban curiosas i encantadas aquella, casita blanca bordada de enredaderas donde pasarian dos meses junto al mar, cerca de las olas, «léjos de aquel Santiago tan aburridor»......

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Una vez en una de aquellas llegadas, venia con la señora otra acompañante: Marta, la hija menor, que hacia un año Juan i Polo vieron mui pequeña,

-Tienen que cuidarla,-les habia dicho la patgona, i los dos muchachos tímidos i huraños la miraban deslumbrados, con su batita celeste que les infundia respeto, haciendo contraste violento con sus trajes de dril sucio, despedazados por las rocas las arenas. No se atrevian a intimar al principio, amedrentados por la mirada de Marta que los examinaba con estrañeza. Pero hacia la noche de aquel. día, en los corredores de la casa, ella les preguntó:

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-¿Saben Uds. jugar?

Se miraron ambos i no respondieron. ¡Jugar! Se referiria ella talvez à los largos paseos por la playa, mariscando, a aquellas siestas pasadas sobre las peñas húmedas donde muchas veces las olas los salpicaban de espumas?... Sonrieron, quedando en silencio.

Díle tú insinuó Juan a Polo que era mayor i mas apropiado para estas diplomacias que aquél juzgaba difíciles.

Al sentir el muchacho que su compañero le instaba a hablar tirándole la manga, respondió; —Sí, jugamos en la playa, todos los dias, con éste...

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Vamos ahora? Yo traje muñecas, i un cordel para saltar.

No se podia entonces. Irián al otro día.

I a la mañana siguiente los tres niños seguidos por el aya de Marta, recorrieron, como antes lo hacian, las mismas peñas favoritas, los escondites donde acechaban a las jaibas; arrancaron puñados de algas i vagaron como locos divirtiéndose con los dibujos que las olas tranquilas esbozaban en la arena. Ya no tuvieron vergüenza ni timidez, i cojían de la mano a la compañera, i sus blusas de dril se confundieron con las blondas i los encajes de la nueva camarada. ¡Cómo se reian ellos de las preguntas de la niña! X

-¿I aquellos pájaros?

-Son gaviotas.

I al verlos ella desvanecerse con vuelo lento en la

lejania del mar, insistia:

-¿Dónde van?..

Nueva risa de los muchachos.

Qué sabian ellos adonde iban las gaviotas..

ANTOLOJIA CHILENA

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Pero la duda del rumbo de las aves, no inquietaba mucho rato a Marta, i volvia a mostrarse alegre, agradecida de sus compañeros que le habian enseñado esos juegos junto al mar, i los queria ya, los empezaba a amar con el corazón que alentaba sus

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Aquel cariño creció, i al verano siguiente, era ella entonces la que proponía los paseos las huídas a la playa.

Al estremecer la primera brisa tibia el toldo que ya se habia desplegado en los balcones del chalet, al encontrar los muchachos en el huerto la primera hoja tostada por el sol de estio i oculta en la enredadera la copa de un suspiro azul, pensaban:

-Ya no tardarán en llegar.

-Misiá Marta vendrá más grande...

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Les inquietaba esa espera, i cuánto regocijo tenian aquellas llegadas en que siempre la niña les reservaba sorpresas. Seiba haciendo mujer, con aquellas maneras, esa gravedad que afectaba a veces, esas gracias espontáneas que Juan i Polo no esplicaban i que eran sencillamente las primeras coqueterías cuya estraña seducción los, desconcertaba.

-Mira. qué grande venia el año pasado.

-Me dió vergüenza jugar con ella, como otras veces. I cuántas cosas sabe..... ¿Te acuerdas de lo que dijo de las gaviotas?... I del mar también... No me acuerdo como fué...

-¿Vendrá este año?

Ambos se preguntaron al mismo tiempo. Después de mirarse como sorprendidos, callaban, espiándose. Cierta solapada rivalidad había nacido entre ellos. Ya sus paseos por la playa no tenían la franqueza espontánea de antes. Sus conversaciones, sus charlas, eran entonces escaramuzas en que los mucha

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chos pretendian descubrirse mutuamente, yendo a caer sus recuerdos en aquella Marta que aparecía en sus playas hacia Enero, como gaviota viajera.

El último verano que estuvo de paseo, la encontraron mucambiada. Qué distintas fueron entonces aquellas correrías por la costa.

Cuando alguno de ellos se quedaba a solas con Marta, callaba, con un silencio obstinado, mirándola, queriendo decirle algo que no podía formular. I ambos en las noches se separaban en acecho de una misma cosa, escondidos bajo los árboles del parque del chalet, mirando el claro reflejo de la luna de la alcoba de ella, en lo alto del torreón i se retiraban con sijilo, llevando todavia en sus ojos la dulce claridad aquella."

De vuelta de sus escondites, se encontraban a veces, sorprendiéndose.

--¿De dónde vienes?-Preguntaba uno de ellos agresivo.

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No se respondian, i marchaban silenciosos, separados, aprovechando un descuido para mirar por última vez el erguido torreon que ya dormia en la sombra. Así pasaban muchas noches, inquietos, avergonzados, uno del otro; pero tenian la gran dicha de contemplar aquella luz que oscilaba allá arriba, arrojando a la muralla una sombra fina i adorada, única recompensa de sus amores de niño, cruelmente silenciosos.

Después de aquellas acechanzas, solian hablar de Rafael, el primo de Marta; i el cariño quebrantado por la rivalidad, volvia a renacer entre ellos. Se aliaban ante el enemigo común que les quitaba a la compañera de la infancia en largos paseos que ellos

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