tuó su personalidad literaria i que lo presenta como el cantor de la estirpe i la naturaleza de su suelo. Habiendo ingresado a la carrera diplomática, en 1902, como segundo secretario de la Legacion de Chile en Francia, permaneció algun tiempo en Europa estudiando los grandes adelantos i escribiendo correspondencias literarias para El Sur, de Concepcion, i El Heraldo, de Valparaiso, describiendo el movimiento jeneral de las naciones del Viejo Mundo. Durante este tiempo publicó, por la Casa Editora de Garnier Hnos, de Paris, su bella coleccion de poesias con el título de Del Mar a la Montaña. Este libro encierra los cantos de la naturaleza patria, del valle i el océano, de los tipos nativos i las orijinales costumbres de la raza. Nacido en Angol en 1877, corazon de la Araucanía, ha cantado, con estro vigoroso, las tradiciones i las grandezas de aquella rejion de bosques i selvas seculares, en su poema La Tierra, cuyas estrofas describen su amor a la cuna mecida en el seno de esas montañas: ¿Conocísteis, talvez, las tierras viejas Yo amo esas tierras porque en ellas duermen los mejores recuerdos de mi vida, i en su viejo dolor palpita el jérmen de esta tristeza que en mi frente anida. Yo amo esas tierras como adoro el Ande, porque es digno de amarse lo que es grande, que cubren sus vallados i colinas, Oh, noble amor de los paternos lares, Descendiente de una familia de guerreros, siendo su padre el bravo e ilustre injeniero militar comandante Diego Dublé i Almeyda i la señora Teodolinda Urrutia, su alma vibra al recuerdo de las glorias de la Araucania. En 1906 pasó a desempeñar la secretaría de la Legacion de Chile en Rio Janeiro, donde ha permanecido hasta 1908, en que se le ha nombrado Encargado de Negocios en Austria. A su regreso al pais, en el presente año, de Rio Janeiro, para dirijirse a Europa, dió en el Ateneo de Santiago una conferencia sobre Algunos Aspectos de la Cultura Brasilera, que se ha publicado en los Anales de la Universidad. Prepara una coleccion de poemas coloniales bajo los títulos de Don Pedro de Torres, Doña Mencia de los Nidos, San Bruno, Doña Catalina de los Rios i del esplorador del Desierto de Atacama Don Diego de Almeyda, de la índole de su canto La Tierra. Su prosa es mui distinta de su poesia, en la que remonta el vuelo con ala de águila caudal, recojiendo en los horizontes infinitos de la patria las armonias de nuestra espléndida naturaleza. Su canto Las Minas, es un poema descriptivo del cíclope trabajador de las minas de carbon de piedra de la zona austral, en el que el poeta eleva un himno de gloria a ese poderoso vencedor de lo ignoto i de lo impenetrable, que labra, con su esforzado brazo, galerias debajo del mar, perforando las rocas para estraerles de sus entrañas el oro negro del siglo. Las Minas Ante el eterno i vago rumor de las mareas australes, bajo un cielo que enormes chimeneas mantienen siempre oscuro i en la ribera en donde bajo las verdes ondas el Nahuelbuta esconde sus ya domadas cuestas occidentales, medra exóticos, en hondos filones submarinos, i hasta en el fondo mismo del mar, de cuyas aguas lo estraen los rastrillos para encender las fraguas y los fogones pobres. Cuando los estivales meses la costa alegran, llegan los temporales para aquel mar; los vientos del sur sobre las rocas empujan las oladas rujientes y las locas espumas, levantando su risueña blancura. hasta los mismos árboles, sobre la tinta oscura de los ramajes, posan su lividez de nieve. Luego viene el invierno. Llega la niebla. Llueve, i alto, sobre los verdes cerros de la ribera pasan las ventolinas sin que la mas lijera ondulacion enturbie los trémulos cristales del mar. Entónces bajan las lianas invernales a acariciar su imájen sobre las aguas. Chilla la pálida gaviota, pescando por la orilla, y en la tranquila borda de algun lanchon posados meditan, largamente, los cuervos enlutados, miéntras que allá en la altura cruzan con vuelo lento las nubes, en rebaños, arreadas por el viento. Pero ni el sol, ni el aire, ni las heladas brumas de los meses de invierno, ni el mar con sus espumas blanquísimas sonrien para los pobladores de aquellas tierras hartas de brisas i de flores; hombres descoloridos i adolescentes, viejos ántes de tiempo, viven en aquel mundo, léjos de toda luz, en lo hondo de las oscuras minas, a rastras i arañando sin fé, con sus felinas uñas, la vírjen roca donde el carbon se encierra... rasgando, tristemente, los senos insalubres ANTOLOJIA CHILENA 13 de esta fecunda madre que se llama la tierra, madre con tantos hijos i con tan pocas ubres...! II Es triste i miserable, como la muerte triste la vida de las minas: el hombre, allí no existe; la pobre bestia humana, gastada i sudorosa. arrastra allí sus miembros entre la luz dudosa de míseros candiles, como cualquier gusano... El hombre es en las minas un simulacro humano. No es aire el vagabundo bostezo que en las frias labores olvidadas i ardientes galerías, pesadamente flota, sacando los sudores mas acres de los cuerpos de aquellos luchadores de las tinieblas; de esos humanos desperdicios que viven encorvados al peso de mil vicios i pasiones ajenas, porque para los hombres aun no ha llegado el brazo que probará que hai [nombres i hombres, i hará sin vanos egoismos ni utopias cargar a cada uno con las miserias propias! Pero en las hondas minas no alienta esa esperan [za; la estrella anunciadora del nuevo albor, no alcanza con sus risueños rayos a calentar la pena de aquel oscuro siervo que ignora su cadena. Alguna vez, la bestia, cansada de tan cruento dolor, despierta i pide, con el ruidoso acento de las revueltas locas que encienden las angustias, un pan de limpio trigo para sus fauces mustias, I ruje, pero entónces joh justa i santa mengua! el plomo o la metralla le destrozan la lengua, o acaso un calabozo sin luz ni amor, en nombre de los amables dioses o de la paz del hombre, sepulta para siempre bajo su techo helado III A veces en la negra ciudad de los ausentes del sol, entre el helado gotear de las vertientes i el son opaco i hondo que vibran las barretas al arrancar el bloque de las oscuras vetas, se escucha un misterioso clamor, el dolorido clamor de un gran cetáceo que se sintiera herido... algo como si un fuerte i estrahumano minero clavara, rudamente, su barreta de acero en las entrañas mismas de aquel pais de penas; algo como distantes rumores de cadenas... es que allá arriba, en lo hondo del mar que, sobre el de las cansadas minas, su pesadez de plomo [lomo Arriba la esperanza, la luz, los sonrosados crepúsculos, el aire que alegra o que restaña cualquier dolor; abajo, los dorsos encorvados, la fuga de la sangre i el hambre cruel que araña. I mientras en el fondo del mar, en lecho blando, las áncoras dormidas se sueñan navegando; i mientras el marino respira el aire fresco i alegra sus nostaljias, mirando el pintoresco paisaje de la orilla, las nubes que semejan fantasmas, i los barcos que llegan o se alejan; abajo, en esas cuevas sin luz, en donde anida |