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rescos sitios vecinos, i mas que todo niñas, niñas bonitas, lo que te recomiendo a tí, soltero impenitente, etc., etc.»

Todo esto venia como postdata en una carta de un mi amigo de la infancia. I encantado por la verídica sencillez de esas líneas, resolví que fuera su casa el punto donde fuera yo a pasar en esa salida repentina i tan fuera de programa.

Me dejó el tren a pocas leguas del lugar de veraneo en que mi amigo residia, i quedé despues de pocas dilijencias, embutido en una carretela en medio de jente de mui variada condicion que traspiraba con abundancia. Una dama situada a la derecha, se mostró ofendida porque la toqué impensadamente con mi rodilla; otra de la izquierda me advirtió con poquísima urbanidad que le incomodaba el cigarro. Un caballero del frente al subir la pierna arriba me pegó con su zapato de doble suela en el estómago. I en fin, el cochero nos condujo por un camino tan abrupto i lleno de polvo, que pensé con delicia en las caldeadas calles de Santiago. en su calor sofocante, en el asfalto derretido de las veredas i en todos los candentes sitios que pocas horas ántes habia abandonado despues de maldecirlos.

Por fin divisamos tierra firme. Un grupo de casitas se abrió a ámbos lados de una calle larga. Dos o tres olmos de irregular follaje daban una nota de verdura en medio de todo un paisaje aparentemente seco i prosaico. No comprendí cómo podia elejirse aquel sitio desnudo de bellezas naturales, como centro de veraneo i de descanso; pero sin tiempo para hacer mas observaciones en torno mio, descendí de la carretela, sacudí con un pañuelo los zapatos llenos de polvo i penetré en una casa que se volvia toda ella corredores.

-¿Eres tú?-me gritó mi amigo, finjiendo una: estupefaccion cariñosa.

-No; soi otro.

-¡Vamos! Te has acordado de tu amigo. Te divertirás bastante; tenemos un paseo en perspectiva. -¿Paseo? ¿Paseo campestre? ¡Me vuelvo a Santiago! Te lo ruego por lo que mas quieras. Déjame en paz sentado en esta mecedora. Olvídate de mí. Yo no vengo a pasear sino a dormir una siesta debajo de un sauce o de un nogal.

-Es imposible. Van al paseo las Pérez...............
-No me importa.

-Las López.

-Me tienen sin cuidado.

-Las García.

-Ménos. Aunque vaya la bella Otero i la Cleo de Mérode, por favor, te lo ruego, déjame tenderme de espaldas sobre el pasto, sin tener que guardar buenos modales, ni galantear, ni decir tonterías. -Es inútil. Ademas irán las Flick, ese par gringuitas desteñidas, menudas, ájiles, que parecen dos pollitas de ojos azules.

-Renuncio al paseo.

de

-¡Pero hombre! ¿Qué tienes tú? Si ademas van las Silva. ¿Renuncias sabiendo que van las Silva? -¡Por favor! Déjame aquí.

-¡Ah! Me olvidaba, Anjel mio! Me olvidaba de lo mejor...... Aquí te rindes. Van las dos Vallejos, las dos ¿oyes? las de ojos negros como carbon i la de pardos i dormidos ojos como ciruelas. Las Vallejos de cuerpo jentil como bambúes que se ajitan al viento..............

-¡Hoi estás de remate! ¿Quieres entender que ni las Perez, ni las Lopez, ni las García, ni las Flick,

ni las Silva, ni las Vallejos, me importan un pepino? Yo vengo a descansar.

-Descansarás......
-¡Gracias!

-Sí, descansarás en el paseo campestre.

—¡Dale con la tontería! Ahí no descansaré. Tendré que celebrar los ojos de las Vallejos, el cuerpo de las Flick; lo estoi viendo. Si no hago esto, me tildarán de mal educado.-¡Maldito paseo!

La esposa de mi amigo llegó luego a reforzarle. Me dijo que la fiesta tendria lugar bajo unos peumos al borde de una vertiente; que se tocaria, se cantaria i se bailaria con absoluta independencia; que se mataria una ternera i diversas aves de corral; que las Vallejos eran un prodijio de belleza i que segu ramente me encantarian.

-Voi!-dije con resolucion-voi, en primer lugar para comer la ternera i despues para irme a acostardetras de un peumo i echar una siesta sin que nadie me incomode.

-Convenido.

A las siete de la mañana, mi amigo entró ruidosamente a mi pieza, haciéndome saltar sobre la

.cama.

-¡Ya es hora!

-¿De qué?

-Del paseo, poltron, perezoso, estúpido.

Me vestí lo mejor que pude. Suprimí el chaleco. poniéndome en su lugar una camisa de color bastante decente, i me lancé a la puerta de calle donde segun sentí la algazara debia esperar la cabalgata lista para partir.

Junto con asomar en la puerta, una ovacion bur

lona i provocativa me dejó de una pieza:—¡Viva Anjel Pino! ¡Viva el madrugador! ¡Hurra!

-Estamos de bromitas-me dije yo-¡Malo!

Despues de montar a caballo, fuí presentado a una serie de señoritas i de jóvenes, porque lo que en estos casos se llama el «estado mayor», es decir, los casados, se dirijian a los peumos en carruajes i carretelas.

Quedé al lado de una de las mentadas señoritas Vallejos.. Llevaba un ropon azul nada mal cortado, i una pechera encarnada que le venia a las mil maravillas. Dos ojos negros, rodeados de pestañas tambien negras, eran manejados con maestría. La señorita Vallejos estaba léjos, mui léjos de ser bonita; pero tenia derecho de figurar en primera línea entre la categoría de las llamadas interesantes. Lo era; es decir, interesaba.

En un sitio de veraneo, no se puede uno acercar a una señorita, sin decirle a boca de jarro un galanteo de esos que son suficientes para que si lo oye el hermano o el padre, le rompan a uno cualquier cosa, de una paliza. Nosotros que siempre hemos pecado de tímidos con el bello sexo, dejamos a un lado la timidez, so pena de pasar por estúpidos.

-Mucho me habian hablado, señorita Vallejos, de su belleza; muchísimo. Pero créame usted que la idea que de su cara me habia formado, queda pálida al lado de la realidad.

-Es favor que usted me hace-replicó ella con voz temblorosa, i bajando los ojos como turbada ante el peso de mi impertinencia.

Me aturdí, comprendí que merecia ser un cuadrúpedo cualquiera, i arrepentido de mi falta de educacion, le hablé a la señorita Vallejos del buen clima que se sentia allí, de los hermosos árboles planta

dos a la orilla del camino i de otros temas igualmente nuevos e interesantes. De repente la señorita Vallejos levantó sus ojos negros, los posó en mi con suavidad, como se puede posar una pluma que vaya en el aire, sobre un objeto cualquiera, i me dijo:

—¿Pero la verdad que me encuentra usted buena moza?

Me sujeté a la cabecilla de la montura para no caerme, i vuelto de la sorpresa. me resolví a no quedar corto.

-Señorita: no le miento a usted. Hasta ahora no habia visto jamas unos ojos mas encantadores que sus ojos.

-¡Mire lo que son las cosas! No hai gustos iguales. Usted me encuentra bonito los ojos; pero hai otros que dice que lo mejor que tengo es la boca.

-¡Ah! Pero el que yo le encuentre a usted demasiado lindos sus ojos, señorita Vallejos, no quiere decir que no me parezca su boca una de las obras mas perfectas de la naturaleza.

-Es usted mui galante.

-Nó, señorita; se lo aseguro a usted. Jamas le he dicho a una mujer que es hermosa....... ¡No me habia topado con usted todavía!

-Como se conoce que es periodista. Casi no le

ereo...

-Créame usted. Soi verídico.

-Así le dirá usted a otras.

-No; jamas.

Un rato de silencio. La cabalgadura se mueve en medio de una nube de tierra, con indescriptible algazara. Las dos Flick pasan a mi lado con ropones de brin crema. Son, en efecto, dos maripositas ájiles, livianas como semillas de cardo, insignificantes en su pequeñez. Las Silva, las Pérez, las García,

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