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nos adelantan tambien, cada una con su cada uno.

En este intervalo, la Vallejos me da una mirada i suspira. Yo le doi otra i suspiro. En seguida, notando que nos hemos quedado rezagados, galopamos un trecho i volvemos a ocupar un lugar en primera fila.

Oigo a un señor gordiflon, que va sobre el caballo como puede ir un saco de lona abandonado sueltamente al compas del galope, que dice a la pasada: -El periodista se quema las alas.

-¡Imbécil!-pensé para mí-lleno de la mas horrible indignacion.-¿No puedo ir al lado de la señorita Vallejos enumerándole sus bellezas físicas por órden alfabético, sin quemarme absolutamente nada?

Por fin, se divisa a lo léjos un grupo de árboles, frondosos i apretados, i el galope aumenta. Son los peumos: el centro social de aquel bendito pueblo en que las señoritas le preguntan al que llega, si las encuentran hermosas, con la misma sencillez con que aquí se les pregunta como está la salud i si va a quedarse algunos dias en la ciudad.-¡Los peumos! Teatro de la esquisita i provinciana sociedad que hemos conocido; centro de idilios cursis con olor a agua florida; sitio de horribles cólicos misereres a consecuencia de los almuerzos i onces al aire libre; nido de sueños, ilusiones, esperanzas i desengaños - de amor.

Mui pronto toda la cabalgata echó pié a tierra i las parejas se distribuyeron entre el follaje, separándose como el agua del aceite, el elemento viejo de la bullanguera i animosa juventud.

Muchas horas trascurrieron de alegre espansion para algunos i de mortal aburrimiento para mí. A poco rato, la señorita Vallejos me pareció la mas

empalagosa creatura; pura miel de abejas. Sus ojosrasgados bajándose siempre con una mentida muestra de turbacion, sus mejillas infladitas i llenas de una pelucita de durazno maduro, sus labios colorados como guindas; todo, en fin, me iba cargando horriblemente en esa pequeña morenita que no me habria atrevido a calificar de desenvuelta, pero sí de cursi.

Por fin, llegó el almuerzo i a pesar de los esfuerzos desesperados que hice por alejarme de la seño-rita Vallejos, fuí a quedar a su lado.

-¡Usted estará ya mui aburrido conmigo-medijo de pronto.

-¡Qué ocurrencias! Estoi en la gloria.

¡Qué incansable desfile de comestibles de toda clase! Cazuela de ave, empanadas, salpicon, aceitunas, jamon i frutas, todo servido con una abundancia desesperante i obligado a la repeticion mas fatigosa. Allí se comia de una manera salvaje, primitiva, absurda. Un señor gordo mascaba i tragaba con el ruido con que masca i traga una chancadora de piedras que se le arrojan. Varias damas entradas en años apelaban a las manos i esgrimian sendos encuentros de gallinas que dejaban mui luego redu-cidos a su mas simple espresion.

Allí fuí víctima obligada de las mas atroces observaciones. La madre de las señoritas Vallejos, una señora algo nerviosa que hacia a cada instantecon boca i nariz el mismo jesto que hacen los conejos cuando se les acerca una ramita de alfalfa, me dijo de pronto:

-Lo felicito, señor Pino, por el folletin que usted está publicando.

-Gracias, señora. Se hace lo que se puede.

-¡Pero qué incansable es usted! Mire, diga aquí

con toda franqueza cuánto se demoró en hacer usted Los dos Pilletes..... Confiéselo.

-Nó; yo le diré a usted, señora, que allí metió mano Decourcelle.

¡Ah! Algo le ayudarian, es claro; pero ahí estaba patente su mano. Luego ¡miren que es gracia estar haciendo novelas cuando se tiene que escribir los telegramas, la crónica i los avisos! ¿no es cierto?

Un señor colorado i con cara de zorro me mira a cada instante sonriéndose maliciosamente, i hasta se permite hacerme algunas señales con la cabeza. En el primer momento creí que se trataba de que mi corbata estaba chueca i la enderecé; mas tarde se me ocurrió que todas esas miradas i señales podian advertirme que mi prendedor se salia de su sitio i lo afirmé con sumo cuidado; i por último, como las señales i miradas irónicas continuaban, se me ocurrió que podria estárseme pasando la mano en las libaciones i comencé a echarle agua, mucha agua, a cada copa de chacolí que me servian. Sin embargo, el caballero con cara de zorro seguia observándome con el rabo del ojo i sonriéndose enseguida, como diciendo: ¡ah! pillo!

Una señora comenzó a decir en voz alta que me compadecia profundamente por ser periodista.

-A los periodistas-decia una voz gangosa i desafinada-les pegan casi todos los dias. ¿Dan la noticia de un matrimonio? Pues unas veces los padres de los novios, otras veces los rivales del que se casa i jeneralmente el novio mismo, van donde ellos i los hacen pedazos a bofetadas. ¿Publican la noticia de que se ha llevado el cadáver de una persona a la Morgue i resulta que la persona no ha muerto? Pues va el cadáver a la imprenta i les pega. ¿Escriben un nuevo folletin? Pues saltan las personas que sa

len en el folletin i por cada vez que las nombran, les dan una bofetada.

-Pero, señora!-dije yo con acento convencido -a ese paso ya no estaríamos vivos. Usted exajera mucho.

-Nó, nó, caballero. A ustedes les pegan por lo ménos, dia de por medio, no me contradiga usted, porque lo sé.

Junto con acabarse el almuerzo, el caballero con cara de zorro se vino hácia mi, abriéndose paso entre todo el mundo. Lo esperé ansioso de saber el motivo de su irónica sonrisa. Se me puso al frente, me miró con fijeza i en seguida me dió una palmada en la cara, diciéndome al mismo tiempo:

-¡Ah, pillo! ¡Buenas piezas son ustedes los periodistas! ¿Con que, por allá en Santiago ustedes son los árbitros de la situacion, eh?

-No le entiendo a usted.

-No se me haga el de las monjas, hombre! ¡Yo me esplico! (Otra palmada). Esos bastidores, esos camarines, esas tiples ¡ja! ¡ja! ¡ja! ¡Ah, pillo! Cuente usted, hombre cuéntemelo usted todo, venga usted aquí al pié de este peumo i conversaremos largo. ¡Ja! ¡ja! ¡ja!

-Usted me perdonarà, caballero. No cultivo el ramo de bastidores. Yo no sé lo que allí ocurre.

Pero el señor colorado, animado muchísimo por el chacolí, me instaba vivamente a que lo recreara con detalles que él estimaba pintorescos i deliciosos. Mucho trabajo me costó convencerlo de que ser periodista no era precisamente ser petrimetre.

Entre tanto, se habia susurrado entre los comensales, que mis asuntos con la señorita Vallejos marchaban viento en popa. Aun llegó a mis oidos, por conducto de mi amigo, que la señora de Vallejos,

poniéndose ya en el caso de un matrimonio posible, habia dicho:

-La lástima es que este hombre se llame Pino. No puede ser de la high-life. Yo conozco unos Pinosen el Romeral i esa es jente mui ordinaria. ·

En fin, aquel paseo campestre se estiraba de un modo lamentable. Pero yo desesperado de la señorita Vallejos que, como un moscardon me rondaba, monté a caballo i emprendí algo así como la retirada de los diez mil, diez mil veces mas pequeña.

TOMAS GUEVARA

Publicista i educador, ha consagrado los mejores añosde su juventud al profesorado i a las investigacioneshistóricas.

Formado para la cátedra i la enseñanza de la juventud, ha llenado noblemente su mision con el libro i la práctica, en el Liceo de Curicó, primero, i en el de Temuco, despues, escribiendo obras didácticas de la mayor utilidad e importancia.

Su obra mas notable, de mayor labor i de índole nacional, es la que se denomina Historia de la Civilizacion de la Araucanía, que comprende tres grandes volúmenes i que ha sido premiada por la Universidad.

Numerosas son sus producciones, del jénero pedagójico i de historia patria, como es de ejemplar su carrera de educador, por la perseverancia i la consagracion a los deberes de su cargo de rector del Liceo de Temuco, en el seno de la Araucanía.

De sus obras podemos citar las siguientes, que sintetizan su laboriosidad intelectual i su dedicación al estudio, del que ha hecho la mas hermosa devocion de su vida de maestro i de pensador:

Historia de la provincia de Curicó, Incorrecciones del castellano, Enseñanza del castellano, Historia de la civilizacion de la Araucanía, Libro de Redaccion, Reseña histórica del Liceo de Temuco, Costumbres judiciales i enseñanza de los araucanos, El libro Raza Chilena (Juicio crítico), Sintaxis histórica, i Psicolojía del pueblo

araucano.

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