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desde Londres a El Mercurio, un estudio relativo a La Prensa Inglesa i Francesa.

A su regreso, se hizo cargo de la redaccion de El Mercurio, de Santiago, del cual es, al presente, director principal.

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Nacido en la Araucania, en 1872, ha hecho su labor su propio esfuerzo, descollando como escritor i orador. Recientemente ha dado, en la Sociedad Dante Alighieri, una interesante conferencia sobre La Italia Moderna. En su nuevo viaje a Europa, en 1907, envió correspondencias a El Mercurio, de todos los paises que visitó, habiendo sido acojido con las mayores distinciones por la prensa de Lima.

Copiamos una de sus pájinas mas amenas.

Don Clemente

Un nombre basta a veces para evocar el recuerdo de todo un rincón de nuestro pasado que dormia en la sombra. Era un nombre olvidado, que no habíamos oído en muchos años; pero que al sonar en nuestros oidos, despierta como eco las imájenes a él vinculadas, los hechos, las sonrisasi las inquietudes de los dias lejanos en que ese nombre nos fué familiar.

Toda una época de mi niñez surjió clara i nítida, viva i animada como un cuadro de cinematógrafo, al leer en un periódico de provincia la noticia del fallecimiento de don Clemente Fagalde, mi primer maestro de gramática.

Ví al punto el edificio del Liceo en que cursé el primer año de humanidades, con sus patios enormes convertidos en lagunas durante el invierno, sus salas blanqueadas, mui grandes i mui frias, donde agujereábamos los ladrillos con los paraguas en los dias de lluvia, su impotente biblioteca, donde saqué tres dées en historia sagrada, el primer triunfo de mi vida, mi vanidad primera.

Y ví a don Clemente, el buen viejo pequeñito i

flaco, un poco calvo, con barba escasa, gris desgreñada, los ojillos ribeteados de rojo, las anchas narices llenas de pelos, el bigote tieso avanzando sobre una boca en que el viento de los años se llevaba rápidamente la negruzca dentadura.

Y lo vi sentado en su tarima en la clase de gramática, mui envuelto en el eterno macfarlan color guinda seca, con el cuello de terciopelo raido mostrando bajo la mesa los grandes zapatos de zuelas muj gruesas los pantalones comidos por el uso en los talones i tobillos. Oh Bondadoso, incomparable don Clémente! Nos enseñaba gramática siguiendo al pié de la letra la enorme obra de Bello, de que no tuvimos el gusto de entender ni una palabra; i me habia tomado mucha ley porque le recitaba sin vacilar, de punta a cabo, pajinas enteras de las sublimes i pocos comprensivas doctrinas del gran venezolano.

Era yo el primero de la clase, el primero en una banca pegada a la pared en que nos sentábamos por orden riguroso de méritos.

Don Clemente me miraba como una joya de su clase. Nadie sabia más, nadie aprendia mejor lo que él deseaba i como él lo deseaba; a nadie, tampoco consagraba más esquisita atención mas cariño.

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Pero un día comencé a debilitarme en mi aplicacion, flaqueaba en las respuestas, me quitaron el primer asiento con visible dolor de don Clemente despecho mío, rodé hasta el sesto lugar. Los compañeros se vengaron de mi antigua insolencia de favorito pagué con mi orgullo mi amor propio, i que eran grandes a los ocho años. mi deplorable pereza.

I

Al verme en el sesto lugar, mas abajo de un ne gro mui gordo a quien teníamos por bruto a quien

brutoja

le brotaba la necedad por agujeros que en la cara le dejó la peste, don Clemente no pudo contenerse; a la salida de la clase me cojió por el hombro i me dijo a hurtadillas, con gran misterio:

-Te espero en casa..... Silencio!

Y se alejó por el corredor haciendo sonar sus enormes zapatos.

Al caer la tarde, antes de comer, fuí a su casita en arrabales, deslizándome a lo largo de las paredes con la conciencia de que por vez primera me mezclaba en un hecho delicado i misterioso.

Me abrió el mismo; dió una mirada inquieta a la calle como un criminal que no quiere testigos.i me dijo rápidamente, mientras acariciaba mi cabeza con ternura casi paternal:

-Aprende el presente de indicativo del verbo Haber... Cuidado con decirle a nadie! Y déjate de flojeras... Adios!

Y me cerró la puerta sin una palabras mas.

10

Al dormirme esa noche, sabía yo el presente del indicativo del verbo haber con toda su escandalosa irregularidad; al otro día me saltaba el corazon mientras estábamos en la clase de gramática.

Don Clemente pasó lista, sin alzar la mirada de su cuaderno. Yo no me atrevia a levantarla del suelo.

Y como un hombre resuelto a llegar al último estremo, ahogando su evidente remordimiento, el profesor miró al muchacho que ocupaba el primer lugar le dijo bruscamente:

—A ver, tú: el presente de indicativo del verbo haber.

El chiquillo se llevó un dedo a la boca, miró al techodijo con timidez:

-Yo habo, tu habas,...

-A ver, el otro!-esclamó don Clemente. -Yo había, tu habías...

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Al otro,―gritó el profesor finjiendo que se indignaba ante tal ignorancia.

Y los otros tres callaron en presencia de la pavorosa pregunta, hasta que yo respondí a mi turno: -He. has, habemos, habeis han. Y pasé al primer lugar en medio de la estupefacción de todos con una sonrisa cariñosa criminal de don Cle

mente.

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Pasamos muchos días el profesoryo sin mirarnos, huyendo de la ocasión en que, al encontrarse nuestros ojos, iban a delatar el tremendo fraude. Pero yo estudiaba con teson para pagar al bondadoso viejo su cariñoso delito en mi favor.

Despues anduve por el camino de la vida mucho mulejos, tanto, que la imagen de don Clemente i hasta el presente de indicativo del verbo haber, fueron velándose desvaneciéndose en mi memoria.

El buen hombre ha muerto, acaso en la pobreza, ¿Por qué lo olvidé? Probablemente él me ha seguido desde lejos me ha profesado siempre el cariño de los dias lejanos. Oh, Mi dulce, serena luminosa niñez! Su nombre te ha despertado viva animada en el fondo de mi memoria.

Oh, mi maestro de gramática. Tú me sacrificaste tu dignidad de profesor ho tu solo nombre me trae una fresca brisa del pasado para sacudir de mi alma el polvo de tristeza que acumuló el tiempo. Dios te haya perdonado el fraude del verbo haber en gracia del amor con que lo cometiste.

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